Al amanecer la playa estaba sitiada. Sobre la arena apenas lamida por las olas yacían cientos de ballenas varadas, inmóviles moles oscuras punteando kilómetros de arena. La noticia tardó poco en circular, los estremecidos pobladores acudieron a ver a los animales buscando en sus ojos un asomo de porvenir. Muchos se dieron a la tarea de rescatarlas y formaron largas hileras cuyo objetivo era rociarlas de agua marina; después intentaron devolverlas mar adentro ayudados por barcos pesqueros que dejaron el trabajo para la ocasión. Pero los cetáceos, que al ser llevados movían lentamente el abanico de su cola inmensa, regresaban a la costa donde sus compañeros se habían dado cita, invalidando así el esfuerzo de los hombres.
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La mujer Planta – Cuento de Antonella Corallo
Las plantas parecen enredarse a la casa y nunca terminamos de entender si tiene un pacto con la naturaleza, o si realmente ocupa tanto tiempo regarlas. Por simple rareza comenzamos a espiarla. Nadie podría dudar de nuestra curiosidad. Habíamos cancelado las actividades matutinas que consistían en jugar videojuegos y comer porquerías, pues nos encontrábamos reunidos con el objetivo de comprender su vida. La mujer Planta siempre nos saluda, tiene fertilizante en sus manos y el cuerpo completamente brotado; se rasca, nos vuelve a saludar y entonces comenzamos a dudar… ¿Nosotros somos los detectives? ¿O ella es la que nos está espiando? Lo único seguro es que sus arbustos no sirven como escondite.
El jardín de la Tierra – Poema de María Isabel Galván Rocha
Roza mi rostro
el viento de febrero,
caminante de un tiempo
en la vereda de la vida,
he aprendido a oír
los murmullos del bosque,
y en secreto, a sus habitantes
al pájaro, corazón y alma
al ciervo, esquivo del traidor
y al zorro, tras otros secretos.
No es mío el jardín de la Tierra,
sólo nos ha sido prestado
para venerarlo, los custodios
de su inmensidad; así una flecha
dirige a la rosa de los vientos.
En un dialogo con su espejo,
dan los reflejos de paisajes
donde aire y agua convergen,
tempestades de grises efluvios
en las alturas, justo nace el Sol.
Flor de la campiña,
silvestre arcoíris en tapiz,
escucho su quietud
al mecer del viento,
espíritu atado a la tierra,
late con el pulso de la vida;
abejas y colibríes alrededor
tras su elixir llevan la semilla
del polen en un viaje indómito
al Sur, en el confín de su retrato.
Las grutas – Poema de Victoria Gómez Viñao
A unas cuadras ya sentía
ese olor salado.
Me fui acercando.
Salté las primeras bajadas y
me adentré en la cuarta.
Bicho – Microrrelato de Ángel Arturo Garcés Pérez
Sus ojos estaban fijos en la presa que confiada e indefensa ignoraba que aquellos serían los últimos minutos de su vida.