Ilustración de Carlos Gaytan
Nunca pensé que Aftersun fuera tan críptica. Por la manera en que todo el mundo hablaba de ella, o al menos el mundo de los algoritmos entrenado por mi uso de las plataformas, pensé que me sacaría al menos una lágrima. “Es cine sensorial”, escuché a doble velocidad en una reseña en YouTube. Tal vez. Ahora que lo pienso, sus escenas evocan a sensaciones cómodas e incómodas por igual. El suave toque del calor del sol en el antebrazo de Paul Mescal, o la mueca impotente en el espejo de Frankie Corio.