Para todas aquellas mujeres que son esperadas,
que siguen siendo buscadas. No las olvidamos.
Para Mariela Vanessa, a quien espero para compartir las letras.
¿Con qué expectativas se acerca una a un producto cultural del cual ya conoce el punto central? A una derivación, a un producto hecho a partir de otro. Ya decía Aristóteles que poco importaba en las tragedias el qué, sino el cómo. Fui a ver «Los adioses» sabiendo de antemano de pi a pa la vida de Rosario Castellanos. Coterránea suya, crecí en un lugar en el que la mitad de los edificios llevan su nombre y la otra mitad se llama Jaime Sabines. Aprendí de su literatura y de su vida, no sólo por los enormes entretejos entre la narración de sí misma con la ficción de sus cuentos y novelas, sino porque era parte del plan de estudios poder recitar su biografía y sus versos.
Luego, Artemisa Téllez y su ácida indignación me narraron todas los atropellos que sufrió la escritora por enamorarse de un hombre que no sólo no le correspondía en intensidad el amor, sino que también buscaba cualquier manera para humillarla. Mis maestros hablaban de ella y su imperdible taller de cuento en la Facultad de Filosofía y Letras, de ella y sus conferencias, de ella y Ricardo Guerra, de Ricardo Guerra y sus amantes.
Siguiendo la línea actual de las bioseries y las biopics, «Los adioses» tiene poco qué ofrecer, narrativamente hablando, para aquellos fieles seguidores de los anecdotarios de la propia Rosario y de sus círculos cercanos. No obstante, nadie va a ver otra representación de Antígona porque quiera ver si esta vez la protagonista no se suicida, o si en esta Creonte, Rey de Tebas, será un benevolente monarca, sino por las formas escénicas que tomará la representación bajo la coordinación de diferentes compañías, o por la presencia de unos u otros actores. No existe riesgo de spoiler, pero sí formas de seguir siendo sorprendida.
Los adioses, dirigida por Natalia Beristain, presenta una propuesta de poner como centro de la trama un diálogo entre todas las esferas de la vida de Rosario Castellanos: su formación académica y política, su vida familiar como hermana, esposa y madre, y por último, su perenne figura como escritora. Entre un ir y venir entre una joven que empezaba a publicar algunos poemas en Libretas Americanas y la intelectual universitaria con una voz consolidada, podemos acercarnos a un espacio específico en el que se desenvuelve toda la película: su tormentosa relación con su esposo, el Doctor Ricardo Guerra.
El interés que a mi parecer persigue la película es ejemplificar, mediante la figura de la comiteca, a miles de mujeres que son ejemplo de liberación tomando como propios los espacios públicos, pero que siguen siendo oprimidas dentro de los espacios íntimos por sus familias o cónyuges. Rosario podía dictar una conferencia sobre las raíces de la opresión femenina por la mañana y ser respetada por todos sus congéneres escritores e intelectuales, y ser a la vez incapaz de tener un trato igualitario al llegar a casa.
Su matrimonio, desigual por todas partes, parece que fue siempre un lugar en el que no podía sentirse segura de nada. Incluso más tarde, de su poder sobre su propio hijo. Mientras se construye al antagonista de la historia, podemos observar las escenas que nos remiten a ciertos cuentos, poemas y ensayos, porque Castellanos nunca podía dejar de escribir sobre ella misma. Cada segundo en pantalla evoca sus textos, sus lamentos depositados en palabras.
En Rosario vemos el desbordamiento de los sentimientos. Cuando Raúl, su hermano, le dice «tú siempre sientes mucho todo», pensé inmediatamente en que no sólo sentía mucho todo, sino que hacía sentir mucho todo. Extratextuales son las razones que me llevan a sentirme en una eterna identificación con su producción literarias. Entonces, cuando en lugar de música, las secuencias tienen como acompañamiento sonoro la lectura de fragmentos de algunos poemas y cuentos como «Leccion de cocina», «Otro modo de ser», «Lamentación de Dido», «Se habla de Gabriel», todo se conjunta para presentar un bello cuadro narrativo.
La fotografía de la película es impecable, al igual que su congruencia histórica. La paleta de colores, siempre brillantes es de una exquisita selección. Los esbozos del pensamiento de Castellanos se van tejiendo mediante sus conversaciones, sus conferencias, sus clases representadas. No hay un manifiesto ni un monólogo en el que durante una hora y veintiséis minutos se escuche a Rosario decir en retahíla sus ideas, sino que entre las pequeñas declaraciones, podemos ver desde arriba, lo que creía.
Imposible es dejar pasar la presencia de las referencias literarias de Rosario: Gabriela Mistral, una de sus grandes influencias, Delmira Agustini, (sí, a ella se refiere Ricardo en la librería), la extraordinaria poeta uruguaya asesinada por su marido a los 28 años; además la pasarela de celebridades literarias y políticas a la que Rosario se enfrenta y entre la cual se inmiscuye para hablar en defensa de las mujeres.
El guion y la superposición de secuencias narrativas es envidiable. El primero se nutre con fragmentos también de las cartas que Castellanos escribió a Ricardo cuando éste se encontraba en España. El guion consigue astutamente formar la figura de Castellanos como intachable, pulcra e inmaculada, sin error alguno, sin tachadura reprochable. Y aún cuando todos conocemos el final, ese final que Sabines tildó de tonto, ese final que sabe a absurdo y a burla divina, se presentan posibilidades, otras interpretaciones.
Perdone, usted, lector o lectora, si pensaba encontrar en esta reseña un juicio objetivo o siquiera un análisis cinematográfico profundo, pero mi admiración absoluta a la que creo, fue una de las voces y plumas más poderosas del siglo pasado me impide ver con claridad esta película. Además, no se diga de mis pocas herramientas técnicas para juzgar a la obra cinematográfica desde una perspectiva más allá de la narración, la poesía y el diálogo. Me gustaría poder hablar de la valía de esta película como objeto cinematográfico, sin embargo, en este momento únicamente soy capaz de valorarla como un extraordinario logro para contar la vida de una maravillosa poeta, ensayista y narradora, y sobre todo, valorarla como una invitación a seguirla leyendo, para todo y siempre.
Sólo algo más me queda por decir: corran y vayan, como si fueran a ver la continuación de su saga favorita, disfruten repitiendo para sí los poemas de Rosario, griten, enójense y lloren, porque a veces, como cuando se ve esta película y se lee a Castellanos, hay que sentir mucho todo.
Posdata
Estoy segura de que si Rosario Castellanos viviera, no sería capaz de ignorar la terrible forma en la que las mujeres son violentadas, asesinadas, desaparecidas, incineradas. La imagino liderando las marchas, escribiendo ensayos, columnas, llamadas a la acción. La figuro gritando de impotencia, con la voz quebrada y los ojos llenos de lágrimas, como si por quien se pide justicia fuera por ella misma.
Autor: Giselle González Camacho Chiapaneca que a veces escribe. Me interesan las literaturas populares, el origen de las palabras, el trabajo comunitario y la escritura femenina. |