Mírate. Ya nunca regresará
ese aleteo de fiebre en tus mejillas,
te has convertido en una proyección
malograda de tu propia insistencia
y no sabes aceptar la derrota.
Desnúdate y observa
las primicias del derrumbe interior,
esa delicuescencia en que las formas
oscilan reagrupando contornos,
desbaratando moldes,
convirtiendo tu cuerpo en huésped
extraño de sí mismo.