Existe una conocida y maravillosa anécdota sobre los primeros acercamientos de Graciela Iturbide hacia la fotografía. Siendo apenas una niña, disfrutaba de observar y atesorar para sí las fotos que su padre les tomaba a ella y a su familia; hurgaba en el cajón del armario y miraba con fascinación aquellas que robaría para su colección. «Me castigaron varias veces. Yo creo que por eso soy fotógrafa, por rebeldía», dice con una sonrisa en la cara, en una entrevista para Canal 22. Más adelante, cuando cumpliera once años, le regalarían una cámara Kodak. Estos eventos permanecen en la mente de la artista como las primeras expresiones de su deseo de fotografiar el mundo, de inmortalizarlo con la lente.