A todo mexicano le deseo que se encuentre, alguna vez en su vida, caminando a la media noche por las avenidas cruzadas del centro histórico de la ciudad. Que su curiosidad le lleve a conocer las fuentes de Santo Domingo, a contar las columnas de la catedral y a visitar bibliotecas escondidas. Que reconozca en la alameda a los dioses del pasado. Que a los ojos cansados llegue la luz violeta del ángel en reforma. Que los murales escondidos detrás de la brillante fachada blanca de Bellas Artes le susurren desde dentro los acordes que han resonado ya por 84 años. Y más que nada, le deseo encuentre al compositor que vivía su última noche borracho y frío, con su mirada melancólica, cabello alborotado, y bigote empapado en cerveza: a Silvestre Revueltas, huyendo de los gatos directo al pico del pato.
El treintaiuno de diciembre de 1899, en Santiago Papasquiaro, Durango, nació Silvestre Revueltas. El hijo primero en una familia que no buscaba criar nada menos que artistas. Él creció para ser el músico entre sus hermanos. El violinista prodigio estudió música tanto en la ciudad de México como en Chicago. Fue famosamente director de la orquesta sinfónica nacional, invitado por Carlos Chávez. Desde sus 35 años ya era considerado una figura trascendental de la música mexicana tanto por su manejo melódico, rítmico y orquestal como por su inclusión de tradiciones musicales mexicanas como parte esencial de su obra. Obras como Sensemayá y La noche de los mayas lo consagraron en la historia de la música contemporánea como un compositor de vanguardia en América latina y en el mundo.
La noche del 4 de octubre de 1940 se estrenaba en Bellas Artes El renacuajo paseador, un pequeño ballet sinfónico basado en el famoso poema homónimo de Rafael Pombo. Tras la entrada del renacuajo en escena, con literal bombo y platillo acompañado de una disonante trompeta, el ballet para niños comienza con el alegre tema del renacuajo claramente presentado. Lo escuchamos repetirse en violines. Un cambio armónico nos pinta la siguiente escena: el renacuajo y el ratón dialogan entre sí, a través de dos trompetas, para salir juntos de fiesta. Volvemos a escuchar el tema del renacuajo, ahora paseando con su amigo ratón que toca su propio tema encima. Juntos llegan a casa de la ratona donde la fiesta toma su curso. Figuras rítmicas de todos los presentes se intercambian el protagonismo de la música culminando en un breve baile de rápidas escalas entre las cuerdas y los alientos. Feliz, escuchamos de nuevo al renacuajo en su fiesta. Violentos y con trompetas disonantes llegan los gatos a la fiesta dispuestos a comerse a cada uno. Se les escucha a todos huir en terror con arpegios rápidos en los clarinetes y oboes. Volvemos a escuchar al renacuajo, saltando veloz en pulso constante, cantando su melodía disonante por el terror y la bebida. La escena se calma, lo escuchamos relajarse borracho con unos cómicos trombones, deslizándose hacia abajo pensando que se encuentra a salvo. Tan pronto como llegó la calma, ésta se va con la interrupción de la orquesta completa anunciando la aparición del pato, que de un solo bocado, le da fin a la vida del renacuajo, a su cuento y a su ballet.
Aunque aclamado por el público, Revueltas no se encontraba para recibir el aplauso. La mañana siguiente se supo que, la noche anterior al estreno, el compositor había sido vencido por su adicción al alcohol, como solía ser al finalizar cada obra, y que con ropa delgada y cerveza helada salió a la calle de fiesta. Similar al hijo de la rana que no logró huir de la tragedia, contrajo una bronconeumonía que lo tumbó en la cama y terminó por matarlo a sus 40 años en la madrugada del 5 de octubre.
Si al viajero curioso del centro histórico se lo permite su cansancio, la última parada será la rotonda de los hombres ilustres, donde debajo de su mirada severa, inmortalizada en un busto de bronce, descansan ahora los restos de Silvestre Revueltas.
Autor: Fermín León Salazar Compositor y seguidor de las artes. Mexicano de 20 años. Escribo sobre la música que conozco y la manufactura detrás de ella. |