Nada más leer “PANCHO VILLA” en mayúsculas sostenidas, se intuye el estruendo de caballos, alaridos, lluvia de balas y telones de polvo. A primera vista es un ladrillo. Debe pesar cerca de tres libras. No finjamos, los libros gordos intimidan, especialmente aquellos que prometen aplastarnos algo por dentro.
Paco Ignacio Taibo II reconstruyó en clave de biografía la vida del hombre que luego de ser “prófugo de la justicia, bandolero, ladrón, asaltante de caminos y cuatrero” por los lares de Durango y Chihuahua, decidió, de un día para otro, dedicar cuerpo, alma y razón a la lucha social. En 2006, casi un siglo después de los primeros sucesos de la Revolución mexicana, la editorial Planeta publicó las ochocientas ochenta y cuatro páginas que resultaron de cuatro años de intensa investigación.
El autor, a quien se atribuye la creación de la nueva novela negra en español, demuestra que ha tragado mucha luna en eso de narrar bien, sabe que tratándose de un objeto de semejante calibre no puede perder ni una línea antes de atravesar con gancho curado la atención de los lectores, y sin prefacios arranca: “Aquí se cuenta la vida de un hombre que solía despertarse, casi siempre, en un lugar diferente del que originalmente había elegido para dormir”. Y así el lazo no afloja nunca, hay que llegar hasta la última palabra.
Se tiene delante el devenir de “un personaje que a partir del robo organizado de vacas creó la más espectacular red de contrabando al servicio de la revolución”, el acontecer de “un ciudadano que en 1916 propuso la pena de muerte para los que cometieran fraudes electorales, inusitado fenómeno en la historia de México” y habría que ver si de Latinoamérica toda.
Se trata de las hazañas de “un hombre al que odiaban tanto, que para matarlo le dispararon 150 balazos al coche en que viajaba; al que tres años después de asesinarlo le robaron la cabeza; y que ha logrado engañar a sus perseguidores hasta después de muerto”. Mientras se va develando el complejo entramado que puso fin a la dictadura de Porfirio Díaz y dio pie a una pugna de intereses personales y colectivos de ideologías diversas, que tuvo como actor principal al pueblo organizado en armas.
Es pues, la restauración cuidadosa de una historia que ha permanecido inevitablemente revuelta con leyendas, exageraciones, mentiras, farsas, calumnias y ensoñaciones, pero que el tamiz inquisidor de Paco Ignacio Taibo logra decantar y ordenar. De entrada advierte que “optó tanto por tratar de establecer ‘qué fue realmente lo que pasó’, como por dejar muchas veces al lector tomar la decisión, o gozar como él gozó el moverse entre narraciones muchas veces contradictorias”.
Es imposible no ver en la historia de Villa un trozo determinante de la historia latinoamericana, así como imposible resulta ignorar el goce que produce en esta obra la palabra templada por el fuego de la literatura. No obstante, el autor parece haber marcado con límites estrictos las licencias que se permitiría y, como Odiseo, debe haberse atado al mástil de su nave para no verse embobado por el canto de sirenas que lo obligaran a hundir para siempre el discurso histórico en los mares de la ficción. Esta disciplina de la voz narrativa termina siendo en sí misma una joya rarísima que se disputarán el canon científico-social y el canon literario.
Cada uno de los setenta y un capítulos que conforman la biografía, ofrece como cierre notas referenciales y explicativas que mucho agradecen los investigadores, además de diminutas fotografías con pie de imagen a manera de bocadillos para mitigar el hambre de los espíritus curiosos.
Sin embargo, aquí la palabra puede hacerlo todo sola, desde el principio. Ella nos planta en el territorio donde nació el niño Doroteo Arango, quien llegaría a ser líder de la rebelión popular más importante de la primera mitad del siglo XX, mundialmente conocido por uno de los motes que usó en sus tiempos de bandolero: Pancho Villa. Un niño que vino al mundo en medio de penurias, hambre, dolencias e injusticias sociales. La misma desposesión que hermana a todos los pueblos desde el Río Bravo hasta la Patagonia, pero con sus texturas particulares.
El trabajo de Taibo comprueba que el pintoresco imaginario que caracteriza a la literatura latinoamericana, es proyección especular de su sino histórico. De manera que en este caso, el desafío para el escritor estuvo en narrar la vida de un hombre de carne y hueso que protagonizó acontecimientos excepcionales uno tras otro, hasta convertirse él mismo (Villa) en un personaje increíble. El narrador debe haber paladeado el reto, pulseando línea a línea para que el lector no cerrara el libro con la sensación de haber leído otra de sus buenas novelas. A tal punto faenó el discurso que logró colmarlo de fechas, nombres, apellidos, referencias biográficas y bibliográficas, a galope con las bestias propias de los sucesos.
No obstante, el deslumbramiento por una figura cuya vida desbordó por mucho las fronteras de lo verosímil, no evita que se definan con nitidez las condiciones materiales y culturales que incubaron a “un revolucionario con mentalidad de asaltabancos, que siendo general de una división de 30 mil hombres, se daba tiempo para esconder tesoros en dólares, oro y plata en cuevas y sótanos, en entierros clandestinos; tesoros con los que luego compraba municiones para su ejército, en un país que no producía balas”.
Al final de un libro como este, es posible concluir que la cuestión trágica de la realidad latinoamericana no está en la carencia de figuras que encarnen con valentía el furor y hartazgo de los pueblos contra los desmanes de la oligarquía, sino en lo difícil que ha sido registrar con rigor y buena pluma la vastedad de su memoria. Esto nos condena a ahogarnos en un efímero charco de efímera inmediatez. Paco Ignacio Taibo asoma, con esta biografía narrativa de Pancho Villa, la inmensidad de un océano por investigar y escribir.
Autor: Yanuva León Escritora y editora. Licenciada en Letras por la Universidad Central de Venezuela. Autora de los poemarios «Como decir cántaro» y «Lengua zahorí». |