Ya hace tiempo, cuando recién se estrenaba Black Mirror, logré ver su publicidad en un canal argentino que la promocionaba así: “Un día ella fue creada, un día nos pasamos a usarla para todo, un día ella se volvió contra nosotros. Estamos hablando de la tecnología… o la naturaleza humana” con lo que quedé más desorientado que intrigado porque unir la tecnología y la naturaleza humana de esa forma resultaba extraño, al principio.
Pero primero a otro punto. Debido a aquel inadmisible robo y desobediencia a Zeus, Prometeo fue encadenado a un árbol y sentenciado a que una águila le devorase el hígado todos los días, por la noche éste se regeneraba y la historia se repetía a la mañana siguiente; palabras más, palabras menos. Este antiguo mito griego, así como el de Sísifo y el de Tántalo, entre otros, y entre otras intenciones más específicas en cada caso, nacieron con el afán de demostrar un punto: no desafíes ni desobedezcas a los dioses. Por supuesto, dioses como Zeus, quien es conocido como el padre de los hombres y los dioses y representado por el águila, el trueno y el roble, entre otras más; personajes dotados de poderes elevados, astucias agudas, intereses propios y nacidos así por ser descendientes de mismísimos dioses primordiales como Urano y Gea; su presencia y sus conductas en la mitología griega representaban la cosmogonía de toda una civilización que los conformó de tales o cuales maneras. En los castigos mencionados, los dioses los habían condenado eternamente a sufrir bajo sus criterios, usualmente relacionados con la clase de infamia que habían realizado.
De regreso a lo otro. Black Mirror, en sus múltiples historias, se comporta como aquello que nos enseñaron que era un cuento infantil, por ejemplo, los personajes, como los animalitos de las fábulas que conocíamos, se encierran en su papel, en la naturaleza que le ha sido otorgado para que, como aquel cuento del conejo velocista y la tortuga paciente, nos deje una enseñanza; la cuestión con Black Mirror radica en que sus presumibles moralejas no están enteramente consensuadas, por estremecedoras que sean, la mano constante que las toca se despliega en nuestra vida cotidiana y, por momentos, la niega debido a, quizás, el miedo a su proximidad. “White Bear” se aprovecha de ser el segundo capítulo de la segunda temporada de la serie y desde el inicio, con la desorientación de una mujer, se vale de su propia sinopsis para adentrarnos en una distopía donde algunas extrañas imágenes convirtieron a las personas en espectadores, historia que tiene reminiscencias de distintas obras –como Cell de Stephen King–, pero que no resulta así de sintética; el encanto de todos los episodios que constituyen la magia negra en Black Mirror no está completa hasta su final, hasta que la tecnología –o la naturaleza humana, para englobar la idea– llevó al máximo a sus personajes, sus decisiones y nuestra percepción de lo cercano que se está de tales situaciones, pues inevitablemente realizamos valorizaciones hacia el comportamiento que ellos tuvieron, conteniendo las reminiscencias de sus fallas y atinadas elecciones aún mucho después de haber visto la serie.
El plot twist de “White Bear” significa que fuimos engañados, que los elementos narrativos que nos guiaron a dicha interpretación, cuando resultaba ser otra muy diferente, están brillantemente realizados y que ese futuro apocalíptico sí que resultaba terrible, no obstante, en miras de lo que se ha revelado, el hincapié y verdadera espina en el pensamiento se manifiesta en los torturadores, en quien ha condenado a la aturdida mujer pasar sus días sufriendo sin ninguna remembranza de sus viles acciones, despojándola de su identidad, más aún, de su penitencia moral y todas las maneras posibles de arrepentimiento que pudiese tener. Victoria Skillane fue dictaminada, estado evidenciado explícitamente en una de las secuencias finales, por un juicio, pero atormentada, cual Prometeo por el águila, por los espectadores de un show que se encarga de remitirla siempre, aplicando la denominada Ley de Talión, a un castigo similar al que ella ejecutó. Desde ese momento, las cuestiones principales deberían estar encaminadas al debate moral sobre la medida en la que la sociedad que mira se acerca a ella, a la que goza de la realización u observación de actos de crueldad hacia un semejante: Victoria Skillane con la niña y la sociedad con Victoria Skillane; y, principalmente, en qué extensión la tecnología aseguró un escarmiento que la sociedad eligió dar bajo criterios que hoy se alejan de los castigos legales más concurridos: la cárcel o la ejecución, no castigos eternos.
No hay que estigmatizar a la tecnología, el promocional de I.Sat, el canal argentino, va sobre eso: “Se volvió contra nosotros…” porque la tecnología es un concepto que, aunque es cierto que representa un punto crítico sobre los pasos gigantescos de la industria y la importancia sobre los conocimientos técnicos dentro de la humanidad, son las personas quienes, a partir de la capacidad desarrollada y alcances de la tecnología, llevan a cabo las acciones que deciden ejecutar sobre sus semejantes. Qué tan lejos estaríamos de modificar los castigos a los delincuentes en tanto que la tecnología nos lo permita, así como lo hizo en su momento la electricidad o la guillotina.
“Se volvió contra nosotros…” refleja un proceso en donde el humano, su condición, su naturaleza, está por encima de lo que le ha permitido un soporte como el retratado en Black Mirror, en donde los individuos de la sociedad deciden ser Dioses en la actualidad.
Autor: Juan Manuel Noguez Estudiante de Letras Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Miembro fundador de Producciones IDM. Entusiasta del cine y la literatura. |