No soy de aquí ni soy de allá
Facundo Cabral
no tengo edad ni porvenir
y ser feliz es mi color
de identidad
Desde el siglo pasado y hasta la actualidad, artistas y habitantes de la región fronteriza del norte de México y el sur de Estados Unidos han problematizado las implicaciones de habitar en torno a los márgenes divisorios, encontrando en su obra un espacio de discusión y de significación de su cultura. En plena crisis migratoria, el arte se ha convertido en una herramienta para el activismo político. El aporte de la comunidad artística de la región recae en la visibilización que realizan de los procesos de violencia, de integración, de migración y de cultura.
Los países suelen idealizarse desde una noción nacionalista como espacios homogéneos en su interior, negando así la multiculturalidad que los conforma. La construcción de la identidad nacional invisibiliza la heterogeneidad de las sociedades en favor de la creación de un imaginario único y diferenciado. Desde esta perspectiva, la diversidad del otro resulta intolerable o, en el mejor de los casos, fascinante sólo por su exotismo.
La ficción institucionalizada del nacionalismo niega también la condición de las fronteras como espacios ambiguos y polivalentes. Se esfuerza en diferenciar y confrontar a las culturas que circundan estos límites. Entonces, aquellas líneas difusas e imaginarias que son las fronteras, tienden a materializarse. Tal es el caso de la linde entre México y Estados Unidos, en donde, durante los últimos meses, se ha erigido una barrera que –si bien ya era limitante– se ha vuelto infranqueable.
La frontera entre México y Estados Unidos tiene más de 3,000 kilómetros que van desde el Pacífico hasta el Atlántico. Considerada como una de las más peligrosas, cientos de personas mueren cada año en su intento por cruzarla de manera ilegal. La falta de empleos, la imposibilidad de salir de un estado de pobreza y la inseguridad que azora a México incrementaron las migraciones en los últimos años, hasta la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos en 2016.
La complejidad del fenómeno social que la frontera detona ha sido abordada una y otra vez por los artistas de la región: arte de y desde las fronteras. Así, entendida como fuente de guerras, disputas, tensiones, cambios sociopolíticos además de sitio de pérdidas y de oportunidades, la frontera es tema y lienzo recurrente en el arte. De este modo, la frontera ha dejado de ser únicamente una línea trazada en el Tratado de Guadalupe-Hidalgo en 1848, para convertirse en un espacio social de resistencia.
El carácter denunciatorio de las obras que se inscriben en el área fronteriza hace que éstas no puedan sino ocupar el espacio público. Con sus grandes dimensiones, las composiciones se erigen a la vista de todo aquel que transita por el lugar. Así, los murales, técnica idónea para el cometido de los artistas, se insertan en la vida cotidiana de los pobladores. Algunas imágenes logran ser observables tanto para las personas que habitan un lado como el otro de la barrera, provocando una convergencia que el propio muro intenta negar.
Si bien la concepción de frontera posee distintas connotaciones e implicaciones, sus consecuencias son casi siempre de carácter ontológico. Los límites territoriales trascienden el ámbito geopolítico para adquirir una dimensión social, pues modifican la dinámica de las poblaciones que se ven atravesadas por éstas. Los esfuerzos de los artistas no sólo van en la línea de mostrar cómo la existencia del muro define la vida de millones de personas, sino también en la de resistir ante la propia existencia de éste, buscando medios para «desaparecerlo», desmaterializarlo.