Una mujer en el escenario que se sienta al piano. Figura fuerte, cabello crespo, nariz gruesa, labios gruesos. Unas manos negras que decididamente se posan sobre el marfil del teclado. Una mirada fija, penetrante, que se pierde en la oscuridad del vacío. Una boca entreabierta en donde se esconde la rabia que se agazapa. Y luego, una voz profunda y desgarrada que rompe el silencio. Ella fue Nina Simone.