Aquello que arrojas contra el capitalismo,
éste acabará por vendértelo
Marcuse
Hace un par de años, Calle 13 puso a la venta playeras sobre los 43 desaparecidos de Ayotzinapa, León Larregui aprovechaba un concierto para mandar un mensaje “contestatario” al actual presidente Enrique Peña Nieto, un poeta (de esos que se dan cada cien años) llamado Sandino Bucio, tomó los reflectores al ser forzado a subir a un auto particular donde supuestamente se le privaba de la libertad, volviéndose de inmediato un referente de la rebeldía juvenil. Otro chico irrumpía la premiación de los Nobel para entrar con una bandera de México en forma de protesta, días más tarde fue recibido como héroe en el aeropuerto de la Ciudad de México. Ser del movimiento #YoSoy132, era sinónimo de consciencia política y estatus entre las élites más subversivas universitarias, vamos, ser rebelde es un título nobiliario en el mundo de la contracultura.
Estas historias ahora recopiladas podrían hacernos pensar en personajes rebeldes, aunque a decir verdad, son historias de glamour. Y digo de glamour porque si es verdad que nada más ha pasado con estos personajes y movimientos, si que supieron sacarle jugo a las situaciones sociales para posicionarse dentro de una industria ávida de héroes mediáticos y caudillos de boutique.
Para todo hay; la contracultura ha creado sus medios, sin embargo lejos de usarlos para combatir los tremendos fetiches de la derecha y la hegemonía, han calcado sus peores vicios para aplicarlos en nombre de la libertad y el anti-poder, creando sus propios cánones sobre qué, cuándo y dónde se debe ser un rebelde.
Hoy en día ser contestatario es muy etéreo, basta compartir infografías, memes o notas que cuestionan supuestamente los abusos del poder, pero nada más alejado de ello. La rebeldía además de glamour, en muchos casos es confort.
Banalidad y contracultura
Pero, ¿de dónde viene esa relación entre la banalidad y la rebeldía?
El 22 de febrero de 1987, se daba clínicamente por muerto a Andy Warhol, personaje que dejó un legado que hasta nuestros días se expande en galerías de arte, curadores, artistas y rebeldes. En este mismo año lo que se conocía como contracultura no era otra cosa que cultura de masas; ciertos sectores de la sociedad gabacha, estaban obsesionados por vivir como un yupie, un hippie o en casos más radicales como un beatnik. La contracultura podía consumirse y adaptarse a una sociedad ávida de consumo.
La calle 47, donde se encontraba la llamada Factory, fue el epicentro donde Warhol y su séquito de audaces comenzaron a producir todo tipo de objetos artísticos en medio de un ambiente desenfrenado de drogas, orgías, fiestas y todo tipo de excesos. La vida de artista se dictaba bajo los cánones de festividad y una actitud entre relajada y desafiante. Andy Warhol daba pequeñas chispas de lo aprendido de las vanguardias impulsadas por Duchamp y Cage, o bien desde el Black Mountain College, pero con el valor agregado de la banalidad y el consumo. Mientras un gran boom de personajes contraculturales se daban cita en el gran país de la libertad, como Jim Morrison, William Burroughs o Norman Mailer, la filosofía de Warhol era la de no complicarse, la de no ir a contracorriente, sino de disfrutar lo que esta sociedad moderna nos proporcionaba: grandes atuendos llenos de lentejuelas, coca-cola y comida enlatada.
La sociedad capitalista se revolcaba en el consumo, en la competencia de bienes materiales y una serie de frivolidades que junto con las prácticas políticas violentas en contra de las minorías hacían exaltar a un grupo de jóvenes, otro, tenía como única meta convertirlo en arte, y este grupo estaba liderado por Warhol y su Factory.
La popularidad como talento
Las vanguardias europeas tenían propósitos muy claros, algunos radicales como los italianos con el futurismo, pues dicho movimiento mutó en un grupo de choque fascista contra los opositores de Musolinni. El dadá y los surrealistas, inmersos en disputas de ego, nunca se dieron cuenta que la realidad los había superado y que tanto Tzara como Breton, de a poco se quedaron en el olvido mientras los situacionistas comenzaron a crear pequeñas partículas que hacían estallar las calles de París.
Pero dos personajes llegaron a Estados Unidos con otros planes: Cage y Duchamp. Este último fue el gran referente para Warhol y su filosofía, el anti arte de Duchamp fue llevado a los límites por Warhol. ¿Querías ser popular y reconocido en el mundo de la contracultura? Sencillo, tu único trabajo era conseguir participar en alguna cinta dirigida o escrita por Warhol. No se necesitaba más, ningún talento único, ninguna capacidad actoral o alguna formación en algún colegio de arte. Bastaba con salir a cuadro o tener relación con cualquier objeto relacionado a la firma del autor de las sopas Campbell, eso era sinónimo de talento. El nuevo gran talento era la fama, aún si semanas antes tu única habilidad era inyectarte heroína. Llevar la banalidad al límite y conseguir que se admirara en una sala de museos como alta cultura fue el gran aporte de Andy Warhol a la sociedad occidental. La predicciones de Debord en su texto “La sociedad del espectáculo” se materializaban en cada acto donde Warhol mediatizaba las imágenes de una sociedad que dejaba de sentir pena por consumir, y lejos de ella, se convertía en un símil a lo que los grandes artistas y creadores tenían acceso: las drogas, el desenfreno sexual y toda clase de excesos eran sinónimo de ser un revolucionario, pero al mismo tiempo, gozar de las grandes contradicciones de la sociedad gringa. Daniel Cohn-Dendit, un anarquista protagonista de aquel movimiento en mayo del 68 lo dijo “Hay una sola razón para ser revolucionario: porque es la mejor forma de vivir”. En realidad no sé si su frase se refiere a un sentido moral y de códigos sobre la dignidad, o sobre lo bien que uno se la pasa siendo amigo de personajes como Andy.
El arte pop y sus creadores, eran los nuevos revolucionarios, los mismos que dejaban atrás a Duchamp y su discurso del arte como una broma, sino que abierta y cínicamente (si hay algo que debemos aplaudirles, es la sinceridad) era exaltar el consumo, la publicidad y banalidad que estas envolvían.
La contracultura es un gran negocio
Joseph Heath y Andrew Potter titularon a su libro Rebelarse vende, el negocio de la contracultura. Lo primero que se preguntan los autores es ¿Quién mató a Kurt Cobain, un rifle de alto calibre, o el rechazo a una sociedad que no comprendía su anti-fama? Un libro que cuestiona las prácticas contraculturales y su íntima relación para vender, o mejor dicho consumir, porque, como bien lo menciona Canclini, para consumir no es necesario poseer, el consumo va más allá de la venta. Los discursos utilizados por los movimientos de minorías o de exclusión social, poco a poco se fueron convirtiendo en un fetiche del consumo, nada más cool que parecer ser un revolucionario. Es por ello que es fácil conseguir algunas playeras con el rostro del mítico personaje del Club de la pelea, Tyler con alguna frase célebre del libro/cinta en alguna playera o bien, fundas comunistas para celulares inteligentes.
Sin embargo, el doble discurso del consumo invisibiliza tanto esto que creemos no ser consumidores y entonces vemos que funcionamos muchas veces de la siguiente manera: Tenis nike NO, Panam SÍ, hamburguesas McDonalds No, restaurante vegetariano de la roma SÍ, cine de Hollywood no, Ninfómana vol. 1 y vol. 2 sí. Esto es porque nos interesa más estimular las ideas que las cosas, aunque terminemos siendo los mismos consumidores que criticamos. Es por eso que la llamada crítica al consumo, no es más que la reafirmación de una vieja crítica de masas, lo cual no quiere decir que escritores, investigadores o cineastas sean hipócritas, sino que aún no se dan cuenta que el consumismo no recae en el conformismo, sino en la competencia y en otros casos, la rebeldía.
Quede claro, no descalifico en bloque aquellos movimientos, pensadores, activistas y toda persona que se indigna y alza la voz en favor de los inconformes por los abusos del poder, sin embargo, es necesario estar despierto para discernir dentro de estos movimientos donde es fácil caer en posturas etéreas donde poco o nada tiene trascendencia en los problemas de nuestra sociedad actual. Andy Warhol es tan solo una pieza más dentro del mundo del arte pop y sus múltiples prácticas que podemos nombrar «la revolución del entretenimiento/espectáculo», como diría Carlos Granes.
Autor: Ángel Armenta (México-1988)
Estudios en la Academia de Arte y Patrimonio Cultural de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, UACM. Gestor y promotor cultural. Investigador sobre musical y cultura pop. |