El día de hoy, a los 91 años de edad, ha muerto uno de los hitos más grandes de la historia de la música cinematográfica. Tristemente, Ennio Morricone, el legendario compositor en cuya pluma se entretejieron los sonidos de más de 500 bandas sonoras, ha fallecido hoy a razón de las complicaciones médicas que derivaron de un accidente doméstico que el músico italiano tuvo en su residencia en Roma.
Galardonado con el premio Premio Princesa de Asturias de las Artes, ganador de dos Óscares y el León de Oro, autor de muchas de las BSO más emblemáticas de la historia del cine, compositor de cabecera de directores que van desde Polanski hasta Bertolucci, Almodóvar, Tornatore y, por supuesto, Sergio Leone, Morricone fue mucho más que uno de los arreglistas y compositores más queridos y reconocidos de la industria cinematográfica.
La influencia que la batuta de Morricone imprimió en el oficio de la creación de bandas sonoras enmarcó toda una época de sonidos y recursos que han sido admirados y seguidos por una incontable cantidad de músicos dentro y fuera del ámbito cinematográfico.
El estilo del compositor italiano estuvo enmarcado siempre por una pasmosa versatilidad e ingenio, capaz de desarrollar temas y arreglos a partir de ideas y dotaciones instrumentales completamente diferentes. El uso de recursos más allá de la orquesta sinfónica, empleando sintetizadores, instrumentos eléctricos e incluso instrumentos autóctonos que hasta entonces jamás habían sido empleados para la realización de un soundtrack lo llevaron a empujar los límites creativos que, de la mano de Sergio Leone, marcaron una reinvención del género western en la década de los 60.
La inventiva de Morricone iba más allá de lo estrictamente musical. Pionero de la música incidental, logró generar una nueva dimensión dentro de la narratividad sonora a partir de centrar su atención en esa «música de fondo» y de explorar las posibilidades que puede ofrecer la inclusión de sonidos propios de la diégesis que se teje en pantalla. Látigos chasqueando, disparos de calibre 45, el galopar de los caballos, todo una gama de colores auditivos quedaron retratados en los paisajes que compuso más allá de los míticos temas que durante décadas han seducido los oídos frente a la pantalla.
Pero más notable aún que la enorme visión e ingenio técnico que demostró el trabajo de Morricone, el elemento sustancial de toda su producción fue siempre el de una sensibilidad exacerbada para transmitir historias mediante la música. Él mejor que nadie para demostrar que la música cinematográfica no sólo es la pista de audio que suena mientras vemos las imágenes en movimiento. Una banda sonora es capaz de narrar todo aquello que las imágenes no alcanzan a expresar. Así, la relación de simbiosis no sólo permite la convivencia sino que da lugar a un entrelazamiento de lenguajes que pueden llevar al espectador del terror al llanto, del misterio a la excitación, del júbilo a la nostalgia.
Y ahí es en donde radica el punto más valioso del trabajo de un hombre que le dedicó siete décadas de su vida a la creación de historias a través de la música. Morricone narró duelos en el desierto y persecuciones con bandas sonoras como El bueno, el malo y el feo (1966), logró relatar recuerdos nostálgicos en imágenes sepia dentro de Érase una vez en América (1984), y fue capaz de impregnar de un incesante misterio el páramo helado de Los 8 más odiados (2015). Coros, explosiones, persecuciones a caballo, disparos, árboles en la selva, el bullicio de las calles de Nueva York, el sonido de un piano en medio del mar, un tranquilo atardecer en silencio… Así de vasta fue la banda sonora de la vida de Ennio Morricone.
En cada uno de sus trabajos está subyaciente el amor infinito por el cine de un compositor que después de prometerle a su esposa retirarse a los cuarenta años fue retardando su fecha de retiro durante más de medio siglo y que aún meses antes de partir seguía imaginando nuevos lienzos de sonidos por explorar.
Hoy, en esta tarde nublada en donde suena la última pista de la vida de Morricone, recordemos uno de sus temas más emblemáticos, la nostalgia de un Cinema paradiso que como con una carta de amor le agradece entre el suspiro de una orquesta a la batuta que tantas veces nos ha erizado la piel en medio de la oscuridad de una sala de cine.