Explosiones. Disparos. Un bosque incendiándose. El agua que corre en un río. El crujido de una escalera. Una puerta al azotarse. El gemido de un monstruo. El estallido de un cristal. El ruido de un avión. Un cuchillo atravesando la piel. Durante nuestra vida hemos escuchado incontables veces todos estos sonidos al estar frente a una pantalla, ya sea viendo una película, una serie o al jugar un videojuego. Pues bien, lamento informarte que todo este tiempo has sido engañado. Casi ninguno de estos sonidos es realmente lo que parece.
Así es. La mayor parte de los sonidos cinematográficos no provienen del set de rodaje. Lo que escuchamos en las potentes bocinas de la sala de cine proviene de un recinto bastante más pequeño, a kilómetros de distancia de los reflectores, los actores y el glamour de los grandes estrenos y es fruto del trabajo de artistas de nombres desconocidos.
Engañar a tus oídos, ese es el trabajo de los artistas Foley.
El origen de esta profesión surgió con Jack Foley, un ingeniero de sonido de la Universal Studios. Foley creía que la edición de sonido dentro de una película debía ser mucho más que un montón de sonidos grabados en un banco de datos que correspondieran a lo que apareciera en pantalla. Para él, el sonido poseía todo un significado que se estaba dejando de lado, por lo que cada sonido que se incluyera en la edición debía hacerse al momento, exclusivamente para un momento específico de la película.
Pero desde este primer planteamiento el mismo Foley se enfrentó a un irremediable problema. ¿Qué sucede cuando es imposible grabar el sonido que se necesita presentar en pantalla? Porque en una película de vaqueros la cantidad de disparos de pistola complica bastante la labor de conseguir pólvora suficiente para poder grabar cada detonación. O peor aún. ¿Cómo lograr meter 10,000 soldados romanos, armaduras incluidas, en una sala de grabación? Foley encontró la solución. Sencillamente no lo haces.
De esta forma fue como en la película Spartacus (1960) del mítico Stanley Kubrick el imponente ruido de los 10,000 romanos marchando no es más que el ruido de un gran manojo de llaves movido hábilmente por las manos de Foley dentro de un estudio de grabación.
Desde entonces, la tradición de lo que después se le llamo Efectos Foley ha ido evolucionado y adaptándose según las necesidades del medio cinematográfico.
Lo que empezó como una búsqueda de replicar sonidos del mundo real, como el de una explosión o el de una máquina de vapor, pasó de un momento a otro a la labor de crear sonidos jamas escuchados por el oído humano. ¿Sabías que el sonido de los sables de luz de Star Wars es en realidad el ruido producido por un proyector viejo y la interferencia de una televisión descompuesta captada por un micrófono? ¿O que el rugido del T. Rex de Jurassic Park es en realidad la mezcla editada de la trompa de un elefante bebé, el rugido de un tigre y el llanto de un cocodrilo?
Pero la creación de Efectos Foley implica más que la simple réplica de sonidos para ponerlos en pantalla. El objetivo de la disciplina de estos artistas es lograr transmitir una idea narrativa a través de los sonidos. El sonido de una puerta al azotarse puede decir mucho más de lo que aparenta. ¿El azotón fue producido por el viento o fue una persona iracunda saliendo de la habitación? ¿Y esa persona acaba de sufrir un desengaño amoroso o sencillamente fue un adolescente al ser castigado por sus padres?
Por estos motivos es que la creación de estos efectos sonoros adquiere una dimensión de expresión artística. Cada uno de los artistas Foley tienen que involucrarse en una labor performativa al momento de grabar dichos sonidos para que estos puedan reforzar el mensaje que está dando la parte visual; un poco a la manera en que lo hace la fotografía. Así como lo hace un contrapicado visual, la intensidad de un gesto sonoro puede potenciar el dramatismo.
Por ello es que casi todos los sonidos que se presentan en una película son grabados dentro de un estudio de efectos Foley y no en el rodaje de la escena. Además de que de esta forma se asegura la calidad de cada uno de los sonidos y se facilita su posterior mezcla (si se grabara el ruido de las explosiones directo en el rodaje seguramente sería imposible distinguir claramente las voces de los actores), se incluye en el lenguaje cinematográfico toda una nueva dimensión de narratividad que jamás podría ofrecer un sonido hecho artificialmente. Por esto es que se considera que los efectos Foley pueden llegar a ser incluso más «reales» que los sonidos reales, puesto que van cargados con una intención que refuerza el significado del sonido.
Aunque no lo creas, incluso los sonidos más comunes que hayas escuchado dentro de una película, como el del galopar de un caballo, el de una fogata o incluso el de una puerta al cerrarse, no son sonidos «reales» sino que han sido recreados por efectos Foley dentro de un estudio de grabación.
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A pesar de que el acto mismo de crear sonidos requiere gran maestría, los artistas Foley viven privados de todo el reconocimiento que sin duda ameritan. Hasta el 2006 estos creadores ni siquiera formaban parte oficial de las unidades de producción de sonido en Hollywood, por lo que no existían galardones específicos para su área. Por ello, cada vez que veamos una película pongamos atención hasta en el más pequeño sonido y reconozcámosle como se merecen a estos artistas que durante décadas se han encargado de complacernos con el sutil engaño de nuestros oídos.
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