El día permanece muerto, pero es ahora, en la recobrada lucidez de la mente despierta, que sabes nombrar el terror de piel fría que desprende su red partiendo hacia el olvido. El sueño nace sin límites. Impermeable al deseo del portador, se desliza entre las categorías sin nombre de la mente, cazando la presa que escondiste. Desde este tapiz de hilos sin fin, entes desfigurados toman la imagen de objetos solo relacionados por una metonimia ininteligible. El gradiente que imaginas entre el ensueño y la pesadilla es ilegítimo durante la noche. Tanto es así, que al sueño libre, para transformar la fascinación en angustia, le basta solo la muerte del ser amado, la violación de la estrella, el fuego, el pantano, el espejo o la maraña de seda que el enjambre de gusanos dejó a su paso cuando el terror te obligó a despertar. A lo lejos, un murmuro.
Nació el 28 de Mayo de 1923 como el primer hijo de una pareja judía en Transilvania, Romania. György Ligeti, a sus 18 años, inició sus estudios musicales poco antes de ser enviado en 1944 a realizar trabajos forzados durante los eventos del holocausto, en los cuales su familia fue enviada a campos de concentración donde su padre y hermano menor perdieron la vida. Retomó sus estudios años más tarde en la Budapest estalinista donde se graduaría en la academia de música de la ciudad. El régimen le impedía acceso a la música de su tiempo, llevándolo a conseguir grabaciones y partituras ilegalmente y a esconder gran parte de las obras que produjo en este tiempo. En 1956 escapó con su esposa a Austria y posteriormente a Colonia, donde fue recibido por Karlheinz Stockhausen, con quien trabajó en tres composiciones para los nuevos medios electrónicos. Sin embargo, estando aún en el proceso de terminar la tercera, partió de Colonia para dedicarse a sus composiciones acústicas y por otra parte a ser maestro de medio tiempo.
Un sueño, hilado a la angustia, persistió en la memoria de Ligeti desde que era muy niño:
Soñé una vez que no lograba llegar hasta mi cama porque toda la habitación estaba llena de un tejido entrelazado, denso y muy enmarañado, semejante a la secreción de los gusanos de seda. Además de mí, otros seres y objetos permanecían colgados en la enorme red: mariposas nocturnas y escarabajos de toda clase que habían querido alcanzar la luz tenue de algunas velas encendidas. Cada movimiento de los seres aprisionados originaba un temblor que se comunicaba a todo el sistema. En ocasiones los movimientos, que se influían entre sí, alcanzaban tal intensidad que la red se desgarraba en algunos lugares y algunos escarabajos se liberaban inesperadamente, sólo para perderse nuevamente poco después, con un zumbido ahogado, en el entramado ondulante. Tales acontecimientos súbitos modificaban poco a poco la estructura del tejido, que se volvía cada vez más enmarañada. Las transformaciones del sistema eran irreversibles. Había algo inefablemente triste en ese proceso, la desesperanza del tiempo perdido y de un pasado irreparable.
La pieza inconclusa, que llevaba el nombre de Atmosphères, buscaba representar precisamente la pesadilla que le perseguía y, no estando conforme con las posibilidades técnicas que le ofrecían los sintetizadores de Colonia, en 1961 se dispuso a la creación de Atmósferas para gran orquesta, hoy en día considerada una obra seminal del siglo XX.
Un delicadísimo sonido de increíble densidad tímbrica reposa sobre todos los instrumentos de la orquesta. Suenan simultáneamente todas las notas en cinco octavas tenidas ligeramente por varios segundos hasta relativo silencio. Los instrumentos, reanimados por un crescendo en las violas y violonchelos retoman su amplio acorde. En la masa sonora, algunos instrumentos crecen en oleadas resaltando entre las disonancias, bellos colores diatónicos y pentatónicos como trazos iridiscentes en la superficie del aceite. Tras la disolución del sonido, una textura se construye frente a nosotros entre 54 de los instrumentos. Cada quien a un ritmo distinto oscila entre dos notas, generando un acorde, que por su construcción estocástica, nos impide distinguir cada hilo que lo genera y únicamente presenta la textura del tapiz. Llegando a la mitad de la obra las polillas y escarabajos rompen la seda torciéndola por el centro: Un contrapunto imitativo entre todos los instrumentos escala lentamente hasta el agudo más estridente en los pícolos cuando, atado de cabeza, reaparece estruendoso y grave desde los contrabajos. Sobre esta resonancia se construye la textura más compleja para el oído y aterrorizante para cualquier músico que se dé a la tarea de interpretar la partitura: 48 de los instrumentistas de cuerda presentan dos canones simultáneos en los cuales cada instrumento inicia con entradas muy ligeramente desfasadas en una nota distinta a las demás. Estos canones reducen poco a poco el ámbito de dos octavas y media a una diminuta segunda mayor, donde los instrumentos se encuentran tan densos que terminan por rasgar por completo la textura. La segunda menor, sin embargo, se mantiene en el aire, punteada esporádicamente por los instrumentos con gestos ansiosos y tímidos. Todos los instrumentos de metal aprovechan el espacio para representar una batalla donde defienden las notas de su grupo contra las demás en ruidosos fortísimos. La calma de la masacre deja solo un acorde agudo de notas tenidas que no puede más que disiparse al aire que silba sin alturas entre los cornos.
Los sueños libres son impermeables a los deseos del portador y tan fácilmente presentan lo que llamamos pesadilla como el ensueño que le acompaña. Las cuerdas con rápidos golpecitos se espabilan del terror hacia la última atmósfera de la obra. Tan ligeros como polvo, frágiles armónicos naturales de las cuerdas resuenan cada uno por su lado, delineando calladísimos acordes consonantes. Ligeras ramas en el viento, a lo lejos un murmuro. Imperceptibles al partir, sus sonidos quedan como solo resonancias de las cuerdas de un piano tiernamente frotadas.
Autor: Fermín León Salazar Compositor y seguidor de las artes. Mexicano de 20 años. Escribo sobre la música que conozco y la manufactura detrás de ella. |