“Tomboy”: no hay géneros, sólo verdades

El cine de Céline Sciamma (Pontoise, Francia, 1978) se ha caracterizado por estar lleno de sutilezas y tramas elaboradas tras historias en apariencia sencillas. Sus personajes y las relaciones que retrata están construidos desde la complejidad de lo humano. La filmografía de esta directora francesa cautiva a la audiencia hablando de temas generales desde historias muy particulares.

En su ópera prima, Lirios de agua (2007), recurre a la adolescencia de tres mujeres para explorar el despertar sexual, la amistad y la construcción de lo que «debe ser mujer» en un mundo construido por hombres. Tomboy (2011), su segundo largometraje, nos permite cuestionarnos sobre la construcción del discurso binario del género a partir de una inocente historia sobre Laure, quien en un dorado verano decide presentarse como Mickäel. Retrato de una mujer en llamas (2019), una historia de amor de dos mujeres en un mundo que les niega su verdad, es retratada desde una mirada no masculina que recurre al lenguaje cinematográfico para resaltar la afectividad de sus protagonistas

Si hiciéramos un recuento de las películas LGBTIQ+ a lo largo de la historia, veríamos cómo las historias que nos hablan de lxs trans son una minoría. Más aún lo son aquellas que abordan el tema desde una perspectiva digna hacia la comunidad trans, y serían casi nulas las que hablasen de las infancias trans. Es por eso que, de entre la maravillosa trayectoria de Céline Sciamma, quiero desarrollar mis comentarios sobre Tomboy (2011).

Un verano, antes de comenzar las clases, Laure conoce a Lisa, su nueva vecina, quien se presenta como Mickäel ante ella y otros niños. A partir de este momento, Laure vivirá una doble personalidad. Por un lado es Mickäel, un niño que juega al futbol con el torso descubierto, mientras que en casa es Laure, la hermana mayor de Jeanne con quien juega a los peinados en la ducha. Esta mentira —o verdad— pondrá contra la pared a el/la protagonista cuando el performance de lo que es ser un hermano mayor, que protege a su hermana pequeña, exponga ante la madre la doble personalidad que ha vivido Laure/Mickäel.

Céline hace un trabajo excepcional al crear una expectativa en el espectador sobre quién es nuestrx protagonista. Recurre a los signos que dictan, en la dicotomía de lo masculino y lo femenino, qué es hombre-niño o mujer-niña. Lo hace para involucrarnos no sólo en la historia narrada, sino en las problemáticas que esta película no logra tocar, al menos de manera directa. A través de asociaciones de estos signos y de la relación que tiene con su padre, conocemos a Mickäel incluso antes de que exista en la ficción creada por Laure dentro del relato de Sciamma.

La revelación de la trama sucede pasados quince minutos de película, cuando Mickäel sale de la ducha y vemos un cuerpo que correspondería, en el discurso binario, a uno de mujer. A partir de aquí nos volvemos cómplices de Mickäel y descubrimos junto con él los aspectos que lx asemejan más a los niños con quienes juega al futbol que a Lisa.

Tomboy se aleja del repetitivo retrato de las experiencias trans que se inclinan, en su mayoría, al simplismo de vidas insufribles, mujeres que se pintan frente a un espejo que les muestra una imagen distorsionada de lo que ellas son, de personas alienadas por la sociedad que las reduce a una tercera categoría. En este largometraje, Sciamma cuestiona la construcción de los géneros desde la mirada de su protagonista. Laure observa con detenimiento el comportamiento y apariencia de sus compañeros de juego y adopta estas características para construir a Mickäel. En este desarrollo de su nueva persona se da cuenta de que hay aspectos que no puede imitar y rasgos físicos que le pueden llevar a ser descubiertx.

Sciamma hace a un lado los artilugios formales y técnicos para darle paso a la imagen sin tanto maquillaje. Con una puesta en cámara que se subordina a la puesta en escena y planos pensados desde su funcionalidad narrativa, Tomboy nos cuenta la historia de autodescubrimiento de nuestrx protagonista bajo la tesis que nos dice que los géneros no son verdaderos ni falsos, sino que se crean como “efectos de verdad”.