(Fotografías por Sofía Manzano.)
El pasado 27 de abril, en el Lunario del Auditorio Nacional se creó una atmósfera reluciente. Desde antes, en la fila para entrar, se auguraba poca asistencia pero mucha energía. El concierto: Antón Alfaro, mejor conocido como C. Tangana, un rapero madrileño reconocido en el ámbito (no tan) underground del Hip Hop español que últimamente ha sobresalido por crear canciones mucho más cercanas al trap, que vino a México para dar un concierto en donde debía dar lo mejor de sí. Sin embargo, no lo logró.
El show de Tangana fue flojo y carente de presencia escénica. A pesar de que el público coreó hasta el cansancio algunas de sus canciones (entre ellas “Wings”, como una de las más celebradas), la presencia de Tangana deja mucho que desear a la hora de desenvolverse sobre el escenario.
¿Será, acaso, porque el público latino está acostumbrado a que el artista logre esa conexión escenario-artista-público y el español se acostumbró a no ser tan cálido?
A mi parecer, Tangana ocupa mucho de su tiempo en aparentar que puede reventar un escenario cuando, en realidad, dista mucho de lograrlo. Ya en ocasiones anteriores algunos compañeros me habían hablado de la triste decepción que se llevaron al verlo en el Festival Ceremonia del 2016, pero yo quise verlo con mis propios ojos y, en efecto, Tangana es una decepción frívola que intenta hacer del escenario su hogar cuando, en realidad, su presencia no es equiparable a la de otros raperos españoles que en verdad destruyen la tarima. Ejemplos hay muchos: Nach, Violadores del Verso, SFDK o Los chikos del maíz.
Sin embargo, no todo fue una decepción. La sorpresa de la noche fue Jesse Baez, guatemalteco arribado a México para triunfar, artista de una extraña mezcla de rap, trap, soul y R&B que de inmediato hizo del Lunario del Auditorio un escenario de una película erótica.
Las letras de Baez son una delicia equiparable a un largo recorrido de la lengua jugueteando por un cuerpo cubierto de miel. El show de Jesse Baez fue todo lo que no logró Tangana con el suyo: él de inmediato conectó con su público. Ya fuera jugando sobre el escenario con los matices del auto tune, respondiendo a los “te amo” de las mujeres que le gritaban o haciendo de su imagen el devenir del erotismo, Baez sorprendió con un show que dejó a más de uno con ganas de hacer de su EP (B A E Z) el nuevo soundtrack para sus encuentros furtivos.
Con todo, Jesse Baez carga siempre con una eterna sonrisa y un ritmo latente en el cuerpo que delata el gusto por lo que hace. Y aunque, si bien, su música no sea una gran ciencia (seamos sinceros), el espectáculo que ofrece logró abstraer al público para conducirlo a una atmósfera cálida, semejante a un set de soft porn.
Basta decir que Baez no requiere de apariencias: no apela al barrio, no habla de trapicheo ni de matanzas, su intención no radica en hacer del barrio una consigna para sus letras sino que, oh, sorpresa, apela a la seducción auditiva: el show que ofreció en el Lunario fue acogedor, nos tuvo siempre entre sus manos y jugueteaba con nosotros mientras cantaba temas como “F” o “Apaga la luz”, temas que, de más está decir, el público coreó con inusitada emoción.
Jesse Baez no requiere de apariencias para sobresalir. Su sola presencia escénica eclipsa la atención y lo centra, sin necesidad de pedir aplausos o bullas, en el foco retentivo de nuestras pupilas. La suavidad de sus temas seduce al lívido y lo hace crecer exponencialmente. Baez logra crear ambiente, Tangana sólo lo aparenta. Incluso, cuando Baez apareció con Tangana para hacer los coros, el punto focal era él, Tangana, en definitiva, no tiene la presencia de Jesse ni el carisma de Jesse ni, mucho menos, la potencia de Baez para hacer del escenario su hogar. Es como si Tangana estuviera aprendiendo apenas a desenvolverse mientras que Baez conoce a fondo sus movimientos.
Está claro: en el Lunario, Jesse Baez debió de ser el artista principal de la noche, para cerrar con broche de oro un concierto que empezó mal desde que Tangana entró en el escenario. Baez es una revelación y no es de sorprenderse que muy pronto encabece grandes festivales o que tenga una mayor presencia en los carteles de gran envergadura como ya lo fueron el Ceremonia y el NRML de este año.
Autor: Marco Antonio Toriz Sosa Estudiante de Letras Hispánicas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Escribe cuento, poesía y, a veces, crónica y ensayo. Sus cuentos y poemas han aparecido en las revistas Primera Página, Cuadrivio, Punto de Partida UNAM, Círculo de Poesía, entre otros. |