A Mel Brooks
01 de febrero de 1789
Hoy he entrado al servicio del barón de Menage y la baronesa de Trois. Extrañamente, el palacio parece un laberinto. Una cocinera de Carcasona me ha guiñado un ojo.
02 de febrero
Esta mañana he llevado el recipiente de la lavativa del señor barón hasta su habitación, en el tercer piso. Me he dado cuenta de que el edificio no tiene elevador; es una originalidad artística (según me cuentan, tras la inauguración el arquitecto tuvo que abandonar el país en canoa). Al volver a mis aposentos me ha parecido ver asomar un pecho junto a uno de los brazos de la enredadera, en otras palabras: non c’est pas possible (nota del traductor: no hay traductor). Unos pasos más allá he creído ver una rama peluda que sobresalía del seto redondeado. He de comentárselo al jardinero o si no la podaré yo mismo. Ya veremos.
03 de febrero
La rama protuberante ha desaparecido. Sin duda el jardinero ha debido darse cuenta. Respecto al pecho, habrá sido una alucinación, quizá el planeta Venus. La cocinera ha vuelto a guiñarme el ojo mientras troceaba una zanahoria. Creo que deberíamos hablar de cocina polinésica. Cuando acababa la jornada me ha parecido ver dos pechos tras la enredadera. Esta vez he preferido cerciorarme. Efectivamente lo eran. He de actualizar mis conocimientos de jardinería.
04 de febrero
El barón debe estar enfermo, no ha hecho más que gemir durante toda la mañana. Sin embargo, no ha sido precisa la lavativa. Un doctor y siete enfermeras han sido vistos poco antes. La cosa debe ser grave porque la baronesa tampoco ha salido de su habitación durante toda la mañana. Al atardecer, cuando pasaba con el plato de las verduras de la señora me ha parecido oír estornudar al cuadro de Baco.
05 de febrero
Problemas con el viento al mediodía. Hemos rescatado seis pelucas de la copa de un arce con cañas de pescar. El barón está muy recuperado, esta vez ha venido sólo una enfermera. Ahora es la señora la que ha precisado del doctor y un colega suyo de Burdeos. Debe ser contagioso.
06 de febrero
Los doctores han continuado hoy en la habitación de la señora. Cuando he servido la sopa me ha parecido ver unos calzones colgados de la estatua. ¿Los de Apolo tal vez? He sabido por el barón que mañana nos visitará un conde alemán y su bidet portátil (saluda en veintitrés idiomas). He de planchar los pantalones a cuadros, pulimentar la medalla, engrasar los bigotes, buscar unas orquídeas para el sombrero bávaro, pedir un carricoche, aprender alemán.
07 de febrero
Dispongo de una hora de asueto al día y estoy aprovechándola. Me he comprometido a jugar una partida de billar con el presuntuoso cochero. Esta vez estoy esperanzado, al fin he conseguido memorizar dónde están los agujeros. Cuando me dirigía a la biblioteca no he podido reprimir mi curiosidad artística y le he tocado el glúteo derecho a la estatua de Atenea. Ante mi sorpresa, se ha abierto una trampilla. Afortunadamente, el glúteo izquierdo ha sido providencial. La trampilla ha quedado cerrada nuevamente. Mejor será que me olvide de Atenea.
08 de febrero
He pasado toda la noche pensando en la estatua. He de investigar eso de los glúteos. Es un tema de vital importancia. La cocinera y yo hemos decidido ampliar mis conocimientos culinarios con un curso acelerado de cocina rococó. Yo, por mi parte, he decidido mostrarle todo lo que sé sobre abrillantadores. Los barones no han parado hoy de recibir gente.
09 de febrero
Hoy he comprendido algo más el enigma de la mala salud de los amos. A medianoche he pasado por la trampilla de los glúteos. Conducía a un pasillo muy estrecho al final del cual he visto un pequeño haz de luz. Es un orificio que permite contemplar la habitación de la señora. La he visto. Estaba de espaldas, a cuatro patas y además no estaba sola. También estaba, justo detrás de ella, el supuesto médico de Burdeos, aunque no lo he visto bien. No hacía más que auscultar a la señora. Creo que llevaba algo entre las manos. También he visto al cocinero jefe. Estaba explicando a la señora lo de los nabos. Lo he adivinado enseguida porque es un tema que conozco bien. Había un tercero que no sé quién es porque estaba boca arriba, bajo las caderas de la señora, pero he supuesto que se trataría del sastre porque no paraba de tomar medidas. Ah, casi se me olvida, todos estaban completamente desnudos.
10 de febrero
Esta noche he conocido al embajador inglés. Un tipo curioso, no llevaba pantalones (hoy en día le dan el carnet de embajador a cualquiera). En mitad del postre ha dejado plantados a los señores con la excusa de ir al baño, visitar el espejo y revisar de paso los últimos avances de su monumental alopecia. Calvos, flacos, feos, pantagruélicos… ¿Por qué guardamos los seres humanos tantos trastos en el armario? Lo acabamos llenando de complejos y luego no hay manera de encontrar las pantuflas.
11 de febrero
Según el astrólogo de la casa, 1789 será un año de paz y concordia, sobre todo en Francia (en París no digamos). Hay, sin embargo, quien lo ve todo muy negro. Ya me lo ha dicho el carbonero: Francia se hunde. Desde luego, tanto derroche no puede ser bueno. Sólo hay que fijarse en lo que le pasó a la civilización griega: ¿demasiado mármol?
12 de febrero
Esta tarde he encontrado un par de panfletos subversivos firmados por un tal Brutus. Estaban en la habitación del cocinero jefe junto a su colección de pecas. Una vez leídos se los he introducido sibilinamente en la sopa. La ha encontrado especialmente sabrosa (“qué maravillosos tropezones”, ha dicho textualmente). Antes de deshacerme de ellos he tomado la precaución de anotar su contenido.
Primer panfleto
¿A quién es fiel Luis XVI?, se pregunta toda Francia. El XVI es fiel a sus generales, que hacen lo que les viene en gana. Y yo me pregunto: ¿Qué pasa entre el rey y nosotros, sus súbditos? ¿Por qué estamos tan distanciados? ¿Qué se supone que somos, el Canal de La Mancha? ¿De seguir todo igual terminaremos los plebeyos de trofeo con cuernos en una tienda de camafeos sueca? ¿Seremos todos acaso pasto de las llamas o resultaremos al punto, al estilo de una ratatouille nicense? Pues habéis de saber que esto viene de lejos. Creo recordar que su antepasado, el rey Sol, ya tenía a sus súbditos achicharrados. Ciudadanos, el rey nos ha engañado vilmente con sus falsas reformas. Con todo el dolor de mi corazón y de mi úlcera gastroduodenal he visto como el rey acababa su esperanzador discurso desde el balcón con un corte de mangas. Como lo oís, bochornoso. Ha amenazado incluso con comerse la peluca, al precio que están las pelucas. Esto no se puede consentir. En protesta por estos hechos deleznables propongo para mañana una pedorreta frente al palacio de Versalles a las dos en punto, hora de la siesta de su Majestad. Rousseau animará la velada con algunos de sus chistes. No olvidéis hacer unos calvos y otras contradanzas escatológicas. Y recordad el lema: ¡Viva la revolución! Haceos oír, oh pueblo queridísimo. Ahora o nunca.
Brutus.
Segundo panfleto
Os confieso que estoy emocionado por la respuesta multitudinaria de ayer, más si cabe tras conocer de primera mano la nueva propuesta del rey: lavarse la espalda de cabo a rabo con jabón de Marsella al menos una vez al año. Estupendo, ¿qué somos ahora, súbditos o anémonas? Y, sobre todo, ¿cómo se supone que debemos hacerlo? Sólo de pensarlo se me ponen los pelos de punta. Creo que este tipo de decisiones son únicamente una maniobra de distracción. Sí, querido pueblo, el rey es un tramposo. ¿Qué será lo siguiente? ¿Colarse en el campeonato de globos aerostáticos? Basta, pueblo de Francia, tenéis la obligación moral de detener todo esto.
Brutus.
13 de febrero
Llevo aquí un par de semanas, así que he decidido que ya venía siendo hora de pedir un aumento de sueldo. La señora me ha dicho que estaba de acuerdo y me ha ofrecido el puesto de asistente personal. He accedido, por supuesto. También he pensado pedir matrimonio a mi bella cocinera. En pocos días nuestra relación se ha vuelto sólida y consistente como un gran estofado de ternera. En una de mis salidas me ha parecido ver un culo en la enredadera. He preferido no cerciorarme, no sea que aparezca otra trampilla. Se lo he comentado al jardinero y me ha dicho que solucionará el problema. Soy un hombre dichoso. Lo he meditado detenidamente y he decidido jubilarme aquí. Para colmo de alegrías hoy ha venido a visitarnos un político, un tal Robespierre. Me ha comentado gentilmente que el año que viene será un buen año. Es un buen muchacho. Creo que he logrado contagiarle mi amor por el absolutismo.
Autor: Aarón Carlos Andrés García (Villafranca del Cid, España, 1972). Licenciado en Derecho. Ha desarrollado su principal actividad literaria en el género de la poesía valenciana (premio Xavier Casp 2017, premio Flor natural ciutat de Castelló 2020) y castellana (finalista del premio internacional Ángel Ganivet 2017 y 2019, tercer lugar del premio internacional Letras de Iberoamérica, 2018; finalista del premio internacional Jovellanos, 2022; segundo premio del certamen Grupo Literario NUMEN, 2022; mención de honor del certamen internacional “Camino de palabras”, 2023).