Por Yanuva León
Fotografía de Eny Roland Hernández
Hay obras literarias que si fuesen animales serían más raros y hermosos que un ornitorrinco. Podríamos verles las patas palmípedas, la lengua bífida, el cuerpo parafinado de escamas y nos sorprendería descubrir cómo amamantan después de que sus crías eclosionan los huevos, hediondas a caldo vital. Respiran debajo del agua y fuera de ella. Vuelan, nadan y reptan. Escupen fuego.
Awas es así. Según la sensibilidad del lector, puede tratarse de un poemario en clave de pieza dramática, de un monólogo poético o simplemente de un “gran monstruo triste”, si no nos queda más remedio que arrancar un verso de la poeta Rosa Chávez para intentar definir la cosa portentosa que parió junto a la dramaturga Camila Camerlengo, ambas guatemaltecas.
El primer texto del libro anuncia:
Awas: Palabra usada en distintos idiomas de origen Maya, no tiene una traducción literal en español. Awas son los secretos para prevenir, secretos para curar distintas dolencias del cuerpo y del espíritu, consejos, precauciones, plantas sagradas, discurso ceremonial, encantos, mensajes en los sueños, el poder de las palabras.
Fue publicado en 2014 por Editorial Catafixia, en Guatemala. Pertenece a la colección “Escénica/Poética” y la curaduría editorial incorporó fotografías, de Carlos Bernardo Euler Coy y Eny Roland Hernández, que muestran a la poeta sobre las tablas, en pleno acto de representación. Las imágenes, en escala de grises, permiten que los lectores pasen a ocupar butacas como espectadores o, dependiendo de la intensidad de la conexión subjetiva, pueden llegar a sentirse actores principales en interacción con el yo poético.
La dimensión que se abre en boca del personaje que canta, Ser, conmueve sin lastimar, pero rompiendo membranas de nuestro entendimiento del mundo, con un estilo que pudiera catalogarse de anticruel, distante de la pulsión que la realidad europea hizo germinar en el espíritu atribulado del genio Artaud, y más afín a una energía raizal premoderna.
Ser viene tragado por el cajón y empieza a intentar separarse del mismo
y no lo logra. Al final cae rendida al suelo, viendo al público.
Ser:
Nos quitan la cabeza/ nos arrancan el pellejo/ nos parten a la mitad/ beben nuestra sangre/ estamos criados para latir sin descanso.
La materia madre es indiscutiblemente la palabra. Desde su propio título –ininteligible a primera oída para los hablantes hispanos, pero que comentado en calidad de pórtico explica su semántica maya– se presiente la invocación de una fuerza onírica y sanadora consagrada en las lenguas de una cultura que pervive como paria en su propia tierra, en el corazón de un continente molido a palos.
Me es imposible mantenerme funámbula, al filo de una cuerda estrictamente teórico-literaria, cuando esta soga se ha tensado sobre el precipicio de una realidad histórica que la mediática hegemónica mundial oculta, y que se ha dejado ver con un esplendor al mismo tiempo maravilloso y espeluznante en la vasta obra de Miguel Ángel Asturias, por ejemplo. “El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le roben el sueño de los ojos. / El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le boten los párpados con hacha… / El Gaspar Ilóm deja que a la tierra de Ilóm le chamusquen la ramazón de las pestañas con las quemas que ponen la luna color de hormiga vieja”, así empieza Hombres de maíz, y es inevitable admirar la belleza de un imaginario tan alucinante, mientras se llora el sufrimiento perpetuo del pueblo que lo atesora.
Awas nos remite a ese mismo pueblo que viene siendo despellejado desde antes de la llegada del imperio español, por los propios imperios de este lado del mar, y luego vejado de maneras cada vez más sofisticadas por la maquinaria occidental de la guerra y la acumulación de capital, descoyuntando su memoria, arrebatando sus tierras, descuartizando a sus hijos, a sus hijas. Es la misma Guatemala donde más del cincuenta por ciento de la población es indígena, en situación de pobreza grave y que soporta una estigmatización racista brutal. Guatemala, violada en el siglo XX por la United Fruit Company, igual que varias repúblicas hermanas, desde Honduras hasta Colombia.
Rosa Chávez presta su voz para cantar un dolor secular que tiene cuerpo y territorio dentro y fuera del lenguaje:
Hay una espesura que se respira, una espesura jadeante y nostálgica que solo puede tocar las manos del abandono, porque nos fuimos lejos un día sin pensar hasta dónde nos llevaría el mapa del cuerpo, y ahora con los dedos sujetos al viento, y ahora con las maletas encendidas, sin más ropaje que el espíritu rodeado de singulares rostros. Hay cansancios que no se miden con el cuerpo ni con el tiempo, cansancios de antes de que la carne se asentara en los huesos, cansancios que nunca duermen.
Es notable la insistente referencia al dolor, a la tristeza, al llanto, pero siempre en tono ritual con miras a la curación, no como una retahíla de desesperanza, sino como llamado a la memoria sensible, como recordatorio de que la vida permanece y se puede tocar, oler, oír, se puede ver y degustar en la carne que cubre huesos y nervios, en la piel que encapsula aguas de diversa densidad, el cuerpo que es movimiento, crisálida de ideas y emociones de resistencia. Queda claro el mensaje: a partir de filamentos de la memoria arrasada se va trenzando y tejiendo una cobija renovada que prefigura la importancia de la feminidad regeneradora.
Aquí hay sangre caliente que brota como miel para tu boca
Aquí está mi carne para que recuestes tu cabeza
Aquí vuelven a la vida mis muertos
Aquí quedan las almas que trazaron mi camino
Sujétenme fuertemente la mano
Mientras me voy a la casa de la neblina.
Impresiona mirar atrás e iluminar el 27 de junio de 1954, cuando un ejército dirigido por el Gobierno de Estados Unidos derrocó al entonces presidente guatemalteco democráticamente electo Jacobo Árbenz, porque adelantaba políticas sociales y confiscaba tierras ociosas para redistribuirlas entre los campesinos. Impresiona comprobar que, aunque se ahoguen las alternativas políticas, la cultura es un lagarto mutante, por más que sea mutilado se regenera, se multiplica y se fortalece.
Awas da coletazos agoreros y deja ver la audacia artística de una juventud guatemalteca interesada en la interdisciplinariedad, en la mixtura de expresiones, en la preservación de la memoria colectiva, en el cuidado del cuerpo, en la tozudez por reinventar estéticas a partir de raíces mestizas, en nombrar las contradicciones del ocultamiento cómodo. La voz de Rosa Chávez lo enuncia con potencia y ternura:
Hacer el amor llorando
para calmarle la agitación al viento
para contrarrestar la soledad de la metáfora
y perderse en el misterio del placer adolorido
hacer el amor llorando
como una invocación de gemidos salados
un petitorio hacia los dioses
del movimiento del cuerpo y la retina
hacer el amor llorando
porque la desgracia no viene sola
porque nuestras fuerzas
devienen de un misterio indescifrable
como los pedazos de mar
que nos crecen en el cuerpo
hacer el amor llorando
para lavarle la cara a la desdicha
para olvidar los designios del mal tiempo
para limpiar la tierra de sus tristezas
hacer el amor llorando
porque resistirse a llorar y a hacer el amor
es un sacrilegio que no podemos permitirnos
como buenos descendientes
de la muerte y del cuchillo
hacer el amor llorando
porque necesitamos llorar
y necesitamos hacer el amor.
Descarga el libro aquí.
***
Rosa Chávez (Guatemala, 1980), es una poeta y artista de origen maya k’iche’ kaqchiquel. No ha cumplido cuarenta años y cuenta con una trayectoria destacada. Es autora de los poemarios Casa solitaria (Editorial Oscar de León, Guatemala 2005); Piedra Abaj’ (Editorial Cultura Guatemala, 2009 / Editorial Casa de poesía, Costa Rica, 2009); El corazón de la piedra (Editorial Monte Ávila Editores Latinoamericana, Venezuela, 2010); Quitapenas (Editorial Catafixia, Guatemala, 2010) y Awas (Editorial Catafixia, Guatemala, 2014).
Autor: Yanuva León. Escritora y editora. Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Autora de los poemarios «Como decir cántaro» y «Lengua zahorí». |