Existe un pulso único para cada corazón, pues el tiempo circunda a todas las criaturas. Al acumularse, los pulsos generan un patrón infinito y cambiante, susurrando con los tambores de arterias el ritmo de una música inmensa e inteligible que se construye, desfasa, acentúa y destruye. Pronto, dentro del caos emerge una figura. Una luz que trasluce desde dentro nos hace presentes las siluetas de ritmos pequeños que sueltan su aroma y desaparecen invitándonos a buscar su olor. Nos aventuramos a su encuentro.
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