Por fuera la casa parece abandonada. Es una casita descuidada en una colonia que jamás había visitado. Ni mi mamá ni yo queríamos asistir a la cita, pero nos sentimos comprometidas. No pudimos decir que no, la cita la arregló mi tía, la favorita, la que ha estado pegadita a nosotras desde el diagnóstico. Me quiere ayudar. Nunca he creído en estas movidas, pero tal vez sea el momento de intentarlo. De alguna forma, el diagnóstico me pone en el dilema de intentar cambiar no sé qué, algo. Tal vez ese algo sea creer en remedios alternativos, y quizá sí creo, el proceso se me haga más sencillo. Mi tía cree en muchas cosas, su fe es diversa y dispersa. No siempre es devota a las mismas cosas y constantemente tiene una nueva rama en la cual experimentar.