«Un oasis de horror en medio de un desierto de aburrimiento.»
Charles Baudelaire
Black Mirror es una serie británica de ciencia ficción que surgió en 2011. Todos sus capítulos son independientes y los elementos que la conforman parecen estar en una temporalidad cercana a nosotros. Muchos de sus episodios resultan insólitos o bizarros como «The National Anthem» («El himno nacional») o críticas completamente dirigidas al sistema de la sociedad, como en «Fifteen Millons Merits» («15 millones de méritos»). Sin embargo, los cuarenta y dos minutos de «White bear» («Oso blanco») deberían dejar al espectador desconcertado y con diversas cuestiones en mente.
La historia gira alrededor de una mujer que despierta en lo que aparentemente es su casa sin consciencia del pasado. Pronto descubre un símbolo extraño que aparece en todas las televisiones del hogar. Al salir de aquel sitio, descubre que las personas que la rodean simplemente observan sus actos por medio de la grabación de sus celulares. Esta característica es fundamental dentro de la estructura o el trasfondo crítico del episodio.
Enseguida, un hombre -con una máscara con el mismo símbolo extraño- intenta matarla y todos los demás sólo la graban con los dispositivos. Los celulares, como bien sabemos, forman parte de la cotidianidad de la vida diaria. Estos sirven como una extensión misma del hombre, de su memoria, de su percepción, de su vida misma -recomiendo «Be right back» («Ahora mismo vuelvo»), primer capítulo de la segunda temporada-. Por ello, resulta un artefacto tan complejo -pero irrelevante en su funcionamiento- que permite atravesar el mundo por medio de sus maravillosas funciones o del internet.
Inmediatamente se plantea una encrucijada moral: ¿ayudar a la mujer en peligro u observarla por medio de los teléfonos? La decisión parece lógica al saber que son mayoría las personas que pueden auxiliarla a diferencia del asesino que sólo es uno, pero dentro de la serie -y en muchos casos también de la realidad- la resolución tiende a lo contrario. De este modo, los personajes sólo se dedican a filmar. Por ello, podemos caracterizarlos como un engañoso público pasivo.
La mujer se encuentra con una chica que le ayuda a sobrevivir; no obstante, la persecución no termina y, al escapar, se encuentran con un hombre que las traslada en su camioneta a un «lugar seguro». La mujer, entonces, comienza a tener alucinaciones y reminiscencias sobre su vida: ve a un hombre con un tatuaje en el cuello del mismo símbolo del asesino, una pequeña que juega con un oso y un sitio similar en el que se encontraba en el inicio. La chica explica brevemente a la mujer el contexto en el que se encuentran, la enajenación de las personas y sus posibilidades de sobrevivir.
En el vehículo se menciona la zona de «Oso blanco», pues aparentemente ahí hay una base que regula el control de los hombres por medio de las máquinas. Desde esta perspectiva, la crítica se enfoca directamente a la libertad falsa que actualmente conocemos, pues ejercemos señalamientos detrás de un seudónimo o de un dispositivo que no cambia el orden establecido. Nos hacen creer que somos libres, que logramos razonar lo que queremos porque al final eso no cambia nada. La razón actual, por lo tanto, es un medio para otros fines y no un fin para sí misma.
Nos hacen creer que somos libres, que logramos razonar lo que queremos porque al final eso no cambia nada. La razón actual, por lo tanto, es un medio para otros fines y no un fin para sí misma.
La historia sigue cuando el hombre que las rescató las lleva a una zona boscosa, oculta de lo «civilizado», para asesinarlas. En realidad, el hombre también forma parte de todo el acto. La chica logra escapar, pero la protagonista debe morir. Entonces aparecen todas las personas con sus celulares filmando lo que puede ser un espectáculo sanguinario. Exactamente cuando el hombre intenta asesinar a la mujer, la chica aparece con un arma y lo mata. Después ambas huyen.
Por consiguiente, toman la camioneta y eligen dirigirse a «Oso blanco» para sabotear el sistema y cambiar a la sociedad enajenada. La mujer aún parece no comprender lo que sucede, pero sus presentimientos -las distintas visiones que sigue teniendo a lo largo del camino- le confían el optimismo necesario para cambiar su situación y descubrir, por fin, quién es ella y por qué no recuerda nada.
Al llegar a «Oso blanco» se encuentran con otros asesinos que buscan impedir el ataque a la base, pues eso arruinaría el control de las masas y cambiaría lo establecido. Nadie se encuentra preparado para comenzar nuevamente o reconsiderar un orden distinto. Lo que sigue del capítulo es un giro radical a la historia, por lo que el lector deberá conocer el episodio, pues mi finalidad no es arruinar su perspectiva, su propia interpretación y, por supuesto, su experiencia estética.
El planteamiento paradójico entre el bien y el mal resurge para considerarse desde la postura filosófica. ¿Estamos, de verdad, tan lejos de esta realidad «ficticia»? ¿Estamos listos para otro paradigma surgido de un cambio radical? La respuesta no depende de un análisis hermenéutico de este capítulo de Black Mirror, sino de la plena observación de nuestro contexto: la creación de muros divisorios, la pena de muerte para indigentes, el uso de armas para cualquier persona -que, lógicamente, pueda adquirirlas por medio de su capital-, entre otros muchas descabelladas, pero vigentes propuestas.
No basta con observar pasivamente para una retroalimentación que permita entablar un aparente contacto con la realidad, sino indagar aún más en la existencia para poder observar -casi como con un celular- la situación en la que vivimos. De este modo, podemos replantear lo vivido y, quizá, hacer con éxito una serie que permita identificar al público con el futuro de lo efímero o el pasado de lo presente.