Durante la alborada observé algunos animales heridos, al igual que muchos soldados muertos por la dinamita. Me tapé el rostro, con el ánimo de olvidar los horrores de esa absurda guerra. Entonces apreté el fusil con mis piernas, sin darme cuenta de que aparecía en mi cabeza el infierno, en donde pecaminosas almas descorazonadas y afligidas, escuchaban a Satanás, quien, al verme solitario, se me acercó y me dijo: