«¿A qué le tiras cuando sueñas, mexicano?»: Crónicas de Chava Flores

«México en una laguna y mi corazón echándose clavados. ¿Qué cosa será el amor?»

LOS CAIFANES

Las Ciudad de México es una ciudad pintada a través de sus contrastes. El claroscuro parece haber sido el principio fundamental usado por los cientos de generaciones de mexicanos que se han encargado de edificar una de las urbes más populosas del mundo.

Ya desde la primera ojeada por encima de las tierras del glorioso Valle de México, podemos observar que la palabra “pluralismo” se queda corta para abarcar las diferencias que existen entre los nueve millones de habitantes que conforman la sociedad que vive en él. Desde las lomas del Pedregal hasta el barrio de Tepito, del Cerro de la Estrella al cerrito de la Villa, del lago de Xochimilco al de Chapultepec, una simple mirada basta para darse cuenta que todo lo que existe dentro de este pedazo de tierra, casa de serpientes, águilas y nopales, excede los 1500 kilómetros cuadrados que los datos del INEGI se empeñan en arrojar.

Pues bien, hace casi cien años, un 14 de enero del ya lejano 1920, nació en La Soledad –una calle de nombre sugerente metida en el antiguo barrio de La Merced– un hombre que al final entendió que ni más de 200 canciones terminarían por ser suficientes para meter en ellas a una ciudad tan grande como la capital mexicana.

Las malas lenguas cuentan que “Salvador Flores Rivera” fue el dato que quedó archivado en el registro civil, pero todo el mundo sabe que el verdadero nombre de aquel chilango empedernido fue sencillamente Chava Flores.

Chava Flores nació en una vecindad cercana a uno de los mercados más emblemáticosChava_flores_master[4] de la ciudad, en el seno de una familia de «los de abajo», con pocos recursos y con la mala fortuna de tener una madre que enviudó prematuramente cuando él tenía apenas 13 años. Como era de esperarse, tras la muerte de su padre, el joven muchacho tuvo que dejar la escuela para iniciarse en la noble labor de organizador y transportador de mercancía agrónoma (es decir, cargador de la Merced) y así ayudar a su familia con los gastos de la casa.


«Si volviera a nacer quisiera ser el mismo pero rico, nada más para ver qué se siente».

Epitafio en la tumba de Chava Flores


De esta forma empezó la turbulenta y «proletariada» vida de don Chava, que durante sus muchos años de audaz perseguidor del sueño mexicano (del poder soñar con el estómago saciado), tuvo que vagar por los más variados oficios en los más diversos lugares de la ciudad. Costurero, encargado de almacén, cobrador, vendedor de puerta en puerta, trabajador de una salchichonería, administrador de una ferretería, dueño de una camisería, impresor… Y finalmente, cantautor.

La anécdota es sencilla: un buen día el buen Salvador Flores se decidió a iniciar una imprenta con sus compañeros de la ferretería en la que trabajaba. A los pocos meses, la imprenta recién formada lanzó el primer tiraje de la revista Álbum de oro de la canción, en donde se recopilaba la letra de muchas de las canciones populares de la ciudad. Después de cuatro años, cuando la producción de la revista dejó de producir pan para su mesa, ya encarrerado en el tema de las canciones y bajo el milenario proverbio mexicano del «¿por qué no?», el capitalino agarró pluma y papel y se puso a escribir canciones sobre lo que veía en sus viajes por el Distrito Federal. El resto es historia. La música de Chava Flores se llenó de las calles de la Ciudad de México, y viceversa.

Las crónicas cantadas que Chava Flores puso en su música se encargan de retratar justamente el contraste que caracteriza a esta ciudad. Entre gatos viudos, interesadas, gorrones, niñas popof, Espergencias, Cletos y Bartolas, toda la ciudad quedó pintada dentro de la deliciosa lírica de un hijo del barrio.

Con el filo y la malicia propia de alguien que ha visto lo mejor y lo peor de un lugar, el cantautor buscó reflejar en sus letras cada pequeño detalle de su amada ciudad. Hombres y mujeres, ricos y pobres, viejos y niños, nadie salía limpio de las bromas, albures y burlas que estaban impresas en cada una de las ingeniosas creaciones del compositor.

La ciudad que retrató Chava Flores fue una ciudad de desigualdades, descontento, pobreza, inseguridad, violencia, pero también la de un pueblo lleno de vida que espera al glorioso «Sabado Distrito Federal» para salir cantando un día más a las calles en busca de un sueño que pareciera imposible alcanzar.


Cuando un pueblo canta, el espíritu vibra y se llena de paz y esperanza. Música y canciones surgen donde hay alegría y si hay alguna tristeza, también surgen para evocar recuerdos gratos, sueños pasados, sueños muertos que vuelven a la vida gracias a la mágica presencia de una canción”.

Chava Flores


Las crónicas de éste, el «hacedor de canciones», están impregnadas de imágenes viejas y de recuerdos de antaño, con sabor a atole caliente y a quesadillas sin queso, con el ruido de los gritos de los vendedores de a montón, con el aroma inconfundible de una ciudad contaminada y sobrepoblada, llena de canciones, de historias, de gente que se levanta cada mañana a buscarse la vida. Porque por debajo de la comicidad y la ironía, la música de Chava Flores encierra a una ciudad nostálgica que vive ensoñada con los recuerdos de un pasado hermoso, de un presente complicado y con la idea anhelante de un futuro mejor.

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