Desde lo obscuro, un silbido corta la línea sangrante de oro en el cielo. El pulso de un rito da paso al siguiente. Cantando, las madres despiertan a sus hijos y al enamorado a quien adora. Un resplandor de sonido baña de arriba a abajo los árboles que se tambalean con el aletear de las voces: el coro permanente de las infinitas mañanas en el bosque, hasta el final de los tiempos, canta salmos de un dios benevolente que otorga a las aves el deseo de vivir. Al presentarse el hombre en reverencia frente a esta ceremonia milenaria, sólo desea “desaparecer detrás de las aves”.
“He aquí que llega Orión cantando en mi ser –son sus pájaros azules y sus mariposas doradas–, sufro de una música distante desconocida” son las proféticas líneas que escribió Cécile Sauvage, la poeta, durante su embarazo. Olivier Messiaen nació el 10 de Diciembre de 1908 en Avignon, Francia. Siendo niño aprendió de sus padres la fe católica y la pasión por la dramaturgia, pero el gusto con el que se sumergía en las partituras fue el primer resplandor de cómo la música sería el impulso creativo que lo movería toda su vida. A los 11 años, ya sabiendo tocar el piano, inició sus estudios en el conservatorio de París. Incitado por su maestro Paul Dukas, Messiaen se sentaba en el pueblo de Aube a escribir bosquejos de las aves que escuchaba. Pronto fue reconocido como un alumno sobresaliente. Sus obras desde un principio estaban sumergidas de una inmensa fe católica, esto y su ágil improvisación le ganaron el puesto que ocupó hasta su muerte como organista en la Iglesia de la Santa Trinidad en París.
A los 32 años, capturado en un campo de concentración por su servicio como médico auxiliar en el ejército, compuso y estrenó con los únicos músicos en el campo, el Cuarteto para el fin de los tiempos, una obra reconocida tanto por su contexto histórico como por encapsular completamente la esencia de su lenguaje musical. En el séptimo movimiento del cuarteto, el abismo de las aves, el clarinete solista toca fragmentos de distintos cantos de aves que transcribió, siendo la primera manifestación de un interés serio y dedicado por la ornitología. Messiaen dijo años más tarde
“El fenómeno de la naturaleza es, en efecto maravillosamente bello y apaciguador, y los trabajos de ornitología […] me han permitido sobreponerme a las desgracias y complicaciones de la vida”.
A partir de esta etapa Messiaen compuso decenas de obras incorporando el canto de las aves de alguna forma como en El despertar de las aves (Réveil de Oiseaux), un amplio catálogo para piano (Catalogue d’Oiseaux) y Aves Exóticas (Oiseaux Exotiques), la pieza que visitaremos a continuación.
Escrita para una orquesta de alientos percusiones y piano solista, la obra recrea las enredadas polifonías que ensamblan las aves en su coro. Con ayuda de grabaciones, Messiaen pudo transcribir 47 cantos distintos de aves de distintos continentes para esta obra, por lo que un coro de aves como este jamás se había escuchado antes. Al pasar estos cantos por las manos de Messiaen caen coloreados por luz sobre el papel pautado; aunque las transcripciones originales pueden ser muy exactas, su lenguaje musical traduce los cantos de amor, batalla, y alerta de las aves en íntimos pasajes de color y estridencia que reflejan los patrones de una experiencia plenamente humana.
La obra se desenvuelve en 13 partes donde distintos cantos de aves claramente señalados en la partitura predominan sobre otros. La introducción corta el silencio con un grito dorado como el horizonte al amanecer, la gracula religiosa alaba al sol, otros pájaros despiertan incluido el charlatán del Himalaya con su brusca risa repetida e toda la orquesta.
La segunda parte es una cadenza para el piano. El instrumento es un árbol de ramas largas y extendidas desde las cuales cantan las aves con la voz de sus cuerdas percutidas. En esta cadenza dialogan el miná con su voz casi humana y el zorzal maculado, lleno de luz, deja sus acordes resonando.
La tercera parte es un breve reclamo de los alientos y percusiones poseídos por cuatro aves distintas. Desde las ramas del piano contesta el cardenal norteño, los deslizamientos característicos de la siringe de las aves se traducen a ágiles arpegios repetidos que traslucen el rojo de sus plumas. Las cuatro aves discuten de nuevo y marcando su territorio el cardenal se para firme sobre el piano y contesta. A lo lejos el compositor describe una tormenta que se avecina, desde los pulmones que se inflan con el crescendo del tam-tam, el urogallo pronuncia dos cantos ominosos, uno calmo y obscuro el segundo desgarrado y brillante. La terrorífica risa cortante del charlatán crestiblanco inicia la octava parte, el tutti central. El coro de las aves se transforma el tiempo en un interminable ritual. Todos los cantos vuelan libremente unos sobre otros.
La armonía se convierte en un total arcoíris. Las percusiones aquí presentan otra base fundamental del lenguaje musical de Messiaen que son los ritmos tradicionales griegos e hindúes, los primeros se presentan inmutables, como un calendario eterno y sobre esto los segundos moldean el pulso variando su longitud cada vez.
Silencio. El urogallo regresa con su tormenta, esta vez primero brillante, luego obscura. La décima parte deja al árbol brillar por completo en una larga cadenza donde a brincos pasan dos aves por todo el registro del piano: el mímido gris con sus maullidos, y el virtuoso charlatán canadiense de cresta blanca. En el último tutti el shama culiblanco de la india presume su plumaje al lo que responden todas las aves en exaltación. Una y otra vez canta el shama y contesta el coro. La doceava parte despide de las ramas del piano al zorzal y al miná. Al terminar el largo ritual dorado del amanecer las aves parten en silencio hasta que en la última parte queda solo el charlatán del Himalaya riendo 31 veces lentamente frente al silencio inevitable del fin de los tiempos.
“Los pájaros son lo contrario del tiempo; son nuestro deseo de luz, de estrellas, de arcoíris y de jubilosas vocalizaciones”- O. Messiaen
Mientras haya mañanas en la tierra las aves eternas cantarán sobre amor y guerra. Cuando haya oro en el horizonte, como quien ya lo ha visto todo, contarán tu historia y la mía. Presentate a escucharla.
Autor: Fermín León Salazar Compositor estudiante de la facultad de música de la UNAM. Seguidor de las artes. Mexicano de 20 años.Escribo sobre la música de nuestro tiempo y la manufactura detrás de ella. |