La historia de la humanidad está marcada por múltiples desastres y acontecimientos bélicos que han devastado familias, países y civilizaciones enteras. En la vieja Europa las dos guerras mundiales derribaron la belleza de sus ciudades y despedazaron siglos de conocimiento, cultura y valores compartidos entre pueblos. En ese momento la idea de unir el continente bajo unas mismas instituciones y eliminar las fronteras internas parecía más lejos que nunca. En el libro El mundo de ayer. Memorias de un europeo (1941), Stefan Zweig nos muestra sus años de aprendizaje, sus inicios en el mundo literario y artístico, y su amistad con muchos intelectuales de la época, gracias a los cuales pudo recorrer Europa de este a oeste.
Stefan Zweig fue un escritor austriaco nacido en Viena en el año 1881, en el seno de una familia judía. Era un hombre muy popular en su país natal, aunque su fama se extendía mucho más allá de éste. Destacó tanto en la faceta de ensayista como en la de novelista. La delicadeza en la descripción de los sentimientos de los personajes y la sensibilidad de su escritura lo convirtieron en uno de los escritores mejor valorados, incluso hoy en día. Escribía en alemán (su lengua materna), pero sus obras se tradujeron al inglés y francés rápidamente debido al prematuro éxito que tuvieron. Entre ellas destacan Novela de Ajedrez (1943), María Antonieta (1932) y El amor de Erika Ewald (1904).
Sin embargo, la llegada al poder de Hitler en Alemania conllevó la prohibición de sus libros y su persecución, una vez que el régimen nazi invadió Austria. Eso le obligó a cambiar de residencia y de nacionalidad y exiliarse en Brasil, donde pasó los últimos años de su vida escribiendo El mundo de ayer. Finalmente, se suicidó un 22 de febrero de 1942 por miedo a que el nazismo se apoderara de todo el mundo.
El mundo de ayer es una obra autobiográfica conmovedora y fascinante que nos da la oportunidad de conocer la Viena de finales del siglo XIX y principios del XX, el periodo de entreguerras y las dos contiendas que sacudieron el mundo. Dicho esto, comprende un total de dieciséis capítulos narrados en orden cronológico según los acontecimientos que tuvieron lugar en ese momento histórico. El primero de ellos se titula “El mundo de la seguridad”, y es donde Zweig explica cómo fueron sus primeros años de vida y aprovecha para hablar de su querida ciudad, Viena. Sorprende la manera de describir la capital austríaca. Analizando sus palabras nos imaginamos un sitio bello con ciudadanos llenando teatros y asistiendo a conciertos de música clásica en masa. Dicho de otra manera, él describe una ciudad que siente y vive por y para la cultura. En este párrafo se ve reflejado claramente:
En ninguna otra ciudad de Europa el afán de cultura era tan apasionado como en Viena. Precisamente porque la monarquía y Austria no habían tenido desde siglos atrás ambiciones ni muchos éxitos en acciones militares, el orgullo patrio se había orientado principalmente hacia el deseo de un predominio artístico.
Stefan Zweig, El mundo de ayer, Quaderns Crema (traducción del catalán), 2001
Asimismo, añadía que en esta Viena prebélica, el primer ministro podía pasear por sus elegantes calles y nadie le reconocía; en cambio, cualquier persona, con independencia de su edad o clase social, conocía a un actor de la corte.
Por otro lado, el escritor también describe sus años de formación en la escuela vienesa, donde descubrió a intelectuales que le marcaron el resto de su vida, como Kierkegaard, Stefan George, Baudelaire, Walt Whitman, Paul Valéry o Rainer Maria Rilke. Con este último, de hecho, estableció muy buena amistad al cabo de unos años, y se veían a menudo en cafés de Viena y París. Y es que donde él se sentía realmente a gusto no era en el colegio, sino rodeado de intelectuales que difundían el saber en el café: «La mejor academia, el lugar donde mejor se informaba uno de todas las novedades, era el café».
Sin embargo, está sociedad culta y tranquila sin preocupaciones excesivas, tal y como nos la describe Zweig, vivía al margen de los problemas y disputas de la humanidad. Tan fue así que él mismo reconoce que no vio venir la guerra y que vivía de una ilusión:
Nunca he confiado tanto en la unidad de Europa, nunca he creído tanto en su futuro como en aquella época, en la que nos parecía vislumbrar una nueva aurora. Pero en realidad era ya el resplandor del incendio mundial que se acercaba.
Esta confesión define el mensaje que Stefan Zweig nos quiere trasladar a lo largo de todo el libro: nunca vemos venir los totalitarismos. Aparecen cuando menos lo esperamos, ya que se esconden detrás del miedo y la inseguridad de la gente en momentos de graves problemas e indecisión. Ante ello, él reivindica la unión de Europa para hacer frente a la ira de los nacionalismos disparatados y suprimir las fronteras estériles que dividían a los europeos. “¡Qué absurdas aquellas fronteras cuando un avión las podía superar fácilmente, casi como un juego!”, llega a decir en el libro.
No obstante, para entender la verdadera esencia de esta obra hay que saber que Zweig fue un auténtico viajero. Era un hombre inquieto por conocer el mundo y, por ende, viajar era su mayor pasión. Visitaba países por placer, con la finalidad de verse con muchos de sus amigos intelectuales que residían en varias partes del continente. Sin embargo, en la segunda parte de su vida, los viajes se convirtieron en una necesidad para sobrevivir debido al exilio forzoso que le alejó de su patria y le hicieron perder la fe en la bondad humana. Europa y el mundo se llenaban de mentiras, violencia, persecución de ideas y discriminación hacia la diferencia, por lo cual el escritor y pensador que había enamorado a miles de personas con su delicada prosa y su apuesta por los derechos humanos y la paz fue apagando poco a poco hasta que decidió poner fin a su propia vida.
El mundo de ayer es un libro excelente e imprescindible para entender Europa y ser un poco más críticos con la especie humana. Stefan Zweig nos muestra la cara más oscura de una de las peores épocas que ha vivido la humanidad. Nos detalla cómo los totalitarismos se iban haciendo con las riendas de un mundo que perseguía a poetas, dramaturgos, compositores y pintores, motivo por el cual el escritor austríaco los sitúa por encima de los políticos. La respuesta, según su punto de vista, tiene que pasar por estrechar lazos entre todas las naciones de Europa y convertir al viejo continente en la cuna de la democracia y la cultura. Las nuevas generaciones se encargarán de valorar si sus ambiciones se han cumplido o todavía debemos trabajar para conseguirlo.