La faim, c’est vouloir. C’est un désir plus large que le désir. Ce n’est pas la volonté, qui est force. Ce n’est pas non plus une faiblesse, car la faim ne connaît pas la passivité. L’affamé est quelqu’un qui cherche. [1]
Tres de las actividades predilectas de mi cuarentena fueron leer, cocinar y recordar todo tipo de situaciones, emociones y sensaciones que me remitiesen a la vida en el exterior. Hago especial énfasis en ésta última porque vivir en el encierro es difícil cuando la realidad en la casa materna no es mejor que las circunstancias de afuera: una pandemia que acaba con la vida de millones de personas o una inminente crisis económica que nos deja varados en medio de la incertidumbre. Leer, cocinar y recordar me ayudaron a sobrellevar la situación de la mejor manera posible. Perfeccioné mi técnica para hacer pastel de cumpleaños, revisité lecturas que ocupan un lugar importante en mi corazón y recordé hasta el aroma de una mandarina que se pela con cautela en un salón de clases. No obstante, el desencanto y la desesperanza estuvieron presentes todos los días condicionando mis acciones y las otras emociones que surgían con el transcurso del tiempo. Salí bastante afectado, perdí planes, oportunidades y hasta llegué a creer que mi hambre había desaparecido.