Al amanecer la playa estaba sitiada. Sobre la arena apenas lamida por las olas yacían cientos de ballenas varadas, inmóviles moles oscuras punteando kilómetros de arena. La noticia tardó poco en circular, los estremecidos pobladores acudieron a ver a los animales buscando en sus ojos un asomo de porvenir. Muchos se dieron a la tarea de rescatarlas y formaron largas hileras cuyo objetivo era rociarlas de agua marina; después intentaron devolverlas mar adentro ayudados por barcos pesqueros que dejaron el trabajo para la ocasión. Pero los cetáceos, que al ser llevados movían lentamente el abanico de su cola inmensa, regresaban a la costa donde sus compañeros se habían dado cita, invalidando así el esfuerzo de los hombres.