El capitalismo ha creado tanta precarización que tener un salario constante y un empleo parecen la prerrogativa de una minoría. Sin embargo, bajo qué condiciones existe el empleo y bajo qué referencias se percibe ese salario constante indican la clase social al que el trabajador se inscribe. En México, por ejemplo, se piensa al grueso de la población como parte de la clase media porque ha accedido a créditos sociales o privados con el fin de obtener vivienda, automóvil, electrónicos, etc. Camilo Ruiz, al contrario de Roger Bartra, opina que dicha clase media es un fantasma porque los criterios para definir a dicha clase eran los mismos que definían el proletariado hace cuarenta años. Entonces, el nuevo proletariado es aquella clase obrera que tiene crédito, por consecuencia, deuda.
Entonces, el nuevo proletariado es aquella clase obrera que tiene crédito, por consecuencia, deuda.
Hablar que México es un país de clase media en desarrollo articula un discurso ideológico que oculta al proletariado, porque tener una computadora no es indicador de percepción económica sino de la adquisición de deuda por parte del trabajador. Este discurso es sostenido por dos participantes: el Gobierno y las Empresas. En una clara relación lucrativa el Gobierno, por medio de propaganda masiva, alude que las reformas han eliminado “barreras legales y comerciales” para la creación e inversión de empresas en el país. Como consecuencia, la creación de empresas se entiende como empleos que los mexicanos necesitan para salir de la pobreza. Pero, ¿realmente el empleo “formal” representa un medio viable para la movilidad social? Tomando un ejemplo de empleo formal explicaré lo engañoso de las empresas y su falsa movilidad social que predican dentro de sí mismas. Kentucky Fried Chicken es la típica multinacional en la que cualquiera puede trabajar, ya sea de pasada o pensando seriamente en quedarse ahí. Uno ve el anuncio afuera de la tienda bajo el slogan “Forma parte del gran equipo de KFC” o, en casos más perversos, “Se parte de la familia…”. Convencerse suele ser difícil, porque socialmente portar el uniforme de Mcdonald’s, KFC o Burguer King significa suicidio social, o que eres un adolescente buscando plata para solventar juergas multitudinarias y un celular de gama media. Previamente concertada una entrevista te enteras que los requisitos para laborar en la empresa son insignificantes: disponibilidad de horario y secundaria terminada. Alguien que carece de estudios de bachillerato difícilmente logra salir del círculo vicioso de la pobreza, pues las personas que desertan de sus estudios son más vulnerables a percibir menos por su trabajo. Después de la entrevista te dan cita para la contratación: sin tantos rollos. Mandan a los nuevos candidatos, que no saben hacer nada, a un lugar donde les explicarán la historia portentosa del general Sanders, típico hombre americano madeself como ejemplaridad del emprendurismo y éxito. Luego, con un excesivo control, toman la huella digital -la cual servirá para revisar las horas laboradas- y datos del nuevo empleado. Después, una persona representante del sindicato de trabajadores (CTM) explica las “prestaciones superiores a las de la ley”, es ahí donde está el engaño.
Después de la entrevista te dan cita para la contratación, sin tantos rollos. Mandan a los nuevos candidatos que no saben hacer nada a un lugar donde les explicarán la historia portentosa del general Sanders, típico hombre americano madeself como ejemplaridad del emprendurismo y éxito. Luego, con un excesivo control, toman la huella digital -la cual servirá para revisar las horas laboradas- y datos del nuevo empleado.
En KFC, un empleado novato percibe $13.28 pesos la hora, que por ocho horas equivale a menos de dos salarios mínimos. Esto es libre de impuestos, o sea, el salario neto después de los recortes. Mi primer recibo de nómina en la que sólo laboré ocho horas en la semana, percibí 200 pesos, de los que 2.50 se dedujo el ISR, 9.50 para la Afore, 6 para el IMSS, 20 por cuota de afiliación al sindicato y 50 escandalosos pesos por cuota sindical. En el panfleto que me otorgaron el día de la contratación viene una tabla con los salarios a que un empleado promedio puede aspirar: el más alto es el store trainer con $20.09 la hora. Mensualmente trabajando 8 horas diarias en KFC se ganan $3,857. Trabajar de por vida ahí equivale a ponerse una soga al cuello. Si el salario no convence, las prestaciones lo hacen: prima vacacional, aguinaldo, uniformes y comida gratis. Cuando finaliza la contratación los nuevos son mandados a un curso de preparación que yo llamé Washing Brains Sessions porque son una mezcla extraña de principios de mercadotecnia, sesiones de motivación y autoayuda personal. El propósito del curso estriba en que las nuevos se relacionen más con la empresa y entiendan los pilares y fundamentos que rigen a la misma, pero dentro de ese discurso se esconde algo maligno con respecto a la identidad personal: KFC no es un trabajo, es tu nueva identidad, tu familia, tu hogar. Dentro de las sesiones hubo una frase que se articuló como un mantra que cada uno debía aprender e interiorizar “Más que mi sueldo mi mayor motivación es disfrutar lo que hago trabajando con mis compañeros”. La frase me estremeció porque expone la ideología neoliberal que construye los sujetos y las subjetividades a partir de una economía que precariza al ser humano, que utópicamente elimina el salario como una vía de alcanzar una mejor calidad de vida simulando una falsa movilidad social.Lo más increíble son las personas que aceptan pasivamente todas las reglas del juego sin detenerse a pensar que para tener prestaciones y utilidades decentes deben trabajar doce años, y si desean ascender deben realizar exámenes minuciosos sobre los “procesos” de preparación, limpieza y Food Service, que no son más que aprender de memoria los infinitos manuales y las frases motivadoras de la empresa, cuyas políticas interiores regulan las relaciones sociales entre el personal. Porque si te diviertes ¿qué importa si te están cocinando en la olla?
Al finalizar la contratación, los nuevos son mandados a un curso de preparación, al que llamé Washing Brains Sessions porque son una mezcla extraña de principios de mercadotecnia, sesiones de motivación y autoayuda personal.
En general, la felicidad para las empresas estriba en disfrutar de la compañía de compañeros amables que amenicen el trabajo, sacrificando el desarrollo humano por 24 días de vacaciones al año después de trabajar 20 años con aguinaldos de 45 días y créditos Infonavit que solo alcanzan para comprar viviendas de interés social en el Estado de México. Felicidad para el neoliberalismo es ser obrero con prestaciones y el beneficio de créditos para adquirir deudas, no bienes. Porque es mejor tener algo a tener nada.
Autor: David Paredes Estudiante de Letras Hispánicas en la UNAM. Prosélito del cine. Dedicado a la crítica literaria y fílmica, así como a traducir poetas americanos. |