El año de 1968 fue tumultuoso, alebrestado y anárquico no solo en México, pues en países como Francia surgieron movimientos estudiantiles que buscaban mantener los derechos a la educación libre y gratuita. Para entonces, el espíritu de los jóvenes mexicanos comenzó a inquietarse, desde las influencias de los movimientos socialistas. Las olimpiadas estaban cerca, por lo que el gobierno esperaba mucho al tener la oportunidad de recibir y al mismo tiempo mostrarse al mundo. Tal era el anuncio de que el país estaba a la vanguardia de otros países. No obstante, había una molestia general en la sociedad y el estudiantado que incomodaba al gobierno…
La llama olímpica se contraponía en tiempo y espacio a la llama de la libertad. El doble discurso del gobierno y sus ejecutantes hacía parecer esta lucha como algo aberrante. Por un lado, México daba la apariencia de ser un país unido, avanzado, y por otro, la represión arcaica y totalitaria del gobierno en turno ahogaba todo inicio de ideas, revolución y cambio social.
Olimpia cuenta la historia de cuatro estudiantes: Tarsisio, Raquel, Hernán y Rodolfo dentro del contexto del movimiento estudiantil en la UNAM durante el año de 1968. El movimiento detonó rápidamente al ser reprimido por el gobierno de Díaz Ordaz, no sólo porque desde su perspectiva peligraba la paz social, sino que también amenazaban la realización de uno de los mayores eventos internacionales celebrados por primera vez en América Latina: los juegos olímpicos.
Raquel es una joven inquieta y con ganas de ver un cambio en la sociedad. Al unirse al movimiento estudiantil, conoce a Tarsisio (estudiante líder dentro de este movimiento), Rodolfo y Hernán, estudiantes de distintas facultades e incluso de diferentes universidades como el Instituto Politécnico Nacional. Durante una reunión el 20 de septiembre de 1968, el ejército decide tomar las instalaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México. Como bien dice su nombre, “autónoma” implicaba que era inconstitucional invadirla, mucho menos levantar estudiantes y acusarlos de “antipatriotas o mitoteros”.
En la revuelta, estos cuatro jóvenes fueron dispersados como muchos otros, con la excepción de Raquel, cuyo paradero se vuelve desconocido. Su madre, entonces, seguirá las pistas que Hernán, el hijo de un funcionario del gobierno, y Rodolfo, un arquitecto con sueños de hacer cine, le brindan para encontrarla.
Hace que mucho tiempo que no había una película que tratara el tema con tanto respeto y que en realidad mostrara la sucesión de eventos que desembocaron en esa noche trágica de Tlatelolco, sin enfocarse en el morbo que la rodea. En este caso, más bien cuenta una historia que proporciona un homenaje a las vidas y los sueños perdidos.
Escribí exactamente de historias similares hace un año en esta misma columna: Canoa de Felipe Cazals (1976) y Rojo amanecer de Jorge Fons (1990). Pero es Olimpia de José Manuel Cravioto la que rinde honor de manera directa a los estudiantes asesinados y desaparecidos, que denuncia la realidad de los hechos sin tener que ser cruda y que también, por medio de uno de sus personajes, reconoce la labor de aquellos que a escondidas filmaron esas imágenes de archivo con sus cámaras, convirtiéndose en directores involuntarios de una de las escenas más sangrientas de la historia de México. Indirectamente, ellos nos han vuelto, sin saberlo en aquel momento nosotros, testigos de su pasado: un antecedente de un futuro que ellos no lograron ver.
Olimpia de J.M Cravioto es una joya del cine nacional en la que también trabajaron decenas de colaboradores de la FAD (Facultad de Diseño y Artes Visuales) para retocar y convertir en un filtro de la cruda realidad con la técnica del rotoscopiado a un relato doloroso en heroico, de sangriento a esperanzador y de humillante a enaltecedor.
El 2 de octubre es probablemente esa cicatriz que nunca dejará de doler. En ella, reside una memoria colectiva hereditaria que nos recuerda que México fue cercenado en la juventud de la década de los sesenta y con ello también el nacimiento de un estigma, que no desparecerá nunca. Las guerras contra el gobierno actualmente continúan, así como la manipulación y la siembra de grupos de choque. Estas “guerras imbéciles” como bien llama Raquel a estas acciones dirigidas por el poder, desestabilizan a la sociedad con el objetivo de confundir, causar miedo, manipular y desinformar.
Pero seguimos aquí, más fuertes que nunca, porque nada ni nadie va a callar nuestro grito de esperanza, porque ningún gobierno nos va a dividir y, ¡porque por mi raza hablará el espíritu!