Kuchá, kuchá… Cuando éramos niñas y nos dolía la barriga, mi abuelita nos sobaba cantando esas palabras junto con la lista de cosas que habíamos comido: frijoles, tortillas o queso, cualquier alimento que recordáramos y que fuera potencialmente la causa de nuestro malestar. “Es una forma”, nos decía, “de curar a las personas en el pueblo”. El remedio también incluye la exageración de las porciones, por ejemplo, si le decía que había comido dos tortillas ella las aumentaba a veinte; o si le decía que comí un plato con frijoles ella hablaba de diez. Con ese proceso alivió infinidad de veces eso que claramente sentíamos en nuestro estómago.