Para Sandra
La misión
El joven Luna-en-el-pecho aprendió a leer y a escribir. Era un deber moral o religioso que, como última voluntad, se propuso el viejo misionero.
Andando el tiempo, Luna-en-el-pecho caminaba pálido y taciturno, los hombros caídos hacia delante. ¿Cómo llenar el vacío existencial que le espoleaba a leer cientos de veces el único libro que había en la aldea?