“Una gota de tinta puede más que cien memorias privilegiadas”
Proverbio chino.
Infortunios de Alonso Ramírez va sobre un hombre que recorrió el mundo involuntariamente debido a las múltiples peripecias que sufrió y que a su “regreso” relató su vida a un tal Sigüenza y Góngora, quien después lo recopilaría en un escrito. Ahora parece simple, pero en realidad lo es sólo porque aceptamos todo lo dado por hecho, por ejemplo, que Alonso Ramírez existió cuando, ciertamente, ésta estuvo oscilando entre la certeza y la confusión durante muchos años debido a la difuminada documentación que se recuperó y que se mantuvo hasta hoy. En efecto, sin la obra de Sigüenza y Góngora, quizás el nombre de Alonso Ramírez no nos diría nada.
Dirigiéndonos a una prueba tangible como lo es el prólogo de Historia del seno mexicano de José Buscaglia, donde se declara la unión matrimonial real entre dos personajes que se hacen explícitos en la obra. Este elemento, antes de sintetizar y facilitar el estudio de los Infortunios, abre más panoramas que guían a dos principales dilemas: la autoridad y la colonialidad en derredor de los Infortunios de Alonso Ramírez, relacionando la participación de Alonso Ramírez con la construcción de la obra. El problema que genera el hecho de que Alonso Ramírez exista fuera del texto se remite a que, por lo tanto, prevalece un referente, es decir, el Alonso Ramírez que hallamos en Infortunios… ya sea como protagonista, narrador o no, remite a los receptores del impreso a una persona en el mundo exterior; asimismo, al igual que Alonso Ramírez, Carlos Sigüenza y Góngora como narrador o no, con más evidencias de su existencia, también tiene una relación directa con una persona fuera de la obra. Esta atadura mental en la que se ve afectado el lector trae consigo diferentes implicaciones, por ejemplo, el valor en la palabra que pudiese tener Alonso Ramírez para la construcción de la verosimilitud en los hechos narrados o la ideología sociopolítica que mantiene Carlos Sigüenza y Góngora durante su labor de “escribano”, por consiguiente, la necesaria unión de estas dos figuras en la obra tiene una peculiar construcción que no debe pasar por desapercibida: la afectación en la denominación genérica de la obra, la subordinación, igualdad o mandato entre ambos y la ubicación del fundador de tales ideas reflejadas en Infortunios…
Como se señaló, la subordinación: cuando existe una mayoría concentrada en un espacio determinado y cerrado que separa intelectual, cultural y socioeconómicamente a los demás de su centralidad, la polaridad entre sus beneficios y prácticas se ven muy diferenciadas por lo que son y por lo que creen ser a partir de cómo los ve el Uno o el Otro[1]: el Uno, en este contexto sería Sigüenza y Góngora y todo su entorno en el que nació, otorgándole ciertas estructuras mentales, mientras que Alonso Ramírez se distingue por haber nacido en un contexto en el que su cultura figura de distintas maneras que las del Uno, pero su economía e intelecto dependen del de la gente que pertenece a éste. Las estentóreas diferenciaciones intencionadas −aún hoy− implican un juego de poder donde las posturas del dominado y el dominante parecen inamovibles. Sobre esto y su relación con el texto, Mariana Zinni agrega: “[Infortunios de Alonso Ramírez] se inscribe en la serie de problemas surgidos entre colonizadores y colonizados a la hora de explicitar cierta autoridad epistemológica y representaciones del poder de parte de unos y otros”[2] porque, a pesar de que fueron los pies de Alonso Ramírez quienes recorrieron, se perdieron y regresaron de donde partieron, son las manos del escritor novohispano y su extensión con la tinta las que les toca decidir qué seleccionar y cómo combinar la historia. Resulta concluyente que sólo veamos el cuadro completo de la imagen sociocultural en la que nos inscribimos para dilucidar que repetimos los patrones a los que Alonso Ramírez fue expuesto: la visión reduccionista que tenemos sobre literatura al deslindarnos de todo lo que no es escrito, o bien, rechazar lo oral.
Me he adelantado y he escrito ya algunas atenciones que tomé por sentadas y que deben desquebrajarse: ¿quién es el autor de los Infortunios de Alonso Ramírez? No se ha de caer en la falsa conformación de un solo ente que reúne a escritor, narrador y autor: cada uno tiene una tarea y una función diferente, no obstante, puede que la misma persona en el exterior del texto sí cumpla una, dos o tres ocupaciones, pero resulta sumamente improbable que así suceda en este caso. El alcance de un autor tiende más a encaminar su actividad al sector social en el que se mueve: un autor esta ligado a un sistema institucional, determina un universo estilístico y sirve para caracterizar una clase de discurso diferenciado del de los demás, le concede prestigio o no al texto, es decir, le da autoridad, y no se remite precisamente a alguien real, por ejemplo, cuando se utilizan pseudónimos; en Infortunios… queda reflejado que el único candidato auténtico para ocupar el espacio del autor es Sigüenza y Góngora porque, en efecto, en el mismo texto se evidencia esto; una prueba más inmediata y sencilla consiste en sólo abstraerse al cómo concebimos los Infortunios de Alonso Ramírez, obra de Sigüenza y Góngora. El escritor, por otro lado, es quien maquina el texto a partir de su capacidad imaginativa y técnica discursiva y quien se deslinda de una correspondencia equivalente y directa con el narrador y/o el autor; un escritor puede no tener nada en común con su narrador y utilizar un seudónimo como autor, sin embargo, un escritor siempre tiene que tener un referente directo en la vida real. En este aspecto de la obra también resulta que Sigüenza y Góngora cumple dicha función: una prueba suficiente que nos marque que así es no se manifiesta explícitamente dentro del texto, pero el argumento más factible radica en que, debido a sus estructuras de pensamiento, se muestra poco posible que Alonso Ramírez supiera escribir, mientras que Sigüenza tiene más testimonios documentados de que ejerció esta práctica.
Me detendré en las implicaciones del escritor en los Infortunios de Alonso Ramírez puesto que justo aquí también encontramos otra dualidad más en la inmensa escalinata del poder que ejerce la centralidad en contra de la periferia: la oralidad vs. la escritura, la cual ha tenido innumerables batallas y argumentos a favor y en contra. Vuelvo a apoyarme en Mariana Zinni, quien indica: “Este último [Sigüenza y Góngora] será el encargado de fijar el texto, de borrar las posibles marcas de la oralidad, darse su forma definitiva e institucional como texto literario sujeto a determinados modelos canónicos…”[3]. En la centralidad, la imposición sobre la oralidad en el caso de la obra que se analizan, se manifiesta cuando Sigüenza y Góngora imprime en el papel los relatos que Alonso Ramírez, quien, según el narrador, distribuyó inicialmente por vías orales durante su estadía en Mérida: “No hubo vecino de ella [la ciudad de Mérida] que no me hiciese relatar cuanto aquí se ha escrito, y esto no una sino muchas veces. Para esto solían llevarme a mí y a los míos de casa en casa…”[4] Mabel Moraña, aún sin mencionar a un narrador, aclara sobre el vacío que llena Sigüenza: “…se apropia de la historia de Alonso Ramírez, la re-produce como si fuera suya, en primera persona, adoptando la máscara de un ficticio protagonismo que se entrelaza con su función de organizador y escribiente de un relato ajeno.”[5]. El sujeto dominado por la naturaleza permanente de la escritura es sin duda el referente Alonso Ramírez quien cuenta sus viajes, sus acciones y desventuras y, Sigüenza y Góngora, que no inventa, sino impone su visión a ésta, mas ¿con qué límite?, la problemática reside en que el contexto de nuestro estudio nos restringe a los libros y no a otros modelos de expresión literaria, además de que resulta imposible conocer la historia de Alonso Ramírez de otro modo. (Me abstendré de comentar sobre el narrador dentro de Infortunios… porque su complejidad llena otras cuantas páginas.)
Por último contemplaré la noción del género; a pesar de que mucho se ha dicho sobre el género: que si tiene un carácter judicial, picaresco −o inclusive antipicaresco−, género deíptico o seudoautobiográfico,[6] lo cierto es que todos estos análisis fueron alimentados por lo que podría aportar sobre su función en relación con la verosimilitud que, por lo tanto, traería consigo: si la obra fuera una autobiografía como tal, el nivel de veracidad, el acuerdo entre obra y el lector, se reforzaría, mientras que, si la clasificáramos dentro del género judicial, por ejemplo, dicho pacto disminuiría su propiedad de verosimilitud, aumentando el de la argumentación. El embrollo que ha generado Infortunios… con respecto a esto es consecuencia principalmente de su carácter cíclico: la obra comienza con el inicio del viaje de Alonso Ramírez, pero con una dedicatoria firmada por Sigüenza y Góngora y termina cuando este primero le cuenta la historia a este último, quien ejerció la tarea de escribirla, no obstante, no es el único elemento, también se presentan inserciones dentro del texto que dirigen al espectador a la concepción de que Alonso Ramírez está consciente del texto en el que está, despojándose de la verosimilitud que la historia debiese tener si la consideramos como autobiografía, y más como biografía; mejor representado y con dificultades interpretativas donde se lee: “… que no me hiciese relatar cuanto aquí se ha escrito…”[7] utilizando un “se” (se ha escrito) impersonal en vez de un “yo he escrito” o un “Sigüenza y Góngora ha escrito” o, inclusive, “alguien ha escrito”. La impersonalidad de esta oración, y la referencia directa a un escrito son los factores que hacen que el lector problematice tanto en el narrador y la veracidad de los hechos narrados en esta obra. El género es importante porque se revela la capacidad de Góngora de mirar la importancia que tiene éste a la hora de escribir su obra.
A menudo el mismo Alonso Ramírez de los Infortunios de Alonso Ramírez se pregunta qué tanta verdad existen en sus palabras y qué tanto, ha de reconocer, se sitúan ante la realidad. El Alonso Ramírez del texto ignora la existencia del Otro a pesar de que una de sus partes haya nacido de allí. Sigüenza y Góngora, por otro lado, vive en el imaginario contemporáneo por sus grandes méritos como escritor y por su valor como literato, pero si nuestra concepción de literatura pudiese abstraer tantos textos como interacciones discursivas ¿qué tan cerca de Sigüenza y Góngora estaría de Alonso Ramírez en méritos literarios?, o, si se prefiere ¿cuál sería el análisis de los Infortunios de Alonso Ramírez frente al análisis del texto oral que Alonso Ramírez realizó a las personas? No lo sabemos: “Los vocablos de letra y de literatura designan y diseñan […] un espacio que bien podrá considerarse como el dominio de los estudios literarios”[8], porque como señala Walter Mignolo, nuestra concepción de literatura nos lo impidió en su momento con Alonso Ramírez y, a pesar de los siglos que nos separan, sigue limitándonos a acercarnos a lo que no es letra. Alonso Ramírez sí está presente en la obra de Sigüenza y Góngora, pero, como se dilucidó en este texto, lo encontramos pequeño y diminuto en relación con, las que se presume fueron, sus grandes andanzas…
[1] Abstraigo sólo los conceptos del Uno y el Otro de: Arturo Andrés Roig, “Capítulo II. Los tres Humanismos”, en El humanismo ecuatoriano de la segunda mitad del siglo XVIII. Tomo I. Ecuador, Banco Central del Ecuador: Corporación editorial nacional, 1984, pp. 25-49 deslindándome de sus respectivo análisis sobre los tres humanismos; y siempre que los mencioné me referiré a estos.
[2] Mariana Zinni, “Infortunios de Alonso Ramírez, de Carlos Sigüenza y Góngora: aproximaciones a una geografía poscolonial”, en Iberoamericana, p. 58
[3] Mariana Zinni, op. cit., p. 70 El énfasis no es mío.
[4] Carlos de Sigüenza y Góngora, op. cit., p. 35-36
[5] Alejandro Iván Pérez, Narrador y Literariedad en los Infortunios de Alonso Ramírez, p. 68 apud Mabel Moraña, “Máscara autobiográfica y conciencia criolla en Infortunios de Alonso Ramírez”, en Dispositio, núm 40, 1990, p. 107
[6] Para leer sobre un análisis a partir del género de: la novela picaresca y la antipicaresca, la carta-relación, la novela de viajes y la autobiografía, véase: Alejandro Pérez y Mariana Zinni; y para el género judicial, género deliberativo o género edíptico, véase Patricia Celedón.
[7] Idem
[8] Walter Mignolo, La lengua, el territorio (o la crisis de los estudios literarios coloniales)”, en Lectura Crítica de la Literatura Latinoamericana. Tomo I. Inventario, invenciones y revisione, p. 9
Autor: Juan Manuel Noguez Estudiante de Letras Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Miembro fundador de Producciones IDM. Entusiasta del cine y la literatura. |