Mujeres, ¡a la cocina! (II) | Escribir el final

Para Mariana,

lo más bonito que dio Santa Úrsula Xitla

¿Cómo se comienza a escribir? ¿A causa del escozor en la cabeza o del nudo en la garganta que no se deshace, que permanece inamovible enredado con palabras? ¿Se empieza con la mente en blanco o llena de ideas? Para Inés Arredondo (1928-1989), el texto nace de un dolor que inunda, que se transforma en río, en corriente de palabras interminables e imparables; del incontrolable impulso de la escritura.

La escritora sinaloense no parte de las anteriores preguntas, típicas de algún deseoso autor principiante. Casi por accidente y por causa del luto provocado por perder a un hijo, Inés Arredondo escribió su primer cuento. Sin embargo, su carrera no comenzó, cuenta ella, frente a la página vacía, frente al blanco impoluto. Y no porque escribiera sobre hojas de papel revolución sino porque fue la desviación de una traducción de Flaubert lo que terminó en su cuento «El membrillo», que fue publicado en la Revista de la Universidad de México bajo el visto bueno de Tomás Segovia.

Esta primera experiencia dio paso a un proceso de construirse como creadora, que la llevó a consolidarse como una de las mejores cuentistas mexicanas, al explorar temas como lo erótico, el incesto, el terror y hacerlo con una maestría excepcional. A partir de su ensayo La cocina del escritor, continúo con el bloque de observaciones sobre la reapropiación del espacio de la cocina de escritoras nacionales.

A partir de entonces, su labor académica se conjuntó con su tarea ficcional y se entremezclaron los libros de crítica a Jorge Cuesta con las señales y las sunamitas. A diferencia de otros autores, Inés no alega desconocer su labor creativa ni se asume en una postura de superioridad intelectual al hacer declaraciones confusas y enredadas. Ella es clara y precisa. Justo en este texto se puede observar su propuesta poética a la que se ciñe estrictamente y que es indistinta a sus textos críticos y a los literarios: la regla de la palabra exacta, la frase medida y pensada. Arredondo no escribe de forma continua, ni desde el inicio, ella escribe pensando en el final.

Pensar en el final. Al pensar en el final, la autora deja ver una idea de concebir al texto en su totalidad, no como un proceso lineal y lógico sino como un todo orgánico que está conectado desde la primera letra hasta el último punto. Una idea de no libertad de la escritura, sino de orden y consciencia.

Inspiración. Hablando de consciencia, la sinaloense habla de la inspiración y cómo ella únicamente escribe bajo el influjo de esta. No leo este estímulo como la inspiración romántica ni ligado a una concepción de genio creador, sino de la externalización del deseo de escribir, de las ganas insaciables, de la necesidad de juntar letras y palabras que no surge de la efusión espontánea sino de una exigencia del discurso.

La escritura como «artesanía». Aunque la materia es la misma para todos, cada alfarero (o escritor) es responsable de su producto final, su acabado y puesta en estante. El autor debe aprender sobre la marcha, corrigiendo errores, afinando detalles. Este proceso nutre su formación y lo convierte en un mejor escritor.

La vocación literaria es innata, sin embargo, debe ejercitarse leyendo a otros, aprendiendo de sus modelos y técnicas y entreviendo los errores de estos mismos. Este concepto del aprendizaje mutuo y colectivo, interpersonal e interautoral, es crucial en la comprensión de la construcción de la postura estético-literaria de la autora.

Cuando no se posee la retórica, hay que recurrir a la sinceridad.

Familia literaria. Inés Arredondo reconoce que todos los autores «vienen» de otros, de las lecturas que han hecho, de las estructuras que siguen y adoptan, de sus decisiones estéticas. En este tenor, habla de que ella misma viene de Chèjov, Pavese y Katherine Mansfield además de admirar profundamente a Juan José Arreola y «su juego interno con la escritura».

Narra sus encuentros literarios con Joyce, Proust y Thomas Mann y cómo, aún cuando le resultan interesantes sus postulados y formas, decide no seguirlos y continuar en su propio camino de la ficción.

Preceptivas. La estética no reside en el apego a un modelo sino en la misma decisión de la autora. Una poética que privilegia la originalidad y el criterio propio más que los cánones y las instrucciones para escribir cuentos o subir escaleras. Aún cuando valora y agradece a su crítica (en especial la que le hacía su amigo, Huberto Batis), cuando sigue otras preceptivas, se encuentra frente a una insatisfacción de no reconocerse en su obra, que no es de y para sí misma.

Moral. La labor escrituraria recae tanto en el trabajo propio de escribir como en la moral del autor y la que le asigna a su texto. Las decisiones de un autor y sus perspectivas hacia el mundo expresadas en sus convenciones estilísticas son lo importante para esta autora más que las tramas u otros elementos de la narración.

Escribir con los amigos. Escribir en compañía haciendo de la literatura una forma de acercarse afectivamente y reconocer la importancia (no influencia) de los otros en nuestros propios procesos creativos que ayudan a estrechar los lazos de cariño es indispensable para nuestra cuentista. Compartir ideas y recibir sugerencias para repensar personajes, pasajes o diálogos aporta una nueva visión que arroja luz sobre cosas que antes no se habían pensado.

 

El ser escritor(a) se transforma en una forma de concebirse a una misma en sus propias decisiones. Forma es contenido. La disposición de las palabras afecta tanto como su semántica. Ser congruente con una misma y su proyección hacia el mundo. Esa es Inés Arredondo, leída en sí y por sí misma.

La escritura pues, para concluir, se ve como una forma de hacer catarsis, de purificar el alma, de conectarse con todo y con todos.

¡Vaya si sirve la crítica literaria!

*Este ensayo está recopilado por Claudia Albarrán en el libro Ensayos, publicado por el Fondo de Cultura Económica en 2012. En esta misma editorial están disponibles sus cuentos completos.

Giselle González CamachoAutora: Giselle González Camacho
Chiapaneca que a veces escribe.
Me interesan las literaturas populares, el origen de las palabras, el trabajo comunitario y la escritura femenina.
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