¿Por qué escribo? Ésta es una pregunta que debemos hacernos constantemente, más si nos dedicamos a ello de manera profesional. Me lo cuestiono cuando estoy frente a la página en blanco, cuando voy en el metro o camino por las calles empedradas de Coyoacán o del Centro. ¿Por qué lo hago? ¿Por vanidad? ¿Miedo? ¿Por el deseo de rehacer el pasado? Puede haber muchas motivaciones, pero considero esencial tenerlas en claro cuando trabajamos un texto, más si es de corte literario: ¿por qué escribo y, más aún, por qué escribo esto? No podemos ignorar a nuestrxs lectorxs, ni a la línea editorial de quienes nos publican, mucho menos a nostrxs mismxs, que somos la primera línea entre la imaginación y lo real. Escribir desde la nostalgia es un motivo válido pero riesgoso, porque nos puede dejar atrapadxs en el pasado y ahí no hay literatura; ella sólo está en el presente cuando abrimos el libro ante nosotrxs.
La escritura desde la nostalgia es la base de Rock del Sonar (2023), del escritor Mario Anteo y publicada bajo el sello de la Universidad Autónoma de Nuevo León. Todxs nosotrxs estamos compuestxs de diferentes biografías, o mejor dicho, formas variadas de historizarnos para construir nuestra biografía: los libros que leemos, las ciudades en las que se vive, los cafés que visitamos y, en gran medida, la música que escuchamos. Mario Anteo nos deja ver estos componentes en su novela, pues las múltiples referencias al rock de los setenta, los movimientos estudiantiles de preparatoria, las ciudades que habita y sus espacios constituyen un trabajo de visible corte autobiográfico a las páginas de su novela. Tiene un ingrediente extra, ya que la obra está dirigida a un público que seguramente él considera como ideal: sus contemporáneos que encontrarán en Rock del Sonar la dosis de nostalgia necesaria para escuchar a Led Zeppelin, The Rolling Stones o The Beatles, ya no en sus acetatos, quizá ahora en Spotify, mientras lee a Mario Anteo.
En este libro yacen diferentes añoranzas: a la preparatoria, a la felicidad que creímos sería para siempre, las canciones que nos construyeron cuando fuimos jóvenes. Principalmente es una novela que trata de la música y del recuerdo, así como de la búsqueda de hacer las paces con el presente por medio del autodescubrimiento.
En ella encontramos la historia de Alfredo, un guitarrista que ronda los sesenta años y es parte de una banda de rock fundada durante su adolescencia, Pleura, la cual tendrá su segunda y tercera época en el transcurso de la novela. Y también está Sara, una mujer que se encuentra en una crisis matrimonial y se da cuenta de que esa vida no es para ella, por lo cual necesita reinventarse. Ambxs se encuentran en Tuilco, una playa que eligieron para reflexionar sobre sus vidas. Y es Cortázar el mediador de ello, pues Sara se ha llevado el libro de cuentos Las armas secretas, que casualmente es uno de los favoritos de Alfredo. A lo largo de 264 páginas vemos a estos dos personajes abordando sus problemáticas, como la ansiedad, el posible delirio, la búsqueda de la felicidad y, finalmente, sus realizaciones.
La novela se compone de una serie de párrafos breves donde se alterna una primera persona, la del personaje de Alfredo, y una tercera, que cuenta la historia de Sara. Volveré a este punto más adelante, pero me mantengo en la estructura. Los párrafos están separados por espacios, y al inicio dudé de si esos blancos tenían una función narrativa; aparentemente no, pues no aportan complejidad dramática a la obra, por lo que deben ser una decisión editorial. Esto puede romper un poco el ritmo de la lectura, ya que, al ser tan breves, no terminan de despegar, se siente como ir en bicicleta sobre una de las calles empedradas de Chimalistac. Sólo sabemos que ha cambiado la dirección del discurso por las versalitas que indican si seguimos en la primera persona o en la tercera.
Respecto a las dos focalizaciones de la narración, sí se extraña una mayor profundidad en la de Sara, pues el hecho de que la cuente un narrador externo nos hace sentir una distancia respecto al desarrollo de su personaje en contraste con Alfredo, amo y señor de su historia. Si las voces estuvieran focalizadas en la misma persona de conjugación, haría que la historia tomara dimensiones distintas, incluso contrastantes, entre dos formas muy diferentes de ver el mundo. Tal como están, parece que la voz masculina tiene un mayor control sobre su historia y la historia femenina termina en un segundo plano, de espectadora y a veces participante de los acontecimientos narrados. Esto repite la constante donde es el hombre quién crea la historia y la mujer mantiene una actitud pasiva, de agente, donde necesita que alguien la cuente.
Otra cosa que resalta de la novela es la influencia de Cortázar, pues no sólo es un efecto de sentido dentro de la historia. De ahí la narración de Alfredo nos remonta a la película de Blow-up, de Michelangelo Antonioni, una reinterpretación del cuento “Las babas del diablo”, y al momento cuando el personaje fue a verla al auditorio de la preparatoria en Monterrey. Pero va más allá. En ocasiones, sobre todo en la línea narrativa de Alfredo, encontramos ciertos guiños a lo fantástico de Cortázar, como la plumilla que el personaje observó saliendo de la pantalla mientras veía Blow-up, supuestamente propiedad del guitarrista del grupo The Birds que aparece en la película. Esto y los sonidos que escucha, así como su crisis de ansiedad o las cosas que le pasan sin sentido, intentan emular las dos lecturas que encontramos en la literatura fantástica de Cortázar, pero no terminan de cuajar y, por tanto, aportan poco al desarrollo de la trama. Otra situación problemática es la inercia lingüística que tienen la mayoría de las voces en diálogos. Expresiones mecánicas como “viva el rock n’roll”, o “las aventuras venturosas” incluso llegan a caer en lugares comunes con los que se ha estereotipado el ambiente rockero, tales como “oh, yeah” como respuesta a una pregunta para la que se espera tener respuesta afirmativa. Lo anterior genera un ambiente anticlimático que quizá provoque risas en un primer momento, pero un cierto extrañamiento después.
Algunos de los personajes más interesantes son los que componen a la familia rockera que se encuentran Alfredo y Sara en Tuilco: Gibson, su esposa Mary y su hijo Horus. Ellxs representarán una ventana para Alfredo, que se debate en si es momento de dejar de lado sus aspiraciones rockeras, y un modelo de libertad para Sara, quien se percata de que hay otros tipos de relacionamientos más libres que los que ella conoce. Las personalidades de los miembros de la familia son construidas a partir de las percepciones de los dos protagonistas y los diálogos que tienen con ellos. Al igual que otros personajes cortazarianos, Mario Anteo logra que las interacciones con esta familia den las herramientas que ayuden al desarrollo de los protagonistas, a veces sólo hablando entre ellos, en otras con la introducción de objetos que revitalizan el interés por la obra. Ciertamente, llegan a inyectar dinamismo a la trama en un momento en que comienza a perderse el ritmo y el rumbo de la novela. Rock del Sonar es una novela hecha para un público específico, quizás el rockero de los setentas que ahora añora esos tiempos, su edad dorada, pues está plagado de referencias a este mundo ahora distante que perteneció a nuestros padres y nuestros abuelos. La novela puede encontrarse en librerías de la Universidad Autónoma de Nuevo León y su tienda en línea.