El convulso escenario mundial de las últimas semanas ha orillado a miles de personas a detener sus actividades diarias, obligando a familias enteras a permanecer en casa. Sin embargo, y sin dejar de lado el ambiente trágico de enfermedad e inestabilidad económica que impera, existe un ámbito que, en medio del caos, parece verse favorecido. Se trata del acceso abierto al arte y de su inclusión en nuestras vidas desde lo que podríamos considerar una dinámica más flexible y heterodoxa.
Ante la catástrofe, las y los músicos dan conciertos desde casa; las bibliotecas, acceso remoto libre a sus fuentes; las plataformas educativas, cursos de carácter gratuito. Para el caso de lo que me ocupa en Trazos, las artes visuales, no puedo dejar de mencionar los recorridos virtuales que ofrecen algunos museos; las personas que, genuina y deliberadamente, se han ocupado de compartir sus conocimientos sobre historia del arte; así como las y los artistas que muestran y explican su quehacer, lo cual ha convertido la cuarentena en un momento más que significativo desde la mirada del arte-educación.
Con la contingencia, se nos presenta la oportunidad de repensar los métodos y las vías de aprendizaje sobre las artes visuales. Ahora más que nunca, los museos, las instituciones artísticas de carácter pedagógico y la población misma son detonadores de actividades lúdicas y educativas a distancia. Ahora más que nunca, desde la solidaridad, se materializa el acceso al arte y a la cultura como un derecho.
Por supuesto, existen cuentas, personajes y espacios digitales que han generado contenidos de esta clase durante años. La idea del “arte desde casa” ha estado ahí por mucho tiempo, con el concepto de democratización como uno de sus pilares; sin embargo, parece que sólo el escenario mundial actual nos ha permitido considerarla realmente como una opción más que complementaria a lo que se vive de manera presencial en los “grandes recintos del arte”.
En estos días de cambios bruscos, encierros e incertidumbres, resulta fundamental acceder a contenidos que, más que pensarse como civilizatorios —una implicación que, históricamente, se ha asociado con las artes—, nos permiten cambiar el foco de atención a otros aspectos de la vida, saciar curiosidades, ansiedades y sanas avideces.
Recrearnos con y en las artes desde nuestros propios lugares nos permite romper con los espacios consagrados de formalidad, rigidez y paternalismo en que El Arte —en singular y con mayúsculas— ha tenido como fin último educar al visitante “ignorante y sin criterio”. Pienso que, en el mejor de los casos, se nos muestra una coyuntura que puede otorgar agencia a quienes nos pensábamos como espectadores pasivos, lo que nos lleva a involucrarnos desde nuestras subjetividades.
Meter al arte en casa, invitarlo a pasar, —a las pantallas de los celulares, a la cotidianidad de lo familiar y al goce del esparcimiento— permite desacralizarlo, subvertir las relaciones de poder en las que se ha visto envuelto y desmonopolizar su comprensión. Poner un cuadro de van Gogh o una escultura de Miguel Ángel en el mismo espacio en que miramos memes no implica banalizar el valor técnico, histórico o artístico de las piezas, sino, por el contrario, poner en perspectiva crítica la jerarquía que se ha establecido en torno a la creación visual y material. ¿Por qué uno resultaría más valioso que el otro? ¿En qué términos lo haría y quién los ha establecido?
En realidad, el espacio digital podría ser aquel en el que se rompan los monólogos homogeneizadores y jerarquizantes de los gustos, las opiniones y las experiencias de los públicos con y hacia el objeto artístico; lugares en los que quepan discursos sobre artistas emergentes o marginadas y marginados que, de hecho, cuestionen el modelo del genio artístico varón —blanco y europeo— que encarnan personajes como van Gogh o Miguel Ángel; sitios en los que los que las limitantes ideológicas y económicas que operan en los museo puedan trastocarse.
Sin duda queda mucho por hacer. Deberíamos generar estrategias para que los derechos culturales fueran realmente eso: derechos, y no los privilegios de quienes podemos tomarnos algunos días de “vacaciones forzadas” sin que nuestra economía o salud peligren, o de quienes tenemos acceso a lo digital a través de un servicio de internet y algunos aparatos electrónicos. Lo que hemos presenciado en los últimos días es tan sólo el resquicio de una utopía. Lo bueno de ellas es que pueden fungir como guías, trazos a seguir.