Ilustración de Daniel Vera
Si es inquietante pensar en el destino, ese desdoblar de la madeja de la vida, es aún más inquietante reconocer que ese destino es un círculo y que nuestro designio es la repetición. La madeja que se desenvuelve solo para envolverse de nuevo, la tijera que se cierra solo para abrirse de nuevo, y el caminante arropado por la bruma de una lluvia de nieve mientras da pasos cortos por un sendero que lame sus huellas y el porvenir. Un bucle de grandes preguntas y respuestas. La más acuciante, la compulsiva pregunta por lo que somos, es una duda ontológica, trágica y épica, que sonríe camuflada por las máscaras con que la vestimos. Nos encanta el juego que nos provee, la intensidad que insufla vivir otra vida sin saber que no es otra sino la nuestra. Que somos el hombre que lucha, sin saber, con su yo del futuro o que también nos quitamos el casco de gladiador para decir “mi nombre es Máximo Décimo Meridio, comandante de los ejércitos del Norte, general de las legiones Félix, leal sirviente del único emperador Marco Aurelio…”.