Ida y la decisión de ser

“… ¿Puedo dar más
De lo que a mí me dieron?”
Jaime Quezada, en “Leprosía II”

Desde arriba hacia abajo, ¿quiénes somos?, a partir de quién de mis antecesores puedo encontrar algo de mí: mis ojos, mi piel, mi carácter y, más aún, dónde comienza eso a lo que puedo llamar enteramente mío y qué mucho o poco me determinan los años anteriores a mí.

Durante mucho tiempo, y aún ahora en algunos países, el linaje fue una representación de pureza y legitimidad noble cuya sangre no debía mezclarse de ninguna manera, esperando reinar con grandeza pues así se auguraba en el interior. En los últimos años se ha abierto más el debate sobre la importancia de los padres biológicos en la conformación de una persona; los impactos de nuestro hogar, los padres y las madres solteras, la adopción y demás: qué tanto de mí es de acá y qué tanto de allá. En The Place Beyond the Pines (2012), Jason busca que algunos vestigios de su padre encuadren en él para lograr alcanzar así algo cercano a una identidad, en otros casos como en Soshite Chichi ni Naru (2013) (titulada De tal padre, tal hijo en México) donde el descuido de un hospital cambia accidentalmente a los bebés de dos familias, revelándolo cinco años después, muestra una necesaria introspección sobre la esencia y concepción cultural de la paternidad y maternidad. Mientras que en Ida (2013), Anna y Ida, dos unidades de una misma persona –la primera construida con las acciones de los años y, la segunda, con las del pasado– se reconocen cuando le es revelado a Anna, una monja próxima a hacer sus votos, que su “verdadero” nombre es Ida Lebenstein y es hija huérfana de padres judíos asesinados bajo circunstancias desconocidas durante la segunda guerra mundial.

Como una pedrada, Wanda Gruz, pariente cercano de Ida, le resume a Anna el pasado y origen de Ida: «Tú eres judía […] Tu nombre verdadero es Ida Lebenstein. Eres hija Haim Lebenstein y Róźa Herc. Naciste en Piaski, cerca de Lomza», edificándole una personalidad ajena y contraria principalmente a su sistema de creencias, provocándole, a su vez, un conflicto, aquella clase de conflicto en el que hay que detenerse a contemplar el estado de las condiciones para decidirse por tal o cual a través de cual o tal, no obstante, la película no se violenta por una reflexión sobre qué hacer por consiguiente, sino que en un primer momento, el factor osado que abre la brecha del mundo ajeno, la conexión más próxima a su madre y quien le da ritmo al filme es Wanda Gruz, la cual no tarda en decirle a Ida: “No dejaré que desperdicies tu vida”. Wanda funciona en contraposición debido a Ida: “Yo soy una puta y tú una pequeña santa”, ella es la vivencia del placer como lenitivo al dolor de la muerte de un hijo, el incesante recuerdo de sus decisiones: fumar, beber, vivir al día y tener relaciones sexogenitales con diversos hombres; e Ida, de igual manera, aprenderá involuntariamente lo que le es presentado sobre el mundo de afuera a través de ella, inquieta y siempre pensativa. Una madre que perdió a un hijo y una hija abandonada por sus padres reencontradas por una decisión mayor que profetiza un cambio.

 

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 A partir del momento en el que se evoca a Ida en Ana, desde las próximas acciones de Ida hasta las últimas escenas, la incertidumbre rodea a todo el filme: por un lado al espectador, quien está en constante insistencia por entrar en los pensamientos de la protagonista –la cual solamente manifiesta señales mudas, miradas lejanas y acciones pequeñas que aún caracterizadas como tal, significan– para anticipar sus movimientos y la última resolución a su conflicto, y por otra parte, al reciente núcleo familiar de Ida y su tía, las cuales irán reconociéndose para distinguir sus decisiones pasadas y resolver las futuras. Tales incertidumbres se irán acercando a respuestas bien remarcadas que, aunque parecen lejanas, son meticulosamente acertadas: especialmente en miras del final, donde, tras presenciar vivamente un encuentro con sus progenitores, las reminiscencias de lo que vivió en pequeños gestos ruidosos, la incertidumbre de su decisiones y el constante pensamiento de lo que hará, producen que Ida comience a reflexionar: “No estoy lista. Perdóname”, le dice a una estatua de Jesucristo, para que posteriormente se nos sea agregado –y revelado– el diálogo que marca una pauta con lo antes visto: “ –¿Qué piensas? –No pienso”, contesta Ida, entonces, qué esperar de quien, cuando permanece callada, no piensa y, sobre todo, si el espectador intentó continuamente saber en qué pensaba, dónde queda éste ahora, dónde quedan sus pensamientos. También queda la posibilidad más lógica: Ida miente cuando dice que no piensa cuando calla y, en todo caso, no quiere que se medite sobre lo que hay en su mente, agregándole al espectador una característica de Ida.

No es necesario alterar mucho el juicio estético para percatarse por qué Ida funciona tan bien en conjunto y cuál es su más agraciado y trabajado aspecto: la fotografía; IDAa medida que nos adentramos en los claroscuros de la película se pueden notar las profundidades y ubicaciones espaciales de los personajes que ayudan a revelar las intenciones, los deseos y los sentimientos que los rodean. Pero no solo es la utilización de los negros, sino también su composición que, si dividiéramos en cuadrantes –que resulta más complicado que próximamente se muestra– en la siguiente imagen, se revela una jerarquización, un posicionamiento base que se carga de uno u otro lado, las cuales promueven las interpretaciones y corazonadas sobre el rumbo de la protagonista.

Ida (2013) es un filme polaco galardonado mundialmente por sus diversos elementos magistrales, tales como la ya mencionada fotografía, la edición e interés en las actuaciones, y un atento retrato sobre los perdurables lazos entre hijos y padres, las elecciones pasadas sobre futuros inciertos y la magnitud de las decisiones en relación con las herencias. Dentro de la coherencia narrativa, todos los hechos presentados, tales como el vitral en el corral, la fotografía estática de la ventana abierta con los movimientos de Wanda, las conversaciones de Lis e Ida, suscitan, en el espectador, conjeturas que no alcanzan a responder: “por qué regresar, por qué esa decisión”; Ida (2013) es un hecho aislado en la vida de Ana, –de ahí el título–: quienes alcanzaron a presenciar tal vivencia habrán encontrado en Anna, en su papel sincero de Ida, el vistazo a la derecha, una escala en su vida, la decisión de ser.

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Juan Manuel NoguezAutor: Juan Manuel Noguez
Estudiante de Letras Hispánicas en la FFyL de la UNAM. Miembro fundador de Producciones IDM. Entusiasta del cine y la literatura.