La tercera edición del Festival Cinema Queer México no fue como las anteriores; en condiciones de pandemia, fue necesario encontrar alternativas virtuales a un evento que, anteriormente, había distribuido sus espacios entre la Ciudad de México, Querétaro y Tijuana. Ahora, la puesta en escena se realizó a través de la plataforma FilminLatino, y se intercaló con charlas que abrieran el diálogo sobre la representación positiva de las experiencias cuir, las ganancias que ya se han logrado en el ámbito político y social, y las necesidades que todavía nos atraviesan. En su afán por centralizar las narrativas LGBTQ+, el festival puso en relieve, de manera ineludible, tanto los contados pero valiosos avances como los profundos dolores y deficiencias que atraviesan a la comunidad en México, en especial cuando la comparamos con la de un país como Suecia, cuya embajada colaboró con la creación del festival y el cual estuvo representado en dos de los cinco filmes de la cartelera. A continuación, discutimos cada uno de ellos.
El primero fue un corto documental, La felicidad en la que vivo (2020), sobre la activista Samantha Flores, una mujer trans octogenaria que ha luchado por crear el primer albergue gratuito para adultos mayores LGBTQ+, Laetus Vitae, una misión loable en donde confluyen dos grandes opresiones: tener una identidad diferente a la cisheteronorma y ser de la tercera edad. Samantha, en el cortometraje y en entrevistas con otros medios, así como en una de las charlas del Festival, aboga por la visibilidad de los viejos LGBTQ+, doblemente ignorados en comparación con los ancianos cishet cuya problemática ya es en sí grave en las sociedades actuales.
Sin embargo, la línea seguida por el documental no cuenta sobre esta lucha sino sobre la persona detrás de ella, toma en cuenta sus vivencias y momentos gratos en vez de las dificultades y las piedras en el camino para una mujer trans que ha sido activista desde los veintidós años. En los pocos minutos de una charla sobre aceptación paternal, baile y grandes sueños se reconoce una faceta de las personas LGBTQ+ que los medios pocas veces eligen señalar: la aceptación y la felicidad de ser unx mismx.
Con Encuentro (2019) surge algo distinto: éste fue uno de los filmes con un tono diferente, orientado hacia la realidad de muchas personas mexicanas en la comunidad donde la familia tiene matices no siempre correctos, no siempre amables. Por un lado, tenemos a Julián, un joven oprimido bajo el peso de los valores que su madre inculca y, por otro, a Arcelia y Lulú, una pareja que ha vivido siempre para sí; en ambos casos, existe la necesidad de ocultar su identidad, una misma orientación sexual.
Estas historias, que si bien no parecieran estar unidas en un principio, se juntan cuando una de las principales problemáticas del país aparece: el reconocimiento de personas de otros géneros y orientaciones ante grandes instituciones. Los sistemas sanitarios y legales en México están lejos de ser incluyentes, el personal no está capacitado para tratar a una persona trans, no binarix o simplemente de una realidad distinta a la heteronorma. A pesar de los avances por los que se han luchado, la realidad de la comunidad LGBTQ+ continúa siendo invisibilizada e ignorada.
Ante el suceso como al que se enfrenta Arcelia (es decir, en los tiempos en que verdaderamente se necesita apoyo y comprensión), se muestran los valores e ideologías que perviven y gobiernan los sistemas; mismas creencias que continúan avasallando a Julián y a tantxs jóvenes para ocultar su identidad o sufrirla en silencio. De aquí la necesidad de la comunidad, no sólo como siglas y etiquetas, sino como verdadero apoyo, igual al demostrado en el cortometraje.
Topp 3 (2019) resaltó, de entre las otras obras seleccionadas, por su guión ligero, su narrativa inusual y por ser la única completamente animada; además, porque aborda las relaciones sexoafectivas desde una mirada que enfatiza la responsabilidad emotiva y no asigna ninguna excepcionalidad a las experiencias fuera de la heteronorma. Este mediometraje animado aprovecha sus cuarenta y cuatro minutos para describir la relación entre Anton y David, dos jóvenes suecos que se plantean una vida juntos hasta que se descubren con intereses y metas dispares. Ante la posibilidad del conflicto, la ruptura se vuelve más bien un acto radical de ternura y cuidados.
Al mismo tiempo, Anton y David sólo son capaces de experimentar este tipo de relación gracias a una serie de privilegios que los atraviesan: son varones, económicamente estables a través de riqueza heredada, participantes de una economía en la que es posible tener trabajo autogestivo a pesar de no tener experiencia, y en una sociedad que reconoce su identidad sin cuestionarla. Esta obra y la capacidad de crearla son reflejo de estas mismas ventajas, las cuales revelan el potencial subversivo y constructivo de las perspectivas cuir en entornos que les comprenden y no les restringen.
De manera similar, el documental sueco Siempre Amber (2020) produce una ráfaga de emociones ambivalentes cuando es visto desde México. El filme, enfocado de primer momento en la profunda amistad entre Amber y Sebastián, ambxs de 16 años, queda interrumpido por su ruptura y el drama que esta conlleva; sólo hasta entonces es que dirige su mirada hacia el género no binario de Amber. La posición de las directoras es claramente ya no contar historias sobre la disidencia (es decir, historias donde la identidad o la orientación de sus protagonistas constituye el conflicto), sino historias sobre personas de la disidencia. La identidad de Amber nunca le conflictúa: le vemos acudir a una clínica gratuita y, después de una breve pero empática entrevista, recibir un diagnóstico y un pase para la mastectomía. La única incertidumbre tiene que ver con la pertinencia de realizarse la operación cuando sólo siente una presión externa, y no un deseo propio. La conclusión a la que llega resulta significativa: en realidad, lo que buscaba era el reconocimiento, el documento que certifica su género. No necesita medicalizar su experiencia más allá de eso.
Para las personas trans y/o no binarias mexicanas —entre ellxs lxs invitadxs a la charla del festival, o lxs autorxs de esta reseña—, Siempre Amber resulta una experiencia agridulce. Por un lado, resulta liberador saber que en algún lado es posible vivir con tan pocas fricciones respecto a nuestras identidades; que se puede, por ejemplo, ir con unx medicx sin temer diversos grados de invalidación. Sin embargo, estas posibilidades resultan tan lejanas que sólo hacen más dolorosas las dificultades presentes, en especial cuando están atravesadas por otras opresiones como las raciales o de corporalidades diversas, las cuales no se asoman en una película con unx protagonistx blancx, delgadx y sin discapacidad.
La representación lésbica en medios, como bien señalaron las participantes del panel invitado al festival para discutir Todo mundo tiene a alguien menos yo (2012), ha sido un asunto accidentado. Este largometraje mexicano, escrito y dirigido por Raúl Fuentes, ocupa un lugar incómodo, pero no absolutamente negativo, dentro de esta problemática. Vale la pena reflexionar, justo como nos invita el festival, sobre las circunstancias.
El filme relata la relación entre María, una chica de diecinueve años, y Alejandra, una editora mucho mayor que ella. La disparidad en las edades, alarmante en un primer momento, toma un matiz particular en medida que ésta define con cada vez más prominencia los conflictos entre ellas; sin embargo, lo que se ve no es una relación de poder impar sino una desconexión en los intereses. Mientras que a María le interesa ir a fiestas, divertirse, reflexionar sobre los superficiales aprendizajes que hace en la escuela y un interés incipiente por la poesía, Alejandra expresa extraordinarios y hasta esquemáticos intereses intelectuales, la muy adulta necesidad de irse a dormir temprano, y un afán deliberado por el buen gusto. El discurso parece, a ratos, reprocharle a Alejandra la incapacidad de relajarse o de discutir cualquier tema sin aseverar su superioridad intelectual ante sus interlocutoras.
Sin reprochar a esta película en concreto, que hace más que la mayoría para visibilizar experiencias femeninas dentro de la disidencia sexual, sí es importante rescatar uno de los puntos más discutidos en la mesa sobre ella; la importancia, no sólo de representar, sino de dar voz a creadoras, directoras y artistas femeninas para que cuenten sus propias historias.
Así, los filmes presentados en esta edición virtual del Festival no pueden evitar dejar en descubierto dolores y necesidades aún latentes. Rescatamos, no solo la difusión de estos, sino la apertura del festival para discutirlos y hasta cuestionarlos. Al final, la cartelera no deja de presentar una necesaria perspectiva gozosa, alegre y amorosa de la comunidad LGBTQ+, una comunidad que cada vez lucha más por una representación digna y tan diversa como lo es el sentir y la identidad humana, realizada a viva voz y con acceso a los medios necesarios para crear, nosotrxs mismxs, relatos que hablen con nosotrxs y no por nosotrxs.
***
B. Amigón. Chica trans editora que escribe a ratos, lectora y crítica del manga, la teoría queer y de tradición fanzinera, en busca de nuevos espacios que permitan el acceso libre a la cultura.
Gina Correa (Zapopan, Jal., elle/-e). Estudiante de Letras Hispánicas en la Universidad de Guadalajara. Virgo de lxs que no creen en el horóscopo, le interesan el género, el análisis discursivo y la literatura hispanoamericana.