Por traer flores a casa
Perdonadme, guerras lejanas (…)
W.S.
Mi madre murió bajo una guirnalda de flores poco antes de cumplir los cuarenta. En homenaje a la abuela dejó que las margaritas invadieran su cuerpo. Tomaron a los pulmones por pradera, entre espasmos de aire, haciendo de la radiografía última viñetas paisajistas. Durante los años finales mi padre ejerció la locura. Lo encerraron en un cuarto incierto, bajo el insomnio de los antidepresivos. Decía que encontró en las flores un camino hacia su infancia y de tanto repetirlo se internó al jardín oscuro de la demencia. Yo muy joven sembré un ciprés en mi cabeza y no me atreví a bajar de nuevo. Ahora espero, marchito, a que el otoño vuelva infalible con sus ventiscas y escándalos y carnavales a la habitación veintitrés del Hospital Santa Rosa pabellón de oncología, a presenciar el infértil pero bondadoso acto de la fotosíntesis.