En una conversación activa con los discursos ecofeministas, enunciados desde los 70 del siglo pasado, algunas artistas han abonado a la comprensión y denuncia del sistema común que subyuga a las mujeres y destruye vorazmente la naturaleza.
El ecofeminismo agrupa una serie de discusiones y posturas políticas que señalan un vínculo entre los sistemas de opresión ejercidos por el el patriarcado y la explotación del medioambiente. A partir de la valoración jerárquica, opuesta y binaria que históricamente se ha realizado de las categorías hombre-mujer y cultura-naturaleza, el ecofeminismo se pregunta por la relación entre el estatus de subordinación de las mujeres y su identificación con el mundo natural, concebido también como objeto de dominación. De acuerdo con los análisis realizados, ambos son subyugados en tanto se conciben como un “otro” (la alteridad de la que habla Simone de Beauvoir), opuesto a lo masculino, el razonamiento, la ciencia y la alta cultura, valorados particularmente desde la Ilustración. Alicia Puleo lo explica de este modo:
Al convertirse en amo absoluto de la fertilidad de los cuerpos y de la tierra de cultivo, el hombre habría iniciado una carrera expansiva desmedida que terminaría en la superpoblación, la contaminación y el agotamiento de los recursos característicos del mundo actual
Alicia Puleo, Ecofeminismos para otro mundo posible, 2013
Así, una parte importante del ecofeminismo cuestiona y denuncia las consecuencias ambientales del capitalismo, a su vez sostenido por el sexismo. En diálogo con estas ideas y discusiones teóricas, artistas como Barbara Kruger, Tatiana Parcero y Agnes Denes, han desestabilizado o resignificado en su práctica nociones como la feminización de la naturaleza y su contraparte, la naturalización de la feminidad, al tiempo que apuntan la posibilidad (¡y urgente necesidad!) de construir un mundo en el que la humanidad no viva a costa de la devastación desmedida de sus ecosistemas.
Caracterizada por el uso de imágenes monocromáticas y leyendas contundentes en un formato que recuerda al publicitario, Barbara Kruger proyectó We won’t play nature to your culture (No representaremos la naturaleza en tu cultura). La obra muestra el rostro de una mujer cuyos ojos cubiertos por hojas sugieren la asociación histórica del género femenino con lo natural. El texto en la imagen rechaza abiertamente la repartición genérica dentro de la dicotomía cultura-naturaleza y revela que, a partir de esta, se han sometido ciertas identidades, femeninas, para el beneficio y desarrollo de otras, masculinas. Es, además, dicho “desarrollo”, por su configuración y funcionamiento, una de las principales causas de la devastación del medioambiente. Aunque Kruger no lo evidencia en su obra, muchas ecofeministas ponen incluso en cuestionamiento los parámetros que han regido los ideales sociales del progreso y apuntan a la construcción de nuevos modelos con consideraciones ecológicas.
Por otra parte, la idea de que los cuerpos de las mujeres, tanto como las tierras, son territorios de conquista, puede leerse en Cartografía interior (1996), de la fotógrafa mexicana Tatiana Parcero. En esta serie, la artista combinó, mediante el montaje, partes de su cuerpo con códices y mapas antiguos. En una exploración conjunta de su propia identidad y la memoria del lugar que habita, Parcero puso en evidencia la relación de lo individual y lo colectivo, lo pasado y lo actual, lo personal y lo político. En su obra, resulta reveladora la selección de códices indígenas, cuyos territorios fueron usados como fuente de recursos, y sus poblaciones, sometidas a un violento viraje cultural. En concordancia con los postulados ecofeministas, Cartografía interior tejió conexiones entre el colonialismo, el machismo y la explotación del medioambiente en favor de la promesa eurocéntrica del desarrollo cultural.
Finalmente, recupero el caso de Agnes Denes, pionera del arte socioambiental. En el verano de 1982, la artista convirtió un vertedero de Manhattan en un campo de trigo. Wheatfield: A Confrontation (Campo de trigo: una confrontación) dio como resultado 450 kilogramos de cereal. Parte del cultivo fue expuesto en veintiocho ciudades alrededor del mundo en la exhibición The International Art Show for the End of World Hunger. En ésta, los espectadores podían llevarse algunas semillas y continuar la acción plantándolas en diferentes lugares. Además de la lectura ambientalista que sugiere la obra de Denes, resulta igualmente pertinente un análisis de género, en tanto la artista irrumpe en el terreno de lo público, cuestionando las prioridades del sistema capitalista-patriarcal, su gestión de los recursos y del espacio urbano.
Así, Parcero, Kruger y Denes invitan a análisis que consideran las intersecciones entre categorías, problemáticas y perspectivas, dando lugar a miradas más ricas y complejas. Estas obras, en las que se conjunta la propuesta del feminismo con el movimiento ecologista, iluminan también la necesidad de generar un mundo más justo e igualitario en todos los niveles y ámbitos.