Collage por I. A. Bosco
El sosiego, el lugar apacible, la amenidad de los campos, la serenidad de los cielos, el murmurar de las fuentes, la quietud del espíritu son grande parte para que las musas más estériles se muestren fecundas y ofrezcan partos al mundo que le colmen de maravilla y contento.
Miguel de Cervantes, prólogo a El ingenioso ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha
Todo arte y música nace y eventualmente vuelve al silencio, así como toda actividad parte y termina en el descanso. Será imposible crear verdadera belleza si no se convive amplia, voluntaria y pacientemente con el silencio y con el buen descanso.
Al escribir sobre ambas actividades, me doy cuenta de que hablo sobre dos cosas que exigen una convivencia activa para siquiera empezar a lograr entregar una semblanza de ellas. Corro el riesgo de infertilizar dos situaciones que podría resumir como implicando cierta inocencia cósmica, silencio precisamente, como la música y el amor; se trata de secretos incomunicables que poseen una sencillez irreproducible. La imagen que ofrezco es principiante.
Saber guardar silencio, como saber descansar (principalmente dormir), es algo que funciona a través de la suspensión de los sentidos, una forma de piloto automático que no supone una distancia negativa con lo vivido, es más bien como el planeo de las aves o el surfear. Sucede y uno atrapa la ola, sucede y uno se entrega. Comúnmente, ambos, pero sobre todo el descanso, son vistos como males necesarios que deberían ser evadidos, superados para continuar produciendo y produciendo y produciendo. Me parece que éste no es el caso; cuando se habla en estos términos, se habla de buscar reproducción, mas no de producción (en nuestro caso artístico-musical) y de su natural impotencia que, contrario a lo que se suele decir, no sólo condiciona a la producción como tal, sino que forma parte de su mecanismo. Hoy hablamos aquí del descanso y el silencio pensándolos como dos formas de inactividad o impotencias de la actividad, necesarias a la continua productividad creativa de la mente humana.
Fijémonos en la cita del Apariencia desnuda de Octavio Paz en referencia a los veintitrés años de silencio profesionales de Marcel Duchamp: “Lo que sorprende es precisamente la persistencia del trabajo subterráneo de Duchamp, esa paciencia y su coherencia. Como Saint Pol Roux que, cuando dormía, colgaba de la puerta esta inscripción: ’el poeta trabaja’, Duchamp decía que no hacía nada sino respirar y al respirar trabajaba”. Aquí se encuentran en unión los dos puntos que buscamos explorar: el silencio como vivir religiosamente (el vivir del vivir y el arte del arte o más bien, el arte del artear) y el descanso como necesariamente productivo. El silencio de Duchamp, como el dormir de Saint Pol Roux, jamás dejaron de producir, de maquinar, de crear.
La mente produce, una de sus cualidades es la creación, por lo tanto, ella es creativa. La idea de la mente meramente reproduciendo cosas en el mundo lleva a la tiranía y a la esclavitud. Lo que nos interesa para preservar cuerpo, alma y sanidad es el asegurar nuestra natural producción creativa en contra de la reproductividad artística y de la razón, tan presentes y motivados culturalmente.
En esta producción creativa hay todo tipo de quiebres, de errores, de (in)funciones, ésta es la anteriormente mencionada impotencia que condiciona a la maquinaria a funcionar. Nuestro descanso y nuestro silencio son algunos de estos necesarios quiebres en la maquinaria de la producción creativa.
Algo como la música llega mientras no haces nada, mientras llevas a cabo actividades vistas como estorbosas e improductivas, que, en aparente contradicción, terminan por aclarar y alimentar el camino del alma; bañarse, salir a caminar, recostarse un rato, tomar una siesta, comer en silencio, tomar el té con calma, lavar ropa; tremendas sinfonías llenas de suspenso y giros de tuerca, monumentales olas que culminan en épicos finales se desarrollan dentro de la cósmica inocencia de estas mundanas actividades. Dan ganas de incluir un estudio de grabación en el baño (¡y no al revés!).
La mente humana no reproduce cosas que están allá afuera, sino que las crea, el pensamiento se encuentra jugando con las cosas del mundo. Cuando el pensamiento se mantiene juguetón, se mantiene productivo, cuando crea y descubre. El intelecto es un anarquista o, mejor dicho, el intelecto es anarquía.
La poesía misma es un uso (in)funcional del lenguaje, un uso que nace desde su impotencia, la cual no es un antónimo de potencia, sino una pieza clave de su funcionalidad contenida dentro de esta misma potencialidad; una máquina sólo funciona gracias a que se rompe, a que falla, a que llega a no funcionar. Toda obra maestra necesita una sana y orgánica cantidad de errores y fallas para siquiera empezar a funcionar como tal.
Esta llamada impotencia es lo que nos separa de los animales igualmente; al ser capaz de no hacer nada a través de la potencia de su impotencia, el humano puede detenerse a hacer política, poesía, economía, canciones o sistemas filosóficos, esto implica vivir más allá de lo que los instintos piden para ser colmados.
Otra cita del mismo libro de Paz: “El silencio de Duchamp es abierto: afirma que el arte es una de las formas más altas de la existencia, a condición de que el creador escape a una doble trampa: la ilusión de la obra de arte y la tentación de la máscara del artista. Ambas nos petrifican: la primera hace de una pasión una prisión y la segunda de una libertad una profesión”.
La más grande de las ideas, así como la más grande de las canciones permanecerán inaprehensibles e incomunicables, sólo el silencio, con su cósmica resonancia, acompañado del motor del descanso, puede empezar a transmitir la experiencia de estos secretos.