Sobre el recurso metacinemático de The Dirties (2013): Hablemos de violencia, hablemos de lo que vemos.

El quince de diciembre de mil setecientos noventa y uno fue aprobada la denominada Carta de Derechos en Estados Unidos, con lo que, por omisión, también fue acreditada la Segunda Enmienda, es decir, el derecho de los citadinos de poseer armas de fuego; esto, aunado con otros factores históricos y socioculturales, ha creado una imagen donde los ciudadanos estadounidenses defienden su jurisprudencia a punta del cañón, no obstante, los numerosos actos de delincuencia y, específicamente, las llamadas masacres estudiantiles alrededor del país de las barras y las estrellas, no se explica ni se alcanza a comprender enteramente por la facilidad de obtener las armas, sino por aspectos en los que los sujetos se encuentran inmersos y, sobre todo, por aspectos concretos que varían dependiendo del grado de inmersión del individuo en sus propias circunstancias. Tristemente, durante el pasado mes ocurrió un suceso similar en el estado de Nuevo León, México, reforzando la idea de que los sucesos de esta índole ocurren de maneras totalmente imprevistas por razones menos evidentes.

El relato de The Dirties, una película canadiense de 2013 que obtuvo grandes elogios de la crítica, esboza un planteamiento por el cual la historia norteamericana repite varias en numerosas ocasiones, a diferencia de otras naciones, conductas psicóticas en algunos de sus ciudadanos jóvenes, al punto de realizar una serie de asesinatos en territorios escolares, tal como la Masacre de Virginia Tech, donde fallecieron treinta y tres personas a manos de un estudiante de literatura inglesa del colegio, reconocida como el peor de esta clase de eventos. The Dirties sigue la historia de dos estudiantes que preparan un film donde los protagonistas toman venganza de los compañeros que abusaron y golpearon de ellos, un poco como que se traza un sentir sintomático y un poco como que es excusa para sublimar sus deseos, sin embargo, el cómo se establece la realización del film, el desvanecimiento de las líneas entre la ficción y la realidad es donde se hallan las minucias que hacen de esta película un logrado experimento metacinemático.

La partícula lingüística meta- puede remitirse a muchos sentidos, en el del cine, suele atribuírsele a la condición por la que una película crea una tensión explícita o implícita con el medio en el que está inmerso, es decir, el medio cinematográfico, ya sea por referencias a otros géneros u otros medios, problematizando al filme en sí mismo; un ejemplo de ello es el rompimiento de la cuarta pared, como lo hace Frank Underwood en House of Cards (2013-actualidad). Esta película contiene escenas de violencia gráfica y va dirigida a un público adulto. Por respeto a las víctimas y sus familias, las imágenes no han sido editadas, son las palabras con las que inicia The Dirties, con una advertencia que presagia, tras ver la primera escena, el formato cinematográfico de found footage, es decir, una grabación sin editar que ha sido encontrada y revelada para asentar con más fuerza la veracidad de la historia. En este caso, estas palabras a manera de texto introductorio funcionan, además de colocarse en una verosimilitud no otorgada en un relato ficcional, para dirigir al espectador a una zona por descubrir a las víctimas, la violencia gráfica y, ciertamente, los móviles de quienes han provocado tales daños.

El truco de magia iniciado con las palabras se nutre posteriormente de las múltiples y casi innumerables referencias a filmes exteriores, en los que destacan la camisa amarilla con la sombra de un toro que se remite a la película de 2003, Elephant, la cual sigue la historia de una masacre estudiantil, además de otras importantes como Batman: The Dark Knight, Pulp Fiction, The Usual Suspects…, prácticamente una variedad de obras cinematográficas contemporáneas estadounidenses que caracterizan los gustos del protagonista, para edificarlo como un cinéfilo más allá del promedio y que, al saberse largos trozos del guión e inclusive lenguaje corporal de los personajes – como lo demuestra en una escena donde imita al Guasón de Heath Ledger–, luce tan ensimismado por estas ficciones que pareciera habérselas apropiado, pero únicamente como consecuencia de ser un consumidor, como un típico espectador que ve The Dirties. Este mecanismo, el continuo golpeteo de las referencias, establece una nueva conexión cinemática que intensifica la indeterminación de la veracidad de los hechos vistos en pantalla. El fenómeno “Oh, este chico menciona repetidamente películas que yo he visto”, unido a la advertencia del comienzo, son evidencias de un documentación descubierta que ahora se pueden ver porque alguien las ha hallado y quiere que el público las vea.

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No obstante, el elemento final y crucial que hace que la tensión se fortifique es cuando, en diversas ocasiones, aparecen fotogramas que son parte de The Dirties en la computadora de los personajes, editando la película en la que ellos existen, creando un vínculo visible de la tensión que se fue construyendo en lo previo. Y entones las preguntas se abalanzan… en vano. Porque el escudriñamiento para saber si The Dirties es ficción o no, no importa, tampoco si nos hace dudar o no, eso sólo indica que los elementos que han sido puestos para ello funcionan, que lograron hacer dudar al espectador sobre la realidad. La crítica principal de The Dirties se centra en nuestra similitud con el protagonista, en la línea grácil para discernir de la realidad de los hechos que nos presentan los medios de comunicación, sobre todo, en las diversas maneras de tratar con la violencia de las películas, la constante fuerza ficcional que no prepara a los jóvenes a vivir una verdadera, una con la que se encuentran cada día en la que acuden a la escuela, y que los ha enseñado a sentirse normal con ello.

Mientras más agresiones sufren los protagonistas, más intrincadas y desarrolladas se vuelven sus propuestas para mejorar el film: la violencia recibida por ellos es convertida en ficción. En un punto, la idea de dos estudiantes que se vengan de sus agresores se vuelve real, la ficción ya no es suficiente, y lo cierto es que nunca hubo una gran barrera que los dividiera estentóreamente. Tan así es su proporcionalidad que, cuando uno de los dos amigos es de pronto bien recibido por sus congéneres estudiantiles, se aleja de la realización del film. En The Dirties, la mirada crítica se fija en lo que los medios de comunicación han normalizado a través de la constancia: la violencia y la facilidad con la que las muertes son observables y pueden llevarse a cabo cuando hay un sentido de justicia también implementado por éstos; el recurso cinemático sirve como borrador de la creación de la violencia en los medios: ficción o realidad, filme documental o no, The Dirties establece que si se quiere hablar de violencia se debe hablar de lo que vemos.

Juan Manuel NoguezAutor: Juan Manuel Noguez  Estudiante de Letras Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Miembro fundador de Producciones IDM. Entusiasta del cine y la literatura.