Cuando recordamos a Juan Rulfo, lo primero que viene a nuestra mente es su obra literaria. Su reducida pero maravillosa narrativa no sólo opacó la de sus homólogos en el campo de las letras, sino que eclipsó su propia labor en otros ámbitos artísticos.
Al ahondar en su fotografía, pareciera un fenómeno inevitable el vincularla con las escenas que sus libros relatan –tal vez por la necesidad imperante de visualizar los fantásticos mundos que erigió en el discurso–. A pesar de que el propio Rulfo insistió en que se trataban de dos disciplinas distintas e independientes en su vida, su fotografía se ha entendido como un medio óptimo para penetrar su universo literario. Así, fragmentos de Pedro Páramo, El llano en llamas y El gallo de oro solían establecerse como explicación de sus paisajes y retratos, acompañando, como pies de foto, sus imágenes en publicaciones y exposiciones. Sin embargo, la cámara llegó a las manos de Juan Rulfo mucho antes de que la pluma lo hiciera.
La realidad no me dice nada literariamente, aunque pueda decírmelo fotográficamente. Admiro mucho a quienes pueden escribir acerca de lo que oyen y ven inmediatamente. Yo no puedo penetrar la realidad: es misteriosa. Además, cuando yo tomaba fotografías no pensaba en la literatura, son dos géneros muy diferentes.
Juan Rulfo
Algunas cronologías apuntan que es posible que su interés por la fotografía se gestara durante sus primeros años como montañista, cuando tenía alrededor de 15 años de edad. Entonces formaba parte de un club de alpinismo, actividad que perpetuaría hasta bien entrada la adultez y que sin duda guarda una importante conexión con su producción fotográfica.
Sus primeras imágenes están fechadas hacia 1937, cuando rondaba los 20 años. Algunas de las tomas de esta época fueron resultado de las clases y prácticas escolares de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM a las que, ya establecido en la Ciudad de México, asistía. Con Justino Fernández como docente de arte prehispánico y virreinal, Juan Rulfo realizó visitas a sitios arqueológicos y con vestigios de arquitectura novohispana en el entonces Distrito Federal y sus alrededores. El Estado de México, Hidalgo, Tlaxcala, Morelos y Puebla serían algunos de los sitios que, a propósito de las visitas de campo, así como de sus propios viajes, retrataría.
El tenía grandes deseos de viajar, conocer su país, oír historias. En la época en que fue agente de ventas tuvo la oportunidad de recorrer gran parte de México y se volvió un experto en el manejo de su automóvil. Disfrutaba conversando, y eran interminables las pláticas que sostenía con sus compradores o la gente de los pequeños pueblos. Me hablaba alegremente de sus grandes ventas, y siempre iba acompañado de su cámara Rolleiflex.
Clara Aparicio de Rulfo
Muchas de las fotografías que resultaron de los viajes de Rulfo muestran paisajes en los que la naturaleza convive con la arquitectura, como parte de un todo, pero en los que la presencia humana sólo es sugerida a partir de su producción arquitectónica. Otras tomas, por el contrario, exponen la participación de los habitantes en aquellos escenarios, su desenvolvimiento en ellos, como parte de la ciudad misma. Estos ambientes rurales fueron inmediatamente vinculados con los de sus libros; sin embargo, si miramos con atención, podemos encontrar importantes divergencias entre ellos.
Viajar fue una de las actividades que más nutrió su labor como fotógrafo; otra sería su incursión en el cine; y, una más, los encargos que recibiría para retratar escenarios y espacios específicos. La fotografía de Rulfo no puede encasillarse en un par de temáticas y ello se debe, en gran parte, a que esa vida paralela a la que llevó como escritor tuvo, como toda carrera artística, etapas distintas, con motivaciones bien diferenciadas.
Es posible que su interés por los márgenes de México se viera expresado en toda su producción –aunque también posee algunas tomas de la capital–. Empezando porque él mismo nació lejos de la ciudad: el mundo agrícola y campesino llamaría su atención una y otra vez. No obstante, el indígena no tiene un papel tan preponderante en su quehacer literario, como sí lo tendría en su fotografía.
Una lectura superficial de su obra visual sugeriría que Rulfo miraba de manera idílica los pueblos que capturaba; sin embargo, las contradicciones y las problemáticas de estos grupos eran muy bien comprendidas por el artista.
Saqué muchos templos que los jesuitas hicieron construir a los indios; esos templos derruidos, algunos ya derrumbados que se encuentran en los caminos y en las llanuras de mi tierra. Saqué, fundamentalmente, motivos naturales y traté de mostrar a mi gente, de mostrar aquella tradición oral que dice «Pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos»
Juan Rulfo
“Tenía buena puntería y eso es todo, no hay otra historia”, decía modestamente en una carta a Clara Aparicio, quien fuera su compañera de vida. Mas es evidente que su capacidad artística como fotógrafo trascendía su propia concepción sobre sí. Y es que, para comprender a Juan Rulfo como fotógrafo, hemos de verlo en su totalidad. Entre las pertenencias personales que de él se conservan se han encontrado imágenes, cuidadosamente recortadas de revistas y periódicos, de una enorme variedad de arte de todo el mundo. La formación autodidacta que caracterizó a Juan Rulfo se vería expresada incluso en aquellos detalles.
Sus fotografías sobre la obra del paisajista José María Velasco y su posesión de libros del fotógrafo Paul Strand, han llevado ya a señalar las correspondencias entre las imágenes de Rulfo y otros artistas visuales. La profunda observación de su fotografía nos permite adivinar referencias del universo visual de Juan Rulfo.
El fotógrafo captura aquello que privilegia su mirada. No se trata de la realidad misma lo que podemos hallar en sus imágenes, sino su propia realidad, filtrada, elegida y premeditada. En este sentido, la basta obra fotográfica de Rulfo –compuesta por más de 6000 negativos – no sólo arroja atisbos de lo que fuera el México de mitades del siglo XX, en proceso de “modernización”, sino que nos revela igualmente aspectos imprescindibles para comprender al propio Juan Rulfo en su totalidad, ya no sólo como literato, sino como fotógrafo y artista.