Mujeres, ¡a la cocina! (III) – Entre deber y el querer ser

«Lección de cocina» es un cuento contenido en el libro Álbum de Familia (1971) de Rosario Castellanos. La autora chiapaneca es uno de los principales nombres que figuran al hablar de escritoras, escritoras mexicanas, escritoras que escribían de mujeres, escritoras feministas. La comiteca (cositía para los paisanos) se volvió un referente de todos los anteriores adjetivos.

Cuando se habla de Rosario Castellanos siempre se hace alusión al carácter autobiográfico de sus textos, que si San Cristóbal, que si Comitán, que si ella de niña que si su papá pero, ¿cómo habla ella misma acerca de ser mujer? ¿cómo habla, de cierto modo, sobre su propia experiencia con el matrimonio? En esta tercera emisión de esta serie de relatos desde la cocina, la autora nos muestra su propia ‘lección’ no de cómo cocinar (aún cuando este es el móvil del cuento) sino, acerca de cómo ser y configurarse como mujer.

Para la escritora, al ser proveniente de una familia tradicional y fervorosamente católica, siempre le preocupó a Rosario Castellanos cómo conciliar su vida profesional y académica con sus ‘deberes’ femeninos. Así, se juega entre ser ama de casa y crítica literaria al mismo tiempo, pensar en un análisis posible del Quijote, juzgar los últimos artículos publicados sobre este libro a media receta. El barroco, el neoclásico, la interpretación del texto de cocina se convierten en utensilios culinarios. Las teclas de la máquina de escribir han hecho que las yemas de sus dedos pierdan su sensibilidad. Su lugar no es la cocina, es el aula, es la calle, la oficina, la universidad, la conferencia, ese ‘afuera’ que le es negado a la mujer mediante la creación de un lugar ideal en el que debe encontrarse y sentirse satisfecha: la cocina, el hogar, el esposo y los hijos.

La mujer letrada se enfrenta a su inutilidad como mujer doméstica. La ‘mujer que sabe latín’ se da cuenta que por más que el mundo lo crea ser mujer no implica saber cocinar, atender un marido y organizar una casa: cumplir con esas tareas no vienen en nuestro código genético.

En este cuento metamórfico, el texto se mueve, se enciman los fragmentos, entre la reflexión interna y la narración de la luna de miel y la narración del momento de enunciación de la protagonista y así, se moldea una historia que se está pensando como se va escribiendo, que imita a los pensamientos, enredados, traslapados, unos poniéndose frente a otros peleando para ocupar todo el espacio mental.

La protagonista y narradora de “Lección de cocina”, aún cuando habla de su experiencia personal como mujer recién casada, se presenta como un yo eterno, transtemporal y atemporal. Es Rosario y es todas las mujeres, se vincula con todas sus antepasadas y con las que estarán después de ella, con todas aquellas que se han visto en la misma posición de poner(se) en crisis todas las conductas y actitudes atribuidas a las mujeres.

Pero no se me paga ningún sueldo, no se me concede un día libre a la semana, no puedo cambiar de amo. Debo, por otra parte, contribuir al sostenimiento del hogar y he de desempeñar con eficacia el trabajo que el jefe exige […] En mis ratos de ocio, me transformo en una dama de sociedad que ofrece comidas y cenas a los amigos de su marido, que asiste a reuniones, que se abona a la ópera, que controla su peso…

Ante la imposibilidad de ceñirse a un molde, hay que transformarse. Ante la imposibilidad de un matrimonio perfecto, hay que encontrar formas de cambiar una y cambiar al otro. En este sentido, la carne, personaje principal del cuento, va trasformándose y se convierte en metáfora, se transforma en imagen de ambos cónyuges, que mediante una metamorfosis ovidiana, se insertan en un ir y venir, en jalones y estirones que buscan cambiar sin ceder hasta llegar a ser dos seres que viven entre el aburrimiento y la tolerancia.

El problema de ser mujer en este cuento se aborda desde este ser que soporta el peso no sólo de sus problemas sino la carga de llevar una casa, de aguantar una sexualidad acallada, la carga de ejecutar tareas de cuidado hacia todos, descuidándose a sí misma.

Así, tras colocarse como centro, la narradora decide volverse sujeto de acción y no solamente ser acompañante de un sujeto masculino. Ser una misma propia y dueña de sí. Para la transformación, es necesario cuestionar las narrativas que construyen el concepto de mujer, la buena madre, la esposa obediente, la nuera servicial, historias que no existen en realidad pero que se siguen contando y que lo único que logran es la comparación hacia esos estándares y el sentimiento de no llegar a ser LA mujer.

Yo también soy una conciencia que puede clausurarse, desamparar a otro y exponerlo al aniquilamiento. Yo…

La cocina blanca, pulcra, sagrada es una virgen impoluta, es un lugar-cuerpo que serán mancillado con el uso como la desposada, pero también la cocina funciona como una celda, como sinónimo de deber hacer y deber ser, sin embargo, a lo largo de la narración se va construyendo como un espacio para definirse y para posicionarse como mujer, para renegar y rechazar la sumisión. La ‘receta’ aquí es el ser una mujer como se debe, pero Rosario cambia y se apropia del método tradicional. Ser la mujer que se debe es ser la mujer que se quiere, incluso cuando nadie esté de acuerdo con que sea así. Y al final, la duda, la interrogante, el espacio en blanco que deja la posibilidad de seguir en movimiento y en creación de sí misma. La cocina, tras pasar por el catalejo de Castellanos, es un lugar para replantear estereotipos de género y termina siendo un espacio para la liberación.

Giselle GonzálezAutora: Giselle González Camacho
Chiapaneca que a veces escribe.
Me interesan las literaturas populares, el origen de las palabras, el trabajo comunitario y la escritura femenina.