Ilustración de Carlos Gaytán
Para este punto, debemos tener claro que conquistar el deseo en términos de Deleuze, o el connatus en términos de Spinoza, es el principal objetivo del Kapital. Spoiler: nunca lo logrará, o al menos eso queremos esperar. Esa fuerza productora, potencia vital que nos permite desde hacer comunidad hasta acceder a los afectos, es útil al sistema de producción vigente porque gracias a él se puede dar vida a la maquinaria laboral, consumista y de hiper representación, cuyos alcances ya han impregnado el mundo del arte, y que nacieron junto con las industrias culturales del entretenimiento.
La adolescencia y las etapas de formación, donde se consolida el núcleo de la personalidad, si es que existe alguno, son fases del desarrollo subjetivo en las cuales el Kapital tiene fácil acceso para corromper la fuerza vital y ponerla en pose de batalla a fin de que obedezca a sus objetivos. Ese acceso no es ganado por una suerte de vulnerabilidad inherente a la juventud, sino por una vulnerabilidad inherente al “nosotrx”. Judith Butler nos recuerda que el “yo” sólo puede ser constituido en la medida en que se expone a lxs otrxs, y esa exposición requiere, forzosamente, asumir (de manera consciente o inconsciente) la vulnerabilidad de exponernos a los juicios, ideas, contacto y hasta violencias del cuerpo social.
Para mí, el aspecto fundamental de la adolescencia es que conforma la primera exposición social fuera del núcleo familiar, donde la vulnerabilidad puede ser especialmente explotada. Los adolescentes se hacen de una armadura que fue diseñada especialmente para sus cuerpos, sus consciencias y sus subjetividades, s que sólo busca ocultar la fragilidad inherente al contacto con los otros. El trabajo de madurar consiste principalmente en deshacerse de esa armadura, pues tarde o temprano uno llega a la conclusión de que sus vestiduras interiores contienen puntas afiladas que hacen heridas discretas cuya cicatrización no comienza hasta liberarse, siempre tarde, las molduras. El trabajo de crecer es recuperar o encontrar nuestra propia voluntad, reagenciarnos el deseo, el connatus, la fuerza vital.
La metáfora de la armadura, desde la celada y la visera hasta las espuelas y el escarpe, no es en vano. Hago esta analogía porque tal y como los ejércitos contemporáneos hacen uso del cuerpo de los soldados para defender el acabado concepto de estado nación, el Kapital hace un uso violento y dispuesto a la batalla de las subjetividades jóvenes para defender el frágil y líquido estilo de vida que propone el capitalismo tardío.
No me malinterpreten, a mí siempre me encantó Jackass, Cribs, Pimp my Ride, Punk’d, The Real World, Next y Jersey Shore. Eran programas innovadores, supuestamente reales, y salvajes. Creo firmemente que la razón por la que funcionaron, y siguen funcionando en forma de Acapulco Shore, La Casa de los Famosos y La Venganza de los Ex, es su supuesta autenticidad. Bajo esta perspectiva, la realidad es como un caballo salvaje y a nuestra generación le toca cabalgarla, vivirla al límite y conseguir a toda costa un estilo de vida que se le parezca.
En todos estos realities hay una elipsis decisiva: ésa no es la realidad. No importa cuánto lo deseemos, no podemos ser Paris Hilton, Snooki, Kim K. ni Steve-O. Ni siquiera ellxs pueden serlo. Lo que el reality televisivo arrojó y sigue arrojando a sus audiencias adolescentes son estándares y ritmos inalcanzables, piezas de la armadura con la cual muchxs nos hemos vestido, arropado por temor a la vulnerabilidad, a la nada, al vacío. El Kapital nos hace creer que no hay otra alternativa: vida de estrella o muerte.
Montados en innumerables industrias culturales, el culto a la belleza, a la juventud, al exceso y al consumo nos han enlistado en las filas de un ejército cuya única fuerza radica en el deseo, en el connatus, en la potencia vital. Anhelamos las vidas de lxs famosxs porque su narrativa representa el punto máximo, la realización completa del capitalismo tardío, la explotación social de la atención, la captura del deseo.
He dicho antes que el Kapital, concebido como sistema de producción tanto como inconsciente colectivo —siguiendo el Realismo capitalista de Mark Fisher (Caja Negra, 2017)— nunca podría aspirar a conquistar nuestras fuerzas vitales más arraigadas. Y digo esto porque no importa cuántas capas haya en la armadura, cuán fina sea su construcción y cuán resistentes sus materiales, está hecha para esconder vulnerabilidad.
La salida, por tanto, no puede ser otra más que reconocer que el contacto con lxs otrxs, con las personas y los cuerpos reales, forzosamente requiere poner en juego la fragilidad propia, la inexactitud de nuestro “yo” y la indeterminación de nuestra subjetividad. Quitarse la armadura edgy adolescente es necesario para despertar la conciencia de clase, para reivindicar la identidad, para deshacer el género y para cualquier otro objetivo político.
Pero desarmarse no es fácil, pues requiere asumir que aquello que conformaba, o creíamos que conformaba nuestra identidad, es en realidad una ficción elaborada para hacernos querer alcanzar el estándar. En esto, las disidencias y lxs subalternxs tenemos mucho que decir, pues todxs nos hemos visto en la necesidad de construir nuestra personalidad basadas en binarismos y estructuras anacrónicas que sólo nos cierran más al mundo y al devenir y capturan nuestra fuerza vital hasta ahogarla. Todxs nos hemos enfrentado al duelo que significa esconder quiénes somos.
El nuevo mundo, si es que existe, deberá ser de lxs disidentes, de aquellxs que hayan hecho caer por su propio peso a todas las promesas del poder y del Kapital. Si lxs neurotípicos, lxs heterosexuales, lxs cis quieren quitarse sus armaduras, deberán voltear la mirada, tragarse el orgullo y asumir que son y siempre han sido tan vulnerables como lxs subalternxs, que necesitan dejar de ser adolescentes y aceptar que es imposible dar cuenta de unx mismx bajo un sistema que perpetúa la violencia y los excesos. Sólo entonces podremos aspirar a construir una comunidad política centrada en el devenir, y no en mantener pesadas e inútiles armaduras.
Ilustrador: Carlos Gaytan Tamayo (Ciudad de México, 1999). Estudia Ciencias y Artes para el Diseño en la UAM Azcapotzalco. Formó parte de varias exposiciones colectivas de cartel en su universidad. Algunas de sus obras ilustran artículos de Cultura Colectiva. Su trabajo se inspira en diversas técnicas y se encuentra en el diseño gráfico y la ilustración.