El retorno al lugar de origen es una constante en la literatura y en las artes en general. Desde Odiseo en sus intentos para volver a Ítaca hasta los sinuosos caminos del recuerdo que construye Marcel Proust, los escritores buscan encontrar ese punto de inflexión que les hizo caminar hacia su vida o hasta entender qué los mantiene asidos a ese hogar de antaño, descubrir cuáles son los hilos de Penélope que los atan a regresar.
Tal es el caso del escritor francés Philippe Besson, quien en su novela autobiográfica Miente conmigo (Arrête avec tes mensonges, 2017) explora esos caminos terribles de la juventud cuando se es “diferente”, como él mismo lo indica. En su obra se aborda la historia del primer amor, los prejuicios que a veces son insalvables, los temores sociales y el desarraigo, además de la posterior búsqueda de sentido. En ella nos cuenta cómo se enamoró de un compañero de clase, con quien va a tener una historia afectiva y sexual durante el verano de 1984. Sin embargo, este relacionamiento va a estar marcado por el secreto y la clandestinidad, y el desenlace será una terminación con su respectivo alejamiento y silencio hostil por casi 35 años.
Esta historia fue adaptada al formato cinematográfico por Oliver Peyon, director de otros largometrajes como Tokio Shaking (2021) o Una vida lejana (2017). Bajo el nombre homónimo de la novela, Peyon nos presenta una película con sus aciertos y otros puntos mejorables. Como parte del 27º Tour de Cine Francés que se proyectará en México del 21 de septiembre al 25 de octubre, podremos ver esta adaptación en cines nacionales.
Ahora bien, hablemos del largometraje. No se distancia mucho del libro, aunque habrá ciertas licencias. En la cinta, nos adentramos en la vida del escritor Stéphane Belcourt, quien es elegido para ser orador en los 200 años de aniversario de una importante distribuidora y procesadora de coñac, originaria del pueblo donde él creció. Belcourt es un escritor reconocido, dedicado principalmente a las novelas de amor y que viene saliendo de un bloque creativo de dos años. Acepta el viaje y ser partícipe del evento para apadrinarlo, porque cree que regresar a sus orígenes podrá destrabar procesos creativos que le han impedido el retornar a la producción prolífica que tiene: dos novelas por años. Pero tan pronto regresa, recuerda por qué se fue; esa razón tiene nombre y apellido: Thomas Andrieu.
Hasta aquí no tiene nada que no hayamos visto en otras películas, incluso francesas como Été 85 (2020), de François Ozon, donde el tema del descubrimiento de la identidad es el principal efecto de sentido. Sin embargo, el hecho de que sea una novela autobiográfica puede generarnos un poco más de interés y expectativa, más por los giros sucedidos: Stéphane conoce a Lucas, quien trabaja en la procesadora de coñac como miembro del equipo de atención, y descubre que es el hijo de Thomas, quien recientemente ha fallecido.
Uno de los logros de Peyon se da en la narración en retrospectiva sobre lo que ocurrió en la relación entre Stéphane y Thomas y cómo Lucas descubre lo que realmente le interesa: saber quién fue realmente su padre y por qué tenía todos los libros de este escritor reconocido. Tras algunas situaciones y otros flashbacks de Stéphane, Peyon consigue generar por momentos una buena narrativa, como el uso de imágenes intercaladas velozmente entre el rostro de Lucas y el de Thomas, y cómo se entremezclan y clarifican los recuerdos del protagonista. Uno de los momentos más precisos e interesantes que logra con esta técnica se da en la secuencia de la librería, donde Stéphane lee un fragmento que escribió para Thomas y de pronto ve a Lucas, recordando aquel verano cuando Thomas se dejó fotografiar por él, el último día en que se vieron.
Por otro lado, la historia comienza a volverse lenta y nos recuerda otras tramas, como la antes mencionada Été 85 o el mismo Call me by your name (Luca Guadagnino, 2017), pero sin el gran ojo y talento fotográfico de su director. Al igual que esta película, Peyon busca contrastar el paisajismo contra la individualidad y la psique en conflicto que viven los personajes, pero sin la experiencia estética que sí consigue Guadagnino. Tal vez el ambiente de la campiña francesa, siempre húmeda, siempre verde, es el oponente a la Toscana italiana siempre brillante, siempre en esa eterna primavera. Además, creo que las tramas gays pueden funcionar en otros contextos más allá de la década de los 80, ¿o acaso sólo existió el amor homosexual en aquellos años de finales de siglo?
La película se sostiene por los giros en la trama, que por momentos la vuelven interesante, mas no consiguen generar un enganche profundo. Habrá un par de momentos divertidos y otros sorprendentes que mejorarán la experiencia estética de verla. La actuación de Víctor Belmondo en el papel de Lucas Andrieu es otro de los aciertos del filme, que enriquece las escenas donde tiene un papel protagónico en los diálogos.
La película es una muestra más de una tendencia creativa muy actual: dramas en los que los protagonistas se enfrentan a los prejuicios sociales para vivir de forma libre y sin ataduras su romance, aunque puede que no lo logren o no lo intenten; además, están ambientadas en la década de los ochenta. El largometraje es entretenido, aunque puede parecer largo y lento por momentos, lo salvan estos giros en la trama, como ya mencioné. Es una película que enmarca bien las tendencias de este cine, pero a mí parecer no aporta nada más que una nueva historia contada en el mismo formato que otras.
Del 21 de septiembre al 25 de octubre, no te pierdas Miente conmigo, película que forma parte del 27º Tour de Cine Francés.