Día: 15 de agosto de 2018

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LOS CAIFANES

Las Ciudad de México es una ciudad pintada a través de sus contrastes. El claroscuro parece haber sido el principio fundamental usado por los cientos de generaciones de mexicanos que se han encargado de edificar una de las urbes más populosas del mundo.

Ya desde la primera ojeada por encima de las tierras del glorioso Valle de México, podemos observar que la palabra “pluralismo” se queda corta para abarcar las diferencias que existen entre los nueve millones de habitantes que conforman la sociedad que vive en él. Desde las lomas del Pedregal hasta el barrio de Tepito, del Cerro de la Estrella al cerrito de la Villa, del lago de Xochimilco al de Chapultepec, una simple mirada basta para darse cuenta que todo lo que existe dentro de este pedazo de tierra, casa de serpientes, águilas y nopales, excede los 1500 kilómetros cuadrados que los datos del INEGI se empeñan en arrojar.

Pues bien, hace casi cien años, un 14 de enero del ya lejano 1920, nació en La Soledad –una calle de nombre sugerente metida en el antiguo barrio de La Merced– un hombre que al final entendió que ni más de 200 canciones terminarían por ser suficientes para meter en ellas a una ciudad tan grande como la capital mexicana.