Categoría: Letras

Un panorama de amplio espectro en torno al fenómeno de la palabra escrita

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Camaradería y poesía. Max Rojas por Iván Cruz (fragmento)

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Yo publico mi primer libro de poesía en 2005 que se llama Tiempo de Guernica. A finales de ese año, por Noviembre, una amiga común entre Max y yo, Mária Cruz, me invitó a una lectura de poesía en Iztacalco donde iba a estar Max Rojas. Cuando terminó de leer me acerqué y le di mi libro. Le dije que era un placer conocerlo y él fue muy amable y recibió mi libro. Allí quedó todo en ese momento. Fue hasta en 2006 que Mária Cruz me habla y me dice que Max quería platicar conmigo.

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La serpiente que no se mordió la cola, Mario Bellatín y su escritura (fragmento de entrevista)

 

EPP: Cuéntanos un poco acerca de la forma en que publicaste tu primer libro.

MB: Lo que sucedió es que yo realicé todo a la inversa. Primero creé un escritor antes de publicar. Yo tenía este libro, Las mujeres de sal, y ya estaba harto de él.  Y todos estaban hartos de mí porque siempre les leí fragmentos de mi libro en las fiestas y las reuniones. Era tan perentorio deshacerme de él que yo no iba a utilizar los mecanismos tradicionales de buscar un editor, y esperar a que el consejo dictamine y demás. Pero pues yo tenía todo en contra. No tenía un centavo, ser escritor socialmente es horrible.

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Francisco Tario por Alejandro Toledo (fragmento)

CY:Francisco Tario es frecuentemente clasificado como un escritor raro; incluso por ti. ¿Guarda él alguna relación con otros escritores “raros” como Efrén Hernandéz o Felisberto Hernández, por ejemplo?

AT: Se les llama “raros” por aquel libro de Rubén Darío publicado a finales del siglo XIX o comienzos del XX. También suele llamárseles, por Cortázar,“cronopios”. O inclasificables; o secretos. Lo curioso de los autores raros es que no se parecen entre sí. Tienen un estilo por lo general único, y difícilmente hay rasgos en común entre ellos.

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El picaporte (fragmento)

Por: Marco A. Toriz Sosa

Escuchamos el primer golpe: fue como si alguien hubiese estrellado su puño contra el piso. Un sonido apagado, pero recio. Un golpe seco y compungido en el lugar justo. Todos nos asustamos y nos levantamos de inmediato para ver la escena: su acompañante lo golpeaba con furia; en sus ojos se veía la rabia. Tenía una mirada cargada de locura, una locura frenética. Expelía golpes y él no hacía nada, sólo afrentaba la golpiza como respondiendo a la rutina. Emilio me miró. Tenía la misma mirada de horas atrás cuando caminábamos hacia el departamento; ahora el miedo lo acechaba en su propia casa. Nadie hizo nada en el momento, mucho menos después. En cuanto la golpiza terminó, el que no conocía se echó a correr hacia el pasillo y se volvió a meter en la alcoba de Emilio. Al otro lo vi en el suelo, expectante de sus acciones. Jamás lo había visto de esa forma, no la había imaginado siquiera, pues acostumbraba a intimidar con su rareza, no podría dar lástima en lo absoluto. Pero ahora parecía indefenso. Se quedó tirado por unos cuantos segundos, levantó su cuerpo y, frenético, estaba dispuesto a salir del departamento. Fue hasta la puerta de salida y, en un cambio
delirante, decidió correr hacia el pasillo. Lo vimos perderse detrás de la puerta al girar el picaporte. El brillo se cernió al cerrar la puerta, sólo quedó,de nuevo, el brillo en el pasillo y ellos tras la puerta. Fui a la cocina, me serví un vaso de agua. Vi que Emilio me seguía. Serví un vaso de agua para él y mientas lo bebía le dije:
—Debemos hacer algo. No podemos permitir que se queden encerrados, mucho menos en tu alcoba.