Fotografías de Giovanna Enríquez
I
Escribo este texto a distancia temporal de mi encuentro con Fabiola en su taller de la San Miguel Chapultepec, el ocho de diciembre de 2021 a mediodía. Escribo tratando de recordar nuestro encuentro, un ojo a las fotografías y otro a las notas rápidas de nuestra charla. Escribo de prisa para no olvidar lo conversado. Fabiola, su obra, su espacio y sus palabras dejaron en mí una inquietud por reconocer, incluso, cómo se habla a distancia de lo que ha sucedido. ¿Será que este texto se encuentra en un limbo entre los hechos de ese día y la ilusión de lo que se habló y cómo se dijo? Que éste sea, pues, un espacio narrado desde ahí, como si estuviera con ella justo ahora.
II
Fabiola Torres-Alzaga es artista visual, su trabajo consiste principalmente en instalación, escultura, fotografía, dibujo y cine; no me atrevería a decir que trabaja con temas, sino con obsesiones-pasiones. Su obra me detona algunas preguntas: ¿qué pasa por su cabeza cuando especula una obra?, ¿cómo hilvana entre ideas, bocetos y objetos?, ¿desde dónde anuda y cómo lleva sus procesos creativos? Le escribo para vernos. Quedamos. Llega el día. Salgo a nuestro encuentro.
III
Después de una confusión de números de casa, toco el timbre correcto y sale a recibirme. Su taller se encuentra dentro de un espacio urbano, se percibe ruido de la calle colándose por la ventana, entramos a una especie de guarida de creación arropada por flores, plantas y árboles. Dos habitaciones contiguas forman un estudio de paredes blancas sin puerta que las separe. Qué placentera iluminación, pienso, mientras ella dispone dos sillas para iniciar la charla.
Entre breves intercambios sobre el agua helada del lavabo, su cafetera nueva y las ventajas de recorrer la ciudad en bicicleta y no en auto, comenzamos a hablar de otro tipo de inquietudes: cómo el cine expandió nuestra experiencia de la realidad. Así, sin más, Fabiola inserta en mi cabeza la famosa escena de Psicosis de Alfred Hitchcock y dice: “¡Son melones! Lo que nosotrxs escuchamos como cuchillo atravesando la carne ¡son melones!” Y claro, ahora entiendo que Fabiola tiene una complicidad con el cine tan estrecha que su obra no hace sólo referencia a algunas de las herramientas de este formato para trabajar con el artificio, sino que ella misma parece pensar “en cine”, es decir, sabiéndose consciente de la temporalidad y espacialidad de lo que está sucediendo. “El artificio le da realidad a la escena”, me dice.
El cine y la magia de salón son dos disciplinas con las cuales ha puesto a conversar su trabajo desde hace tiempo. Estas herramientas fuera de la lógica, estos actos de ilusión, permiten que su obra produzca otras visualidades, otras formas de ver aquello aparentemente cotidiano. Volteo a la izquierda y veo una pieza que me hace desviar la mirada, es una mariposa (completa, a simple vista) dentro de una vitrina de cristal y madera. Si miro mejor, me doy cuenta del engaño. La mariposa parece entera por una ilusión, pero en realidad está fragmentada.
La charla sobre el cine continúa, me cuenta el miedo que le provocaban las películas de terror cuando era pequeña y de su truco para perder el miedo: si Fabiola reconstruía la escena en su cabeza, si imaginaba lo que pudo haber sucedido cuando se estaba grabando la escena (en qué lugar del set estaba la cámara, el director o lxs actores), si recreaba la puesta en escena en su mente, Fabiola podía vencer ese temor, podía terminar de ver la película. Ese acuerdo que sucede mentalmente entre las películas de terror y lxs espectadorxs es el mismo que existe entre la obra de Fabiola y los públicos: la obra sucede en nuestra cabeza, en nuestra mirada, en nuestro cuerpo.
La observo y reconozco en ella cierta comodidad al hablar de la mirada, pero también una potente reflexión sobre el encuadre. “Cada vez que encuadras estás manipulando el paisaje porque estás dejando fuera 180 grados. Una vez que encuadras estás violentando lo que tienes enfrente.” Ambas coincidimos en que la presencia de la cámara es una metáfora de la visión, ella enfatiza que mirar es una de las acciones más violentas. Pienso en su obra y en cómo la relación mirada-censura es muy clara en algunas de sus piezas, sobre todo en aquellas que señalan la censura sistemática y patriarcal evidente no sólo en el cine o en el arte, sino en los espacios más cotidianos. Fabiola me cuenta cómo la censura explícita en el cine desde inicios del siglo pasado ha afectado las formas de ver, percibir, reconocer, legitimar. “Donde hay poder, también hay resistencia”, menciona.
«¿Pero cómo resistir a estas formas nada ingenuas de acotar la mirada que están en todos lados?», pregunto. Fabiola me dice que “quienes no nos identificamos con esto aprendimos a leer entre líneas, a activar el fuera de cuadro, a entender entre cortes, y una de las cosas más importantes para eso fue el sonido”.
Cuando me dice esto, pienso en algunas de las posibilidades que tiene su obra, miro a mi alrededor y observo cómo muchos de esos objetos y esculturas hechos por ella son piezas con sonido a pesar de no tener audio, como tal y las imagino en el espacio de exposición siendo sonorizadas por el silencio de la sala, por los murmullos de la gente, por el ruido del espacio mismo. “Puedes no ver a partir de la censura visual, pero puedes escuchar… Tú generas la escena, vas escribiendo lo que no se puede ver”, me dice. Esto implica una participación activa de lxs espectadorxs; por eso la obra de Fabiola no puede ser sólo vista, necesita ser mirada, observada, escuchada de verdad.
Hacemos una pausa de respiro, un poco a manera de escucha cómplice de la maquinaria que viene de la calle, un poco también para pensar otros temas. Fabiola me propone ver una de las escenas de la película Indiscreta, la cual considera ser casi el principio de la videoinstalación. En esa famosa escena de Cary Grant e Ingrid Bergman, una pareja no casada charla y coquetea acostada en la “misma” cama; en una cama separada físicamente, pero junta gracias al montaje. De nuevo, la censura para legitimar lo sexual no como placer sino como acto reproductivo.
Fabiola me cuenta de otra de sus piezas, Entre actos, pieza que presentó en el Chopo, una instalación a la cual llevó todo su escritorio y mesa de trabajo para proponer una puesta en tensión de la realidad con objetos, sus delimitaciones, sus formas físicas y nuestras formas de ver. Curiosamente, esta pieza fue mejor descifrada por niñxs, quienes quizá tenían más disposición de ver que lxs adultxs. “Si el artista y los públicos se ponen de acuerdo, es posible la obra”, me dice.
IV
Hicimos una pausa para un café. Yo preferí un té, anexo la foto de la taza, hasta el té con ella es espejismo.
V
¿Y cómo reconoces que una pieza funciona, me refiero a que funcione con lxs públicos que la viven?, le pregunto sin estar segura de haber configurado bien la pregunta. Fabiola me comenta que, en el caso de las instalaciones, ella no tiene idea de lo que sucederá hasta que las monta, trabaja con maquetas que le dan una especie de “modelo de lo real” para aproximarse a lo que quiere. A veces el montaje cambia en el proceso, se va modificando dependiendo de los requerimientos del espacio, me explica. “Cuando haces una pieza que tiene que ver con el cuerpo del otrx insertx en el espacio, terminas de ver cómo funciona la pieza en la interacción”. Me da la impresión de que la experiencia de la gente le regala la oportunidad de conocer su propia pieza. «Es como una conversación», confirma ella.
Pausa. Pienso en un poema que dice todo lo anterior pero de otra forma, un poema espejo (según yo) de la obra de Fabiola.
Observo sus dibujos en hojas blancas sujetos a la pared con cinta azul. Su obra amplía el espacio de manera que éste es también parte de la obra, sus piezas nunca están aisladas, la pieza es una extensión de las paredes, del suelo, del techo. Sus piezas son una respuesta al espacio y juegan con la ilusión. “No sabemos qué es ilusión hasta que vemos los límites… antes de eso, todo es realidad”, me dice.
Fabiola cruza las piernas, estira un brazo con soltura para sostener la taza de café, desenfadada se acomoda en la silla, su voz grave y directa se sostiene entre nosotras, le escucho decir lo más potente de ese día: “Lo que me encanta de la ilusión es que es un espacio de resistencia ante lo que se impone… el espacio se acomoda para existir”. Pienso en cómo su obra se sitúa en el espacio para crearles a los espacios otro muro, o una ventana, o una puerta, o una esquina imaginaria (ella me pone esos ejemplos cuando le digo mi hipótesis).
Nos quedamos un momento en silencio.
“¿Cómo hacer que todxs quepamos en este espacio?”, se pregunta. ¿Cómo podemos resistir a nuestra desaparición?, me pregunto sin decírselo. Eso fantasmagórico del cine nos recuerda que sí es posible montar sitios para otras visibilidades, coincidimos. Esas herramientas de resistencia que manipulan el espacio son urgentes. Pienso en algunas de sus piezas, en su última muestra en el MUAC.
La obra de Fabiola es también un espacio de enunciación política. La última pieza que está trabajando, una videoinstalación, es un artificio de sonido e imagen donde trabajará la idea del fantasma, del fantasma que no tiene figura, del que se hace presente, pero que no puedes aprehender. Me dice “Hay otrxs que generan un enunciado impronunciable ante la censura”, yo creo que ella también es ese otrxs.
Un fantasma no enuncia; hace sentir, puede estar o no estar, pero existe. «¿Quiénes son, quiénes somos, esos fantasmas?», me pregunto.
VI
Reconocemos que hemos llegado al fin de la charla. Ella se levanta de la silla, comentamos algo más (que no sé si recuerdo) sobre la imposibilidad de ver. Fabiola y su obra proponen reconocer la miopía, aceptarla, pero buscar otras posibilidades. “Hay que buscar otras maneras de relacionarnos que no sean solamente con lo que hay, sino a partir de lo que podría haber… la ilusión es una posibilidad”, me dice, este comentario se queda en mi cabeza.
Tomo la cámara, hago algunas fotos, tengo la cabeza en otro lado… Después de esta charla, gracias a ella, confirmo que encuadrar una foto no es algo ingenuo.