Doña José, como los marchantes del mercado llamaban a María Josefa de Jesús, hizo sus compras en menos de quince minutos. Evitó, contra toda su voluntad, escuchar los chismes que su comadre, Doña Viri, la de la cremería, quiso contarle. Iba diciendo a todos los que querían detenerla con la plática que no podía quedarse, que su hijo finalmente iría a visitarla. Quienes le prestaban atención sonreían para sí al ver caminar tan rápido a una señora de piernas tan cortas, mandil perpetuo y cabellera de falso rubio y falsos rulos.